02.- Una tarde en las cenizas del tiempo

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La tarde comenzaba a perderse entre los colores grisáceos de un cielo que apenas recordaba las tonalidades azules y amarillas de tiempos cada vez más lejanos. Un chico caminaba por el lado más desolado y triste de la ciudad. Parecía querer hundir sus memorias en un recipiente de fuego y hierro para tratar de, al menos, tener un poco de paz.

Andaba sin dirección alguna en su brújula. Sus ropas eran por completo diferentes a lo que cualquiera podría usar en aquel lugar, pero poco a poco parecían mimetizarse entre la suciedad y el olvido a fuerza de vestir el mismo atuendo desde un par de días atrás.

Tocó su bolsillo trasero por enésima vez sabiendo que no encontraría la cartera abultada que solía usar para pagar caprichos o comprar sonrisas. Después repitió la maniobra con el delantero, buscando un celular sabiendo que no lo encontraría; lo canjeó con un viejo hotelero a cambio de un cuarto que pudiera cubrirlo de la noche y sus horrores, al menos por un par de semanas. Miró su muñeca izquierda y reconoció la marca de sol que un reloj le había dejado a fuerza de usarlo por tanto tiempo; ahora ese reloj engalanaba la vestimenta de alguien más, y ese alguien lo obtuvo a cambio de un par de billetes, de los que ahora sólo le quedaban apenas unas monedas.

"Aquí estaré bien, aquí nadie me encontrará".

Se repetía una y otra vez en su constante deambular por las calles desgastadas y llorosas.

Después acarició su mejilla derecha sobre la que llevaba una gasa sujeta con cinta adhesiva, ambas se veían sucias y a punto de caerse. Ya no hay dolor sólo recuerdos, los que siempre le acompañarán evocándole un pasado que ya no podrá ser.

Tomó las pocas monedas que le quedaban y las contó.

"¿Ahora qué voy a hacer?" —como la efímera luz de un relámpago, una idea se presentó ante él—. "¿Y si cometo un robo?"

Volteó con timidez para echar un vistazo a su alrededor, pronto el retraimiento que sentía se borró al notar la pobreza del lugar.

"En verdad que es un milagro que nadie se haya interesado en hurtarme a mí"

Quiso reír sintiéndose tonto al considerar una opción así.

Poco a poco se internó cada vez más en aquella triste ruina de ciudad, hasta que, cuando la noche ya posaba su vista sobre los infelices que deambulan por sus venas de concreto y hoyancos, llegó al bar cuyas luces de neón parecían querer anunciar su nombre entre parpadeos. El lugar en sí parecía rodeado de un ambiente irreal, como si lo cubriera una magia extraña y atrayente. Un letrero de lámina, gastado y apenas legible, estaba clavado en la parte media de la entrada del lugar, tratando de no ser muy visible. Solicitaban a una persona, era todo lo que decía. Sopesó sus opciones, pero la verdad era que no tenía experiencia laboral y que no le sería fácil encontrar trabajo en un barrio como ése, o en cualquier otro.

"Trabajar o... ¿qué otra cosa puedo hacer?".

De pronto se dio cuenta de que en verdad estaba tomando en serio esa opción. Y sin pensarlo más, adentró su camino a las entrañas del lugar.

Era un martes, el lugar estaba ausente de parroquianos. Se detuvo apenas sus pies pisaron el área de mesas, a sólo un par de pasos de la entrada principal. Sus sentidos parecieron penetrarse de una negrura decadente y sucia, sintió como si el lugar entero estuviera con las luces en niebla, pero pronto se percató de que ese efecto lo provocaba el color negro con el que estaban pintadas las paredes y el techo, e incluso los muebles, maltratados, eran de colores ocres y sucios. El aroma también era deplorable, a tabaco rancio y sudor, olores de viejas peleas, esparcidas como gotas de azufre, en cada rincón del lugar.

Labios de carmínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora