—Dinero, que más podía dejar.— renegó Malfoy, entregando todo en manos de su madre.

—Por favor, Draco.— pidió la señora.

—Aun así...— continúo el ministro —les tengo que pedir que sigan en el lugar que les dimos por su seguridad. Hemos llevado acabó varias redadas y esperamos poco a poco purificar todo para que puedan volver a su vida normal, pero de momento estar aqui no es seguro para ustedes.

—Lo entendemos.

—Si gustan tomar algo de sus pertenencias, ahora es el momento. ¡Rosier!— llamó

Abriendose la puerta de la oficina, Adam Rosier entró.

—Si ministro— el chico agachó la cabeza con respeto.

—Consideren a Adam como una conexión con el mundo mágico. Les ayudará a reconstruir su mansión y arreglar lo que necesiten sin tener que volver aquí.

Narcissa y Draco solo asintieron. Esperando hasta que el ministro saliera para hablar.

—¿Eres Auror?— pregunto Draco, molesto.

—Si, lo soy, pero aún así tengan por seguro que todo lo que me confíen será secreto, solo entre nosotros.

—¡Imbécil!— Draco se levantó, dándole un empujón y saliendo de un portazo.

Narcissa se quedó mirando el impoluto escritorio de su esposo y acariciando la silla de piel donde el señor solía sentarse a leer.

El rubio caminó por los fríos pasillos de altos techos, llegando a la conclusión de que no sé sentía en casa. Deseaba volver lo antes posible al pequeño departamento de cartón y recostarse en su cama para dormir por horas o tal vez días.

Inconscientemente sus pies lo encaminaron a su dormitorio. Antes de darse cuenta, ya estaba parado frente a los enormes espejos del fondo de la habitación.

Se miró un par de minutos. Perdido en su horrible reflejo.

Iba formal, pero las manchas de lodo en sus mangas delataban el laborioso trabajo de haber enterrado a su progenitor. Se acercó más a los espejos viendo su rostro con detenimiento, su cabello rubio se veía terrible, no quedaba nada de la sedosidad de antaño. Su rostro comenzaba a verse recio y las ojeras adquiridas cuando se convirtió en mortífago estaban firmemente tatuadas en él.

—Pobre diablo.— susurró para si mismo, odiandose, asqueado de verse tan devastado, y tentado a romper a puños cada maldito espejo que le recordara quien era él.

Estuvo a punto, hasta que un olor desagradable lo hizo mirar a los lados en busca del origen. Un maullido lastimero bajo su cama lo guió. Se inclinó y levanto la cobija de seda, el olor a muerte le dió de golpe en la nariz. Ahí estaba uno de sus gatos, la pequeña gata blanca, Rin, había muerto de hambre esperando a su amo.

Lleno de rabia, Malfoy bajó la cobija y todo ese llanto que había estado resistiendo comenzó a brotar de su interior. Sentado en el suelo permitió que al fin saliera todo el dolor que sentía, con desesperación se jalo el cabello, seco y sucio, que ahora lucía un tono grisáceo.

—¡Eres un asco!— gritó, golpeándose repetidamente la cabeza,
hasta que el maullido nuevamente se escuchó. A su lado y con pocas fuerzas un gato de pelaje negro, se acercó a él, acurrucándose entre las piernas de su dueño.

—¡Pax!— lo cargo entre sus brazos. El pequeño felino estaba casi moribundo. Si no hacía algo pronto, también fallecería.

Con sumo cuidado, lo dejó sobre la cama y de uno de sus enormes closets, sacó un par de maletas que comenzó a llenar de ropa, varios anillos, un par de libros y galeones que tenía escondidos. Nuevamente tomó al gato entre sus brazos y corrió en busca de su madre.

Lost City. Mi Nueva Vida.Where stories live. Discover now