Capítulo XV

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XV

La puerta fue tocada dos veces. Margaret entró con un plato y una taza en mano. Miró a la mutante sin saber si sonreírle o no. No tenía idea de cómo reaccionaría tras su estadía fuera de la casa. Mientras lo pensaba caminó hacia la mesita de noche y colocó ahí el plato, todo bajo la atenta mirada azul de la joven.

-Son judías. Por el momento es todo lo que hay, espero que no te moleste.

Ella negó lentamente con la cabeza y bajó los pies de la cama. También sentía algo extraño respecto a la situación. Era inquietante y confusa, por lo cual tampoco sabía cómo debería reaccionar. Margaret comenzó a incomodarse ante el silencio, por lo que se acercó a ella y le rozó un hombro. Sonrió nerviosa ante la impasibilidad de la joven tras varios momentos. Se giró en dirección a la puerta.

-Voy a la cocina. ¿Quieres té o café?

La chica desvió sus ojos hacia la ventana. Permaneció así por un lapso lo suficientemente largo como para volverlo incómodo. Entreabrió los labios.

-Lo que sea.

-Bueno, no tardo.

Margaret salió cerrando la puerta tras de sí. Se recargó del otro lado de la puerta. Qué estupidez, la taza que le había llevado contenía té, y con el pretexto de huir de ahí le había soltado una pregunta tonta. La mujer se apretó las manos con nerviosismo. Luca no estaba en casa, los recuerdos comenzaban a atormentarla. El grito de señor Lawrence en la madrugada, y la visión del cuerpo del que fue su amado Greg. Margaret se preguntó por qué no había soldados registrando todo Dámesis. La embargó un terrible desasosiego.

Miró hacia la puerta de la habitación de Luca, y luego se retiró hacia la cocina. Tenía frío, un frío que nada tenía que ver con el clima. Ella se había prometido a sí misma a ayudar a la mutante, pero la situación no tenía ni pies ni cabeza. Tratar con la joven era como tratar con un aparato cubierto de piel. Quería ayudarla, especialmente ahora que la habían recuperado, pero ella parecía no tener conciencia de nada. Margaret sintió que la invadía la tristeza. Esa joven era un cadáver, y ella no tenía idea de cómo volverle a la vida.

Si la joven no cooperaba, todo estaba perdido para ella.

Margaret casi se pegó al techo de un salto cuando encontró al lobo husmeando en la cocina. Este dio un corto salto hacia atrás cuando se vio pillado in fraganti. Luego se quedó muy quieto, expectante a la respuesta de la humana que tenía enfrente. El can tenía hambre, y la casa se hallaba cerrada a cal y canto, de modo que no podía salir a conseguir alimento. La única fuente de alimento estaba de pie frente a él.

El lobo emitió un leve gruñido mientras levantaba la cabeza. Sus neuronas reunieron mediante sinapsis los recuerdos que le indicaron qué hacer.

El grito que soltó Dmitri fue la gota que colmó la paciencia de la vieja Bertha, la mujer que se encargaba de atender a los eventuales heridos. Con la palma de la mano abierta le propinó una palmada en la cabeza a Dmitri.

-¡Cállate! Hombre quejica, solo es una quemadura.

Dmitri la fulminó con la mirada mientras remusgaba las palabras imitando la voz ronca de la mujer. Es porque ella no sentía la revolución que se había desatado en sus terminaciones nerviosas ni había dejado su piel en un trozo de metal incandescente. La mujer le tocó la herida con algodón embebido en agua oxigenada y luego con los dedos aplicó un ungüento. Dmitri se irguió y abrió la boca, pero la mirada de Bertha le obligó a tragarse su improperio y a apretar los dientes.

-Hombres estúpidos, todo por andar de enamorados –rumió la señora.

-¡No es cierto! Y fue Luca el estúpido, no me culpe a mí de sus fantasías –le gruñó.

WhateverWhere stories live. Discover now