19. Sesión 5

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Viernes.

Marcelo sabe que, en una sesión con un paciente, el tiempo no transcurre sincronizado con el que determina el reloj. La subjetividad es total, aparecen cosas imprevisibles con respecto a los temas que se tratan, y la superficialidad con que se habla de ciertas cosas es variable.

A veces, el silencio envuelve la sesión y no es fácil articular ninguna pregunta que haga la charla más fluida. A veces, ni siquiera es necesario que la charla fluya y solo hay que interpretar los silencios.

Así que tanto el tema como su profundidad dependen muchas veces de sorpresas que suceden durante el desarrollo de la propia reunión y de la habilidad del terapeuta para abordarlas.

Marcelo había decidido intentar centrar el tema en la nota numerada como ocho, en el expediente de Gabriel. Le interesaba la interacción recurrente de Gabriel con la alucinación que él denominaba Lari.

—Perdona, ¿dices Lari, porque es el diminutivo de algo? —preguntó Marcelo.

—Lo mismo le pregunté yo. Me dijo que no. Que era su nombre y ya está. Me dijo que podía cambiárselo y llamarla como quisiera.

Marcelo lo miró por un momento antes de hablar.

—Lari es una alucinación —sentenció seriamente.

—No. No tienes idea —enunció mirándolo a los ojos.

—Gabriel...

—¡Que no! Lari es muy real para mí. Me explicó mi condición y el valor que tiene. Y no le llamó "enfermedad", como le llaman por aquí —le reprochó finalmente.

—En tu condición no es algo anormal sufrir alucinaciones. Estamos trabajando para comprender la naturaleza de estas alucinaciones —aseguró Marcelo—, y con el correcto tratamiento...

—¡No estoy enfermo! ¡Soy distinto! ¡Soy mejor! —le interrumpió Gabriel.

Marcelo emitió un suspiro que fue demasiado audible. Lo reconoció como un gesto imperdonable para cualquier profesional que se precie.

"No estoy abordando el tema de la forma correcta", se recriminó. Era evidente que esa no era la manera en que Gabriel reconocería que alucinaba.

Las dudas lo poseyeron por un breve instante. Se repuso. Debía volver a tener el control de la reunión. Decidió volver a lo que tenía en mente al inciar la sesión.

—¿Continúo? ¿Quieres que lea la nota y la comentamos? —invitó.

—No hace falta. La recuerdo perfectamente.

—¡Excelente! ¿Puedes contármela con tus palabras? —preguntó Marcelo, mientras guardaba dentro del expediente, las hojas que tenía en la mano. Si Gabriel estaba dispuesto a hablar, la reunión todavía estaba en situación de ser recuperada.

—Vale, puedo —dijo después de carraspear y acomodarse en la silla y continuó.

»Estaba por entrar al estudio. Al edificio donde tengo el estudio, quiero decir. Y me abordó a plena luz del día a mitad de la acera. Sin dolores de cabeza, sin palpitaciones, ni sordera, ni voces, simplemente se me acercó y dijo, "Hola, Gabriel, soy Lari", así de fácil —Gabriel chasqueó los dedos junto con el final de la frase.

Marcelo abrió su bloc de notas, pero no escribió nada ya que quería que Gabriel lo tomara como una invitación a seguir hablando.

—Me dijo "sígueme, por favor" con una sonrisa. Yo estaba totalmente petrificado. ¿Te imaginas lo que eso era para mí? Ya te lo dije, sin murmullos, sin voces en la cabeza, sin dolores. Todo normal y Lari delante de mí diciendo que la siga en plan "Terminator" cuando le dice a la chica "Ven conmigo si quieres vivir", ya sabes lo que quiero decir. La película.

Marcelo estaba casi seguro de que ese último párrafo aparecía textualmente en las notas.

—Pero no puedes estar seguro de que no fuera una alucinación..., quiero decir, no sería la primera vez que estarías sufriendo una —volvió Marcelo a rescatar su punto.

—No te voy a negar que dudé. Pero vi a la gente esquivándola. Estábamos en la acera y parecía ocupar un lugar físico. Y ninguna de las otras señales estaban presentes, ya sabes, ni voces, ni dolores. Lari estaba ahí. No te niego lo inusual de la situación, pero si alguna vez fue una alucinación, esta no era una de esas veces.

Marcelo jugó con su bolígrafo sobre el bloc de notas. Le dió unos golpecitos y preguntó.

—¿Lari te inspira miedo? ¿Cómo defines el miedo en este caso?

—No. No me vengas con mierdas psicológicas ahora... ¡Era Lari! ¡Estaba ahí! La gente pasaba a nuestro lado y la veía y se apartaba para no tropezarse con ella. ¡Qué coño voy a tener miedo! Solo era una situación inusual. Y la seguí, ¡Claro que lo hice! A la vuelta de la esquina nos detuvimos frente a una puerta negra que nunca había visto, y no te olvides que era a la vuelta de la esquina de donde había ido a trabajar un día sí y otro también.

Gabriel inspiró profundamente y agregó.

—Me dijo que dentro encontraría las respuestas a todas mis preguntas —terminó la frase al mismo tiempo que abría los brazos y lo miraba con los ojos muy abiertos —¿Te lo imaginas? ¡Dentro estaban las respuestas a mis preguntas! Preguntas que ni siquiera había hecho alguna vez en voz alta y que ella conocía.

Marcelo volvió a reconocer un párrafo exacto.

—Vamos a cambiar la dinámica, a ver qué te parece ¿Me dejas leer la nota? —le pidió—. Yo la leeré y te invito a que te transportes a ese momento y me interrumpas cuando lo creas conveniente. No utilices la razón. Háblame de sensaciones. Si en un párrafo te parece que debes interrumpirme para contarme algo más, algo que sientes..., no lo dudes: hazlo. ¿Te parece que podemos hacer este ejercicio?

A Marcelo le interesaba comprobar las reacciones de su paciente frente al texto exacto de lo que alguna vez escribió y ahora recordaba.

Gabriel asintió.

EsquizofreniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora