7. Sesión 1

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Lunes

Marcelo llegó inquieto a su primera cita profesional en el Instituto. Aunque no estaba ansioso, no podía dejar de admitir que iniciar con un nuevo paciente era una situación estresante de alguna forma. Y mucho más si este primer paciente era su propio jefe. La persona que lo había contratado.

Se detuvo frente a una puerta, blanca como todas, pero con el número "1" pegado en el frente.

Golpeó y entró directamente sin esperar que contestaran desde su interior mientras enunciaba formalmente un: "con permiso".

—Hola, Gabriel. ¿Cómo estás? —dijo al mismo tiempo que ingresaba en la habitación.

Gabriel está sentado en una silla en medio de la sala con las manos apoyadas en la mesa y su única reacción es mirarlo. Vestía una camiseta gris de manga corta y escote en "v". Su mirada es algo ida, o tal vez despreocupada. Está en una habitación de hospital y, obviamente, no está bien.

—Estoy bien, gracias.

Gabriel se acercaba a los 35 años, aunque parecía algo más viejo. Estaba desalineado y despeinado ligeramente. Casi podría decirse que ni siquiera era la misma persona con la que no hacía muchas horas casi se había tomado unas copas.

El lujo de ayer contrastaba visiblemente con la sobriedad de la habitación actual, provista de una cama de una plaza, una mesa en el centro y dos sillas, como único mobiliario. Marcelo pudo ver una pequeña puerta entreabierta a su derecha que, al descubrir un trozo del lavamanos, dejaba adivinar la presencia del baño.

—El nuevo loquero por fin en funciones, a ver que sale de esto —agregó Gabriel sin ningún tipo de inflexión en la voz.

Marcelo apoyó su portafolio sobre la mesa. Lo abrió, sacó el expediente con la copia de las notas entregadas por Gabriel y lo dejó junto al portafolio. Sacó su bloc de notas, cerró el maletín y lo apoyó en el suelo, junto a su silla.

Era tan consciente de que Gabriel le había rotulado como "loquero" como de que repetiría esa rutina día tras día hasta que su paciente se acostumbrara a verlo. La misma cadencia en la entrada, la misma forma de vaciar el maletín. Sabía que gran parte del éxito del método terapéutico que aplicara estaría indisolublemente unido a su propia persona. El factor "relación paciente/terapeuta" importaba tanto como el tratamiento en sí.

—No. Nunca me gustó esa etiqueta "loquero" —agregó mientras se sentaba en el lado opuesto de la mesa, frente a Gabriel. Lo miró esperando el contacto visual, como una invitación a que ahora le tocaba hablar a él.

—¿Que etiqueta te gustaría? —dijo su paciente esquivando la mirada.

—Ninguna en particular. ¿Por qué te parecen necesarias las etiquetas?

—¿Y entonces? —dijo ignorando la pregunta y replicando en forma de reproche infantil como cuando un niño no consigue que otro juegue con él.

—Las etiquetas, de alguna manera, señalan en dos direcciones. ¿Sabes? Si me dices "loquero", solo por etiquetarme, lo que en realidad haces es etiquetarte a ti, al mismo tiempo, como "loco". La etiqueta es como una flecha que apunta en dos direcciones. Pasa casi con todas, por ejemplo, si me etiquetas como "asesino" es posible que indirectamente cargues con el rótulo de "víctima". Me gusta hablar sin etiquetas siempre que sea posible. ¿Tú qué opinas?

Gabriel no contestó. Se mantuvo quieto en su silla sin levantar la mirada.

—¿Te molestan las etiquetas? —volvió a intentarlo Marcelo.

Gabriel se encogió de hombros.

—Ahí tiene mi expediente —dijo señalándolo sobre la mesa —¿Cuál es mi etiqueta? O tengo más de una tal vez. ¿Cuál me pondrías?

EsquizofreniaTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang