XIX

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El padre hacía poco había fallecido

y con ello una gran depresión le había caído.

Pasaron dos, tres, cuatro meses

y recién ahí se animó a visitarle.


El cementerio era un lugar muy bonito,

especial para llorar a moco tendido,

¡esta tristeza no se iba!

Ni aunque pasasen miles de días.


Caminaba por el sendero de mármol,

recordando el viejo abrigo masculino de charol;

sin duda, era el favorito de su padre

y ahora él lo usaba sin siquiera emocionarse.


Decidió en un banco descansar

pues le costaba continuar.

Había demasiada gente muerta en ese lugar,

y muchas más ganas le dieron de llorar.


El cementerio estaba casi vacío

excepto por un hombre que caminaba tranquilo,

andaba con las manos en los bolsillos

sin prestarle atención al camino.


Miró su reloj para revisar la hora

aún le quedaba tiempo para descansar un rato.

Cerró los ojos y respiró profundo

exhaló y oyó a aquél hombre taciturno.


Al principio pensó que seguiría de largo

pero en realidad sacó sus manos,

¿qué, eso era un cuchillo?

¡Oh por dios, empezó a perseguirlo!


Cada vez estaba más cerca

y encima casi se cae gracias a una tuerca.

Intentó con todas sus fuerzas seguir por el camino de mármol

pero llegó un momento en el que no conducían a ningún lado.


Estaba alejado de la salida

y, aunque gritara, el guardia no lo escucharía.

Miró para atrás sin parar,

se dio cuenta de que no había nadie atrás


Se quedó bastante extrañado,

pues minutos atrás estaba aquél hombre encapuchado;

¿habrá sido producto de su imaginación?

no, eso no estaba muy claro.


Sacó su celular unos instantes

y se dispuso a llamar a los oficiales.

Sin embargo vio que le llegó un mensaje,

se trataba de un viejo amigo de su padre.


Le alertaba de que tuviera cuidado en el cementerio

pues un loco preso estaba en cautiverio,

de igual manera no pudo seguir leyendo

porque toda su visión se tornó de negro.

Rimas para después de matarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora