Capítulo 8: Primeras horas. Normas y rutinas

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—¿Cómo pasaron las primeras horas de convivencia? —preguntó Agoney para romper el hielo, con normalidad, entrando a la que sería la clase de las tutorías.

—Bien —se limitó a contestar Raoul, demasiado consternado y desconcertado para elaborar una mejor respuesta. Si no hubiese cámaras sería distinto... Ya le habría recriminado enfadado aquel descaro, pero allí dentro debía controlar su carácter, debía mostrar solo la mejor versión de él. En ese momento vieron pasar a algunos compañeros que iban hacia la otra sala. Raoul resopló y preguntó señalando las sillas— Solo dos?

—Sí, con dos bastará ¿No eres muy hablador, no? ¿O es solo conmigo? —insistió divertido, mientras agarraban cada uno una de las sillas. Raoul le miró incrédulo, sonrojado, visiblemente incomodo con la pregunta. No contestó, mejor ignorar aquello, pensó. Agoney lo notó y se acercó fingiendo que le ayudaba a cargar mejor el pesado objeto— Cógelo bien no te vayas a lesionar antes de empezar, sería una pena con las ganas que tengo de tenerte en clase sudando la camiseta.

Al irse dejó la mano sobre su hombro, deslizándola hasta su antebrazo, alargando aquel cálido contacto. Un roce sencillo, tímido. Un roce que activó todas las alertas del rubio que sentía el pulso acelerado y el calor invadir todo su cuerpo. No, no podía pasarle aquello... Eso no... Pensó visiblemente alterado, con la coartada del esfuerzo para disimular el tono rojizo que pintaba sus mejillas. Agoney sonrió satisfecho, dejándolo solo en la sala con aquella silla en brazos y una sensación de desconcierto total. Vale, el profesor le estaba tirando la caña, a saco, sin disimular. Mierda, mierda... Pensó soltando la silla y llevándose las manos al pelo, estaba agobiándose ¿Cómo podía lidiar ahora también con esto? Primero se le fastidia la carpeta antes ni siquiera de poder empezar y ahora esto. ¿Cómo podía vender su imagen de estrella pop juvenil clásica si empezaban a asociarlo con temática gay? Necesitaba su móvil, consultar sus redes y comprobar si ese giro de guion podía ser rentable, necesitaba asegurar que aquello podía hacerle ganar incluso más apoyo aludiendo también al público gay juvenil, pero no podía hacerlo allí encerrado, incomunicado, y eso le agobiaba. Debía hacer algo y no tenía los datos suficientes para asegurar el éxito de aquella jugada. Tras unos segundos de intentar recomponerse, una voz le devolvió a la realidad.

—¡Ei, nen! ¿Qué haces aquí empanado? —preguntó Alfred asomándose a la puerta, Cepeda a su lado también frenó un poco el paso al verle. Raoul avanzó hacia ellos, cargando la silla sin decir nada— Bua, estás todo rojo, nen ¿Tanto pesa esto?

Asintiendo con la cabeza el rubio salió a su encuentro, silla en mano, y los tres se dirigieron a la sala de visionado de gala. Iban entretenidos hablando del despertar de esa mañana cuando oyeron unos pasos rápidos, enérgicos. Aitana se acercó sin apenas mirarlos, sin querer levantar la vista y arriesgar a que sus ojos se cruzaran con los del gallego, quien la siguió con la mirada. Tampoco quería llegar tarde así que aceleró justo al pasar por detrás de ellos, sin poder evitar sentir aquel nudo en el estómago. Se le pasaría, lo sabía, en cuanto el chico friki volviera a hacer alguna de las suyas esa sensación se diluiría y quedaría en un espejismo lejano, pero hasta entonces parecía que su cuerpo no podía olvidar aquellos ojos dolidos y heridos que se clavaron en sus entrañas. ¿Se había pasado con él? ¿Se le estaba yendo de las manos todo aquello? No era idiota, sabía que había jugado al límite desde el principio, que había sido incluso cruel por momentos. Era consciente que su actitud bien podía merecer una disculpa, pero a estas alturas el orgullo era ya el amo y señor, su más temible aliado y jamás lo permitiría. No se disculparía, no aceptaría ni siquiera haber pensado jamás que esa era una opción real, no para ella, no hacía él.

Los tres chicos intercambiaron miradas sin decir nada cuando el segundo timbre les motivó a apresurarse y entrar rápidamente a la sala del revisado de gala. Mireya y Miriam ya habían llegado y se sentaron en la segunda fila, Raoul dejó la silla y se colocó junto a los muchachos cerca de la puerta y justo en el último segundo Juan Antonio se coló estilo lagartija, por los pelos, ganándose el aplauso de todos los presentes. Se acabó el tiempo.

EL OTRO OT, el que pudo ser y no fue (afortunadamente)Where stories live. Discover now