PARTE 1

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Frente a ella tenía a uno más. Uno de sus tantos pretendientes; de cabellera hermosa, ojos relucientes como piedras preciosas, voz profunda, simpático, educado y de silueta perfecta, con unas escamas tornasol increíbles que le daban un toque elegante. El candidato perfecto... si no fuera porque apestaba peor que cualquier pez del océano. Olía profundamente a algas, como si se hubiese revolcado en ellas el día entero; tal vez lo había hecho, a juzgar por la que traía enredada en su larga cabellera.

Lo odiaba, como odiaba a cada tritón existente, porque todos olían exactamente igual.

Saber que en ninguno