Mía, solo mía

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Ese momento donde se acaban expresiones y palabras
cuando tus manos depositan en la fiebre de mi tiempo.
Ese momento yo no creo que se pueda describir
es llanto, risa, vida plena, una forma de morir
ese momento te considero tan egoístamente mía.
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Draco se encontraba sentado en el sofá de dos cuerpos en la pequeña salita de la casa que compartía con Hermione. Ya llevaban poco más de una semana juntos sin separarse ni un segundo. Habían podido disfrutar todo el tiempo perdido y olvidar al fin el dolor provocado por la separación.

En ese momento la esperaba vestido con un traje oscuro y una corbata de seda en tono lila. Estaba listo para salir junto a ella puesto que ambos estaban invitados a la casa de Harry Potter para cenar. Honestamente hubiese preferido quedarse con Hermione, acostado, viendo algo en la televisión o como todas las noches, amándose sin límites, explorándose plenamente, pero no podían vivir encerrados todo el tiempo debían hacer algo de vida social y esta era una buena ocasión para comenzar.

Aquel día en que se habían encontrado los cuatro en la oficina de Hermione en la Casa de Acogida de la Fundación Mía Clearwater, se sintió un poco incómodo. Mal que mal, en su historia había tenido una relación cordial (menos de amistad) con Harry Potter, sin embargo al hablar con él y agradecerle por haber cuidado de Hermione en su ausencia, se dio cuenta que Potter era un tipo común y corriente, que no se creía el cuento de ser héroe de guerra o salvador del mundo mágico y que, lejos de recriminar su pasado como mortífago, lo había aceptado de buena gana como el prometido de Hermione. Aunque él bien entendía que a Potter debió costarle una enormidad consentir esa realidad pues era obvio que después de tantos años, se imaginara a Hermione casada con Ronald Weasley o con cualquier otro Gryffindor, menos con un Slytherin o peor aún, con él, con Draco Malfoy, el menos indicado para ella.

—¿Te falta mucho? Ya son las ocho y recuerda que debo conducir hasta allá —dijo mirando su reloj. No quería llegar tarde a la primera invitación en la cual iría como novio de Hermione.

—Ya bajo, dame un segundo —se escuchó la voz de ella desde el segundo piso.

Cuando sintió que venia bajando las escaleras, se puso de pie, la esperaba con ansias. Sentir que sus pasos sonaban en los escalones y que pronto la vería, lo hacía sentir como un adolescente en espera de su primera cita. Amaba a esa mujer, amaba todo lo ella: su voz, su carácter, su fuerza, su cuerpo. Era perfecta para él.

Y ahí venía Hermione: hermosa y elegante, con un vestido elegido por él. Era blanco y entallado en la cintura que le llegaba a los tobillos, con una abertura que nacía en el mismo muslo y eso lo hacía ver refinado y sensual. Sintió que su corazón daba un brinco. Era ver a una diosa y ella era una diosa solo de él. ¿Y si en lugar de ir a cenar se quedaban haciéndose el amor toda la noche como acostumbraban? (Producto de eso, era que en repetidas ocasiones, Hermione llegaba a las diez de la mañana a trabajar). Ya estaba acostumbrada a los comentarios de Anne, Megara o de Daphne al respecto, quienes le decían que dejara algo para la Luna de Miel...

—Estás bellísima, Mía —dijo dándole la mano para ayudarla a bajar.

—Gracias a ti por tu buen gusto.

—Hermione, no me gusta el vestido. Me gustas tú —agregó poniendo sus manos en las caderas de ella y dándole un suave beso en los labios.

—¿Me ayudas? —Hermione le entregó el dije para que lo colgara en su cuello.

—¿No lo llevarás en tu muñeca? —preguntó extrañado.

—No, antes lo llevaba en la muñeca porque podía besarlo al no tenerte cerca de mí. Pero ahora te tengo aquí conmigo y te puedo besar las veces que quiera —había levantado su cabello y girado para que Draco uniera la cadena. Luego él depositó otro beso, esta vez en su hombro.

Siempre serás MíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora