PARTE 3

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Se animó a preguntarle a su amiga por el chico apuesto.

—Ni lo pienses —le respondió firmemente—. Te lo digo por tu bien. Es el capitán del club de soccer y si te acercas a él, esas chicas —dijo señalando al grupito que la había ignorado el día anterior —te destrozarán viva. Son las más populares, así que él les pertenece; a la de la blusa roja, más bien. O bueno, al menos ella cree que es así. No te metas en problemas.

No les tenía miedo, ¿qué podía hacerle un grupo de niñitas altaneras a una sirena de 90 años como ella, que si se lo proponía podía transformarlas en espuma de mar al instante?

Dejó a su amiga hablando sola en cuanto lo vio llegar. Se acercaría y le pediría su número. Le sacaría provecho a su nuevo celular.

Caminó decidida hasta él, lo vio sonreír. Alcanzó a escuchar su voz, tan varonil, tan ven y háblame suavecito al oído mientras nos movemos como las medusas en el mar. Y eso fue todo, sintió como los nervios se apoderaban de su ser y sin poder controlarse giró y regresó a lado de la chica que ahora la miraba intentando no reírse.

—Por un momento creí que de verdad lo harías —dijo con una sonrisa burlona.

Yo también —respondió desolada.

«¿Cómo puede sucederle esto a una sirena tan segura de sí misma como yo?»

No lo dejaría así.

...Pero pasaron días, siempre era lo mismo. No, cada vez era peor. Mientras más lo observaba a lo lejos, más le encantaba. Lo miraba durante sus partidos, lo miraba por los pasillos, lo veía por la ventana del salón reír con sus amigos y con esas tipas que se le colgaban del brazo y a las cuales envidiaba porque no era ella quien estaba a su lado.

Lo observaba siempre.

Pasaron semanas. Pasaron meses.

Comenzaba a deprimirse. No lograba juntar el valor necesario para pedirle su número y aunque lo lograra, ¿para qué? Seguramente tampoco se atrevería a llamarlo, y si lo hacia su voz temblaría y quedaría como una tonta.

Pensaba en eso abrazada a una almohada en su sofá. De repente su celular vibró y sonó un corto timbre. Era un mensaje de su amiga.

«¡Un mensaje! ¡Qué bruta soy! ¡Claro!»

No podía hablarle porque los nervios le ganaban, pero con mensajes sería más sencillo, además él no sabría quién era y el anonimato le daba una sensación de seguridad.

Tuvo que resignarse a no pedirle el número directamente, sino recurrir a uno de sus compañeros de equipo, el cuál primero se negó, ¿por qué le daría el número del capitán a una desconocida? Pero ningún hombre puede resistirse a la voz de una sirena, bastaron unas cuantas palabras más y el chico le dio su número, correo, y le hubiese dado hasta su dirección, pero no era necesario, no era una acosadora, sólo necesitaba cómo contactarlo, de lo demás se encargaría ella misma.


Hola, te he estado observando y me encantas.


Oprimió el botón de Enviar. Sí, era sencillo.

La respuesta no tardó en llegar.


»¿De verdad?

»¿Y se puede saber quién eres?

¿Qué te he hecho, Poseidón?Where stories live. Discover now