Capítulo 0. Línea de partida.

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                                                                                    Prólogo.

Cientos de dólares se encontraban esparcidos por la habitación de colores burdeos, dorados y negros, en la mesilla de café se encontraba un arma cargada, que sin duda pudiese ser usada para asesinar a quien se atreviera a tocar el dinero. O la mina de oro, como le llamaban. Olegario Martínez el capo de los capos de Colombia caminaba por la amplia habitación de uno de los hoteles Fialho Suites, el que se encontraba para ser exactos en la tropical Cartagena de Indias, sosteniendo una llamada telefónica con Santos Barragán uno de los narcotraficantes con mejor suerte de ese país, en todos los años en el negocio nunca ha sido atrapado pero por supuesto que todos sabían quién era él.

Estos se encontraban discutiendo sobre cómo sería su último movimiento, no es normal cargar a una cuenta bancaria quinientos millones de dólares sin verse sospechoso, es que el simple hecho de depositar cualquier suma alta  de dinero sería un movimiento en falso y ellos sabían eso. Olegario se acerco al bar de madera oscura, coloco la cabeza al un lado para sostener el teléfono celular  entre su cabeza y el hombro sirviendo así en un vaso de vidrio que ya tenía unos cuantos cuadritos de hielo un whisky puro. Tomando un trago le dio la espalda al bar prosiguiendo su caminata la cual le parecía una excelente manera de bajar la presión que conlleva ser alguien tan poderoso. Luego de unos minutos cuando por fin él, junto con Santos Barragán habían finiquitado detalles se echó sobre el sofá color champán frente a la mesilla de café y miró el arma que allí yacía, la tomo entre sus manos y justo en ese momento la puerta se abre de par en par dejando a la vista a más o menos seis hombres vestidos completamente de negros encapuchados portando arma grandes, el ruido llamo la atención de los guardaespaldas que salieron de las salas continuas con el fin de averiguar el porqué del alboroto, pero no pudiendo avanzar más allá de la puerta porque fueron baleados hasta morir por los hombres de negro. Los hombres comenzaron a sacar bolsas de lona y acercarse al dinero con la intención de tomarlo todo.

—¿Quienes son ustedes?— Exigió Olegario con arma en mano.

—El señor York le manda saludos, y le da las gracias por el dinero-Dijo uno de los hombres—Sí, ya sabe por hacerlo quinientos millones más rico—El resto se ríe mientras recogen el dinero regado en el piso, en los muebles, en los sillones, en las mesillas y en todo el mobiliario de la suite. El que antes hablo, apuntaba a la cabeza de Martínez para inmovilizarlo haciéndole una seña para que bajase el arma y este viendo la clara diferencia que sin duda no lo beneficiaba, cedió.

—Ya sabía yo que el man este no es más que una rata, oiga, dígale a su jefe que se las verá conmigo—Sonrió Olegario—No crea usted que esto se quedará así como así, a mí nadie me jode y menos ese gringuito— Con todo el dinero recogido, el hombre disparó a Martínez en una pierna y luego en la otra, camino con paso decidido tomando el celular de este para estrellarlo contra una de las paredes haciéndose añico. Así no podría avisarle a nadie dándoles margen para escapar o esconderse.

—Que tenga buena tarde, Martínez—Entonces Martínez no pudo sentirse más impotente en la vida hasta ese momento, antes de salir de la habitación el hombre llevo su mano hasta el borde de la capucha quitándosela y dejando así a la vista la sonrisa petulante llena de satisfacción de Kendall York. Martínez no creía lo que veía y sin nada que hacer golpeo la mesilla partiendo el cristal en pequeñas partículas.

Sin duda alguna Kendall York se encontraba en la cima de la lista de enemigos de Martínez, estaba jodido pues su sangre correría por donde primero lo pescara. Nadie podía simplemente robarlo y vivir para contarlo, eso nunca, así que con el humor de perros se arrastro por la habitación quejándose por el dolor que sentía en ambas piernas por las balas hasta donde sus guardaespaldas yacían muertos para tomar un teléfono de algunos, cuando consiguió uno marcó el numero de Barragán, que al contestar no logro decir nada porque su jefe se le adelanto.

—Quiero al gringo muerto; y junto a él todo lo que le importa a ese desgraciado—Después de eso, la línea murió. 

La Propuesta IncorrectaWhere stories live. Discover now