Capítulo III

2.1K 221 19
                                    

"No vale la pena juzgarse uno mismo, eso ya es parte del trabajo del resto"


Después de llevar a Francisca a su casa llego a la mía. Devastada y todavía en shock abro la puerta, todavía sosteniendo el sobre sellado.

Mi madre se percata de mi llegada y corre a mi encuentro.

— ¡La has recibido! —Afirma sin conocer la verdad— ¡Dime por favor que lo has hecho! —

Con lágrimas a punto de salir de mis ojos alzo la carta y la dejo caer en sus manos, sin decir ninguna palabra.

Un estruendoso grito toma lugar, oigo las escaleras crujir al bajar mi padre. Para cuando había bajado mi madre ya estaba arrodillada al suelo, llorando y rezando al mismo tiempo.

— ¡¿Qué pasa?! —Exclama mi padre.

Mi madre sin pronunciar palabra alguna, coloca ante los ojos de mi padre el sobre con el sello real en la cubierta.

— ¡Caramba! —Toma unos momentos para procesar todo lo que pasa. Tiene la boca abierta pero sin palabras saliendo de su boca.— Eh....es-sto.....

—¿Lo has visto? ¡Tu padre está tan feliz como yo! —Grita mi madre, como si quisiese que todos los vecinos se enterasen.

Se acerca a mí y me envuelve en un abrazo, cuando todavía no sé cómo reaccionar.

Quiero llorar, quiero llorar muchísimo, pero no quiero decepcionar a mi madre. Le rompería el corazón si yo abandonara el concurso, aunque ni siquiera sé si está permitido.

Me doy cuenta que ya mis ojos no pueden contenerlo y huyo con prisa a mi alcoba. Me aseguro de cerrar la puerta y me apoyo contra ella, dejando todo mi peso caer sobre el suelo.

Las lágrimas ya se pueden sentir deslizándose sobre mi rostro, siento una desesperación, frustración, ira y terror, todo al mismo tiempo.

¿Qué será de mí? ¡No quiero usar vestidos elegantes! ¡No quiero tener que memorizar estúpidos y absurdos protocolos! ¡Me niego a castigar a alguien por míseros errores! ¡Me abstengo a esa vida!

Pero vamos, vivir en un pequeño rancho, todo el tiempo apestando a cloaca de caballo. Teniendo que salir por las pútridas calles para encontrar miserables cantidades de comida.

Ninguna de las dos vidas es perfecta ¿pero qué era mejor?

Mis padres, sería grandioso que ambos pudiesen tener una vida cómoda antes de partir de este mundo.

Espera, ¿pero qué hago pensando yo sobre lo que pasaría si ganase? ¡Es obvio que no ganaré!

Dejo mis absurdos y complejos pensamientos a un lado y regreso a mis lamentos.

Al cabo de un rato (y tras muchas lágrimas) salgo de mi habitación para encontrarme la sorpresa de que mis padres no están en casa, ya puedo ver cómo mi madre le cuenta a todo el pueblo la triste noticia, si no es que ya se han enterado

Me hago camino a la cocina para buscar algo de fruta, o algún trozo de pan olvidado. Veo una manzana en uno de los jarrones de barro de mi madre y la cojo. Le doy un buen probado para saborear el dulce jugo que exprime.

Salgo de mi pequeño hogar, hacia los terrenos de trabajo, para buscar a Luna, mi yegua. Desde que soy muy pequeña disfruto cabalgar, mi padre siempre presume de lo buena amazona que soy, a pesar de que no comparta sus ideas.

Termino la manzana y le coloco las monturas a Luna. Su suave pelaje marrón y crin castaña están notablemente sucios, pero con el tiempo que pasamos en la cosecha no nos rinde para poder darle los propios cuidados que merece.

Cadis: La UniónWhere stories live. Discover now