XXIII

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Necesitaba verla, cada día que pasaba, se sentía una completa agonía. Más aún al verla en el instituto, y no poder acercarse a ella, porque Noah se lo tenía prohibido.
A su casa tampoco podía ir, Adam o Laura lo echarían antes de poder hablar con la morena.
Pero ya no podía soportarlo. Verla hablar, reír con otros chicos, o incluso tipos mayores, lo hacían arder en cólera.
Esperó a que fuera la salida de clases, y como aquel día salían en horarios diferentes con Verónica, era el momento indicado.
—Eva.
Ella al escuchar su voz, no se detuvo, ni siquiera lo miró, continuando caminando hacia su casa, apretando su bolso.
—Eva, por favor, espera —le dijo siguiéndola.
—Vete por favor, Eva no quiere verte, o hablar contigo.
—No digas eso —pronunció bajo, en un tono lastimero—. Hace más de una semana no sé nada de ti.
—Y así seguirá —le dijo llegando a la parada del autobús.
—Por favor —le pidió tomando una de sus manos.
—Suéltame —susurró intentado quitarla.
Pero él ajustó su agarre alrededor de su muñeca.
—Solo te pido que hablemos, solo eso.
—No, tú no me respetas.
—Lo siento, en verdad lo lamento. Sé que estuvo mal, que tú no lo querías, pero no pude evitarlo.
—Basta, Gian. Eres un hombre comprometido.
—¡Pero no la amo!
La soltó y respiró profundo, cerrando los ojos por un momento.
—Lo siento. Sólo te pido hablar, podemos ir a la plaza que está aquí cerca. A la vista de todos, para que veas que mis intenciones son buenas.
Suspiró y asintió con la cabeza.
—De acuerdo.
Caminaron ambos hacia la plaza, al ser hora de escuela y trabajo, no habían casi personas. Sólo algunas que pasaban caminando, o paseando.
Se sentaron bajo un árbol, en unas bancas frente a una mesita de madera.
—¿De qué querías hablar? Eva no puede quedarse mucho tiempo.
—De nosotros.
—No existe un nosotros, Gian, jamás lo existió, o existirá.
Intentó tomarla de las manos, pero ella rápidamente las bajó hacia sus muslos, impidiendóselo.
—Dejaré a Amber.
—No, no puedes hacer eso. Ella es tu mujer.
—Pero yo no la quiero, no soy feliz a su lado.
—Lo siento, pero... Eva no puede hacer nada al respecto.
—Sí, sí puedes. Sólo, debes esperarme un poco.
Negó con la cabeza, mirando hacia abajo.
—Ya no quiero ocasionar problemas, Eva no interferirá en una relación.
—Eva, por favor. Ella nunca significó eso para mí. Nuestra relación solo es una ilusión, una farsa. Yo solo... Quiero sentirme feliz al menos una vez, saber que es besar a una persona que sienta lo mismo por ti. Estar con alguien, con quien compartir algo más que la cama.
Cerró los ojos, y se puso de pie, dispuesta a irse. Ya no quería oírlo.
—Eva —le dijo tomándola de la mano una vez más—. Dime que lo pensarás.
—N-No lo sé.
—Yo siento lo mismo que tú por mi.
—No lo sé, Gian —pronunció soltándose de él—. Debo irme, adiós.

