EPÍLOGO

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Bakugou corría con toda la fuerza que sus poderosas piernas de lobo le otorgaban, comiéndose el terreno, metro tras metro con cada zancada que daba pues la necesidad de llegar de nuevo al territorio de la manada, con su compañero, le estaba pegando un poco demasiado fuerte.

La misión en la que estaban su equipo y el equipo del imbécil de Todoroki había demorado más de lo que pensó y por ello, después de casi un mes, tenía ya más que suficiente. Volver a casa, a esa donde desde hace ya poco más de cinco años vivía con su pareja de vida, era algo que no sólo necesitaba, sino que anhelaba con una desesperación que a cualquier cambiaforma no acoplado le parecería casi irracional.

Atrás había quedado ese tiempo donde la cabezonería había dirigido su vida, casi haciéndolo perder lo más preciado que el destino tenía para regalar a cada cambiaforma en la tierra. Costó, pero al fin había sacado la cabeza de su culo y había hecho lo correcto, lo que su ser le había dictado hacer desde un principio.

Ahora, cinco años después de ello, contaba con veintisiete años y simplemente no podía más que afirmar que los últimos cinco, habían sido algo más que irreales. La vida como cambiaforma acoplado era más de lo que podía desear y compartir su tiempo, espacio, pensamientos, fortalezas, debilidades y sentimientos, era algo que, a pesar de haberle costado por su forma de ser, había aprendido a apreciar.

También estaba el sexo, por supuesto. El sexo era una de esas cosas que habían hecho su vida mucho mejor y aunque no era lo más importante, sí que tenía su propio lugar en el estante de cosas que hacen que la vida de acoplado valga la pena, o algo así. Deku y él al ser una pareja recién acoplada tenían la libido por los cielos y desnudarse y hacer el amor en casi cualquier lugar con una superficie plana, estaba a la orden del día.

Deku era un omega y Bakugou adoraba la forma en que el hombre, se dejaba llevar por él en su pasión y lujuria. Respondía a su toque, a sus besos, joder, respondía a simplemente su voz y eso lo encendía de mil maneras diferentes. Deku a la hora de su acoplamiento no había sido mucho más que un lobo adolescente con sus dieciocho años de edad, con inseguridades y reparos propios de alguien que era virgen, algo que no le molestaba, todo lo contrario, saber que fue el primero y que sería el último dándole placer hasta el último de sus días, era demasiado para su ego ya crecido. Sin embargo, ahora, tras cinco años de consistente y ardua práctica, no era más que el omega más sensual, sexy y hermoso que sus jodidos ojos habían visto.

Y era todo de él. Para siempre.

En esos cinco años el omega peliverde había aprendido a defenderse gracias a clases única y exclusivamente dadas por él mismo, que solían acabar muchas veces con uno sobre el otro después de una serie de ataques, en una posición que dejaba poco a la imaginación y que, finalmente terminaba en ambos enredados sobre las sábanas de su cama, exhaustos y satisfechos.

El entrenamiento fue un pedido hecho por el mismo Izuku y Bakugou en acuerdo con que su pareja debía saber defenderse apropiadamente, aceptó con todo gusto a ser su instructor. No por nada era uno de los mejores guerreros de la manada. Bakugou descubrió muy rápidamente una agilidad y velocidad en el omega que lo sorprendieron grata y enormemente, las cuales buscó sacar a flote y potenciar. Él, en su forma de lobo era feroz, imponente, fuerte, veloz y ágil, pero estas dos últimas cualidades no se comparaban con las de su pareja, y orgullo puro lo invadió. No solo tenía a su lado al hombre más hermoso que sus ojos habían visto, sino que además poseía unas habilidades natas que, en caso de estar en algún peligro, lo podrían ayudar y serían decisivas al momento de salvarle la vida.

De la habilidad aquella de curación no quería hablar. Le tenía prohibido utilizarla. Eso no había impedido que, en un par de ocasiones, Deku hubiera hecho su voluntad y hubiera echado a saco roto su prohibición.

Mi destino eres túWo Geschichten leben. Entdecke jetzt