MADEA

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Ser exigente cuando no eres rico o de sangre noble, no te lleva a nada en la vida

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Ser exigente cuando no eres rico o de sangre noble, no te lleva a nada en la vida. La exigencia y los caprichos se designan solamente a los ricos y poderosos, a los que tuvieron la fortuna de nacer en cuna de oro, en una mansión con todos sus deseos vueltos realidad con chasquido. Pero yo no era una de esas personas. Yo me sentía afortunada cuando mi ardúo trabajo se veía valorado, cuando tenía dinero con el cual comer y mandar a mi familia, cuando tenía un techo sobre mi cabeza y una manta para las noches.

Siempre envidié a las monarquías, porque siempre había trabajado para ellas. Mi envidia data de hace años, cuando era una joven doncella que odiaba doblar sabanas y tender camas para una princesa caprichosa y desconocida que se quedaba cada verano en el palacio rumano. La joven siempre tenía lo que quería cuando ella lo demandaba, todos corrían a servirla y hacerla sentir bien. Odiaba ser yo la que estuviera limpiando sus platos rotos para hacerla aparentar que era un niña digna de la tiara en su cabeza, que era digna de un trono... odiaba que esa niña me quitara la atención de príncipe cada vez que venía. Lo veía tan poco, y ella me lo robaba.

Con el tiempo dejé de ser tan cabezota y entender que entre el príncipe y yo jamás sucedería más que una relación laboral; una sirvienta y una príncipe heredero. Dejé de combinar nuestros apellidos, dejé de imaginar cómo serían nuestros hijos. Y me concentré en lo único que debía hacer en aquel palacio: limpiar y servir a su Alteza.
Hice tan bien mi trabajo que la princesa que una vez odié, se convirtió en mi mejor amiga y confidente en cuestión de pocas semanas. Ambas coincidimos en muchas cosas, ya no eramos un par de niñas caprichosas que se odiaban. Ella me amó, y pidió a sus tíos que yo fuera transferida a su palacio en Letonia durante el resto de sus vacaciones y que después me fuera con ella, quería que me convirtiera en su dama de compañía mientras que ella estudiaba en la Academia St. Marine. Fue por ella que estudié, dejé atrás el futuro de ser una sirvienta por el resto de mi vida y me convertí en una dama de su corte. Porque ella algún día reinaría Letonia y me prometió un lugar a su lado, a la persona que más confió en ella y que de verdad la conocía.

La conocía tanto que supe que fue ella la que soltó esa palabrota en francés al chico parado frente a mí.

— ¡Vous êtes un fils de pute!

— Que elegante, Andreta.

Mi mejor amiga se encontraba a la cabecera de la mesa. Vestía un impresionante vestido verde esmeralda que le iba perfecto con su tono de piel, además de que su cabello estaba bien recogido, le daba aire de superioridad. Pero lo que la hacía más notable era la mirada de odio en su rostro tan angelical, ahora parecía sacada de una pesadilla. Aunque si ella estaba así era porque algo muy malo le había hecho ese chico, que por cierto, no lo podía ver, pero su espalda era lo suficientemente sexy para mí.
Por el otro lado, un hombre mayor, acercándose a los cincuenta los miraba con impotencia, como si su vida dependiera de que estos dos pararan de pelear e insultarse. Pobre hombre. Andy no lo hará a menos de que reciba una disculpa del chico en la que se humille.

The Royals © #PGP2020Where stories live. Discover now