-o-o-o-o-

—Ahora revuelve eso —le dijo mientras lo guiaba.
—Hmm ¿Así? —le preguntó tomando una cuchara de madera, revolviendo unos espaguetis.
—Ajam, ten cuidado de no hacerlo muy fuerte, o te quemarás con el agua.
—¿Por qué debemos cocinarlo nosotros? Podríamos comprarlo hecho.
—Porque yo prefiero la comida casera, Adam.
—¿Sabes que sería bueno con esto? Unas grandes y jugosas chuletas de cerdo.
Río divertida.
—Creo que amas demasiado la carne.
—Sí, cuando vivía en las intalaciones —le contó mientras buscaba la carne en el refrigerador—. Solo nos alimentaban con unos preparados nutricionales, que eran unos purés asquerosos y chiclosos, sin gusto alguno.
—Que horrible.
—Lo eran, pero eso nos mantenían "sanos". Conocí la carne por Julia. Ella a veces a escondida de los científicos, me traía pequeñas porciones de cerdo.
Lo miró curiosa, sentándose en una silla, tomando una manzana.
—Nunca me hablaste de Julia, ¿Quién es?
—Sí te hablé de ella —le dijo buscando un sartén—. Es la mujer a la cual le arranqué los brazos. Sólo que nunca te dije como se llamaba, hasta ahora.
Le dio una mordida a la manzana, observabdo como le ponía sal a la carne.
—¿Y tú sentías algo por ella? Es decir, recuerdo que dijiste que era amable contigo, y que además, tuvieron sexo.
—Yo era joven. Quizás unos diecisiete años, o menos. Era un adolescente.
—¿Y ella?
—Treinta.
—Maldita pedófila.
Sonrió y colocó la carne a cocer.
—Pero era una mujer hermosa, jamás se le notó su verdadera edad. Cada vez que ella sonreía, sentía que toda la mierda que me rodeaba, era soportable.
Ella lo miró, y luego bajó la cabeza, girando la manzana en sus manos.
—¿Estabas enamorado?
—... Tal vez... —murmuró aún de espaldas a ella.
—¿Y sólo lo hicieron una vez?
—No. La primera vez, lo habremos hecho como tres veces, antes de que ella se fuera. Y luego... De "matarme" tres veces, volvió en la noche, pidiéndome perdón, diciéndome que ella solo cumplía órdenes.
—¿Le creíste?
—Sí le hubiese creído, no le habría arrancado los brazos. Fingí que lo hacía, besándola una vez más. Tuvimos sexo, ella se veía muy feliz —recordó con rabia—. Y yo no iba a permitir que me siguiera usando. Fue entonces, cuando ella se había descuidado para vestirse, que la tomé del cuello con las cadenas que estaban en mis muñecas.
Ella lo observó atónita. Él lo estaba contando con tanta frialdad.
—Pero asfixiarla sería una muerte muy fácil. Así que, le cubrí la boca con una de mis manos, y con la otra, enterré mis dedos en su-
—Para, por favor —le pidió sintiendo el estómago revuelto, de sólo imaginar la sangrienta escena.
—Claro —le dijo dando vuelta la chuleta—. Pero descuida, a ti no te haría lo mismo.
—¿Por qué no? —le inquirió con cierto temor.
—No eres como ella. Tú me rechazas, no finges quererme para conseguir algo a cambio. Es más —rio—. Ni me quieres, me detestas. Por eso me agradas.

-o-o-o-o-

—Amber, debemos hablar.
Clavó el cuchillo en la tabla donde estaba cortando unas verduras, y se giró para mirarlo, sonriendo.
—¿De qué, mi amor?
—Necesitamos tiempo.
Sabía que algo se traía el rubio, desde hacía varios días actuaba extraño. Y ya ni siquiera quería tocarla.
—¿Tiempo? ¿De qué hablas?
—Siento que nuestra relación-
—¿Gian? ¿Qué vas a decir?
—Amber, ya no puedo seguir contigo.
Respiró profundo, y tomó la cuchilla que estaba detrás de su espalda.
—¿Recuerdas lo que me prometiste cuando nos escapamos?
—Sí, pero-
—Dijiste que siempre estarías conmigo —le dijo mostrándole la cuchilla, tocando el filo de la misma con la punta de sus dedos—. Yo asesiné por ti, Gian. Ya no soportaba ver como esa vieja asquerosa ponía sus manos sobre ti. Y te prometí, que volvería a hacerlo.
—Amber —pronunció serio.
Ella sonrió.
—Tómate el tiempo que necesites, mi amor. Pero si ese tiempo, es para estar con alguien más... Tú conoces las consecuencias. Y a mí, no me interesa si me expulsan o encierran.

...

Synthetic's boyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora