I V

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Lo que más importa
es qué tan bien caminas
sobre el fuego.
(Charles Bukowski)

Su nuevo hogar era un poco más grande de lo que Alex había esperado, aunque seguía siendo un rectángulo de paredes reducidas. En la habitación cabían dos camas individuales, dos escritorios muy simples, dos armarios de buen tamaño, y un librero de cinco estanterías que, supuso, tendría que ser compartido. No había ninguna ventana, pero el hecho de tener un baño propio lo compensaba todo.

Pequeño pero acogedor, suspiró.

Alex, quien estaba acostumbrado a los cambios constantes, sabía que no supondría un problema adaptarse a aquello. Pero el hecho de conocer gente nueva siempre le ponía incómodo.

Él había tenido muy malas experiencias cuando entablaba conversación con alguien que acababa de conocer, y la charla siempre se ponía rara en el mismo momento: cuando Alex tenía que especificar su género. Él ni siquiera se entendía a si mismo la mayoría de las veces, ¿cómo le explicaba a los demás que era de género fluido? No había ninguna manera correcta de hacerlo, y estaba cansado de responder las mismas preguntas curiosas de la gente.

A veces ni siquiera le apetecía conocer personas nuevas, pero Alex no podía escapar del inevitable encuentro con su compañero de habitación. Él sabía que era esencial que hubiera un buen comienzo para que el año no fuera una tortura para ambos.

Alex cerró la puerta con el pie, ya que tenía las manos ocupadas, y descubrió que sobre la cama del lado derecho había dos maletas pequeñas que daban el claro mensaje de que esa cama no estaba disponible. Alex dejó sus cosas en la cama izquierda y echó un rápido vistazo a su alrededor.

No había rastro de su compañero, así que se dispuso a desempacar las dos cajas pequeñas que había tratado con mucho cuidado desde que salió de Boston. Las piezas de cerámica estaban muy bien envueltas en papel periódico, y afortunadamente todas ellas estaban intactas.

Alex podía pasar horas observando los ornamentos, fijándose siempre en los detalles que la delicada mano de su abuelo les había dado forma. Eran una prueba tangible de la bondad y paciencia que habían caracterizado a la persona más importante en la vida de Alex.

Su abuelo había decidido no vender algunos de sus jarrones a pesar de que le habían ofrecido distintas ofertas considerables. Él una vez le había contado a Alex que para diseñar un nuevo jarrón se inspiraba en una persona que le despertara inspiración. Los más bonitos de su colección eran una pareja de jarrones de un color rosa mexicano con pequeñas líneas curvas de distintos tamaños que abarcaban toda la superficie. Lo increíble de ellos era que eran como dos gotas de agua. No había ni una mínima diferencia entre ellos, a pesar de que con la cantidad de detalles pareciera imposible. Alex no podía ni imaginarse lo difícil que había sido para su abuelo pintar aquello para que las líneas coincidieran.

También había una figura que representaba a Alex: una calavera de cerámica inspirada en las coloridas calaveras de azúcar en la cultura mexicana. Su abuelo se las había ingeniado para que la decoración funcionara con únicamente dos colores: verde y rosa.

Alex había tenido varias peleas con su padre por culpa de aquella colección. Una vez que su abuelo falleció, su padre quiso venderlas, pero como su abuelo se las había heredado a Alex, éste se opuso rotundamente a deshacerse de ellas. Alex sabía que su padre no dudaría en sacar unos cuantos miles de dólares a su menor descuido.

Una vez que Alex acabó de asignarles un lugar en su lado de la habitación, su compañero todavía no aparecía. Al sacar su teléfono móvil para ver la hora -¡ya eran las tres de la tarde!- y vio en su bandeja de entrada un mensaje de Samirah que había recibido hace tres minutos:

En la Academia Yancy [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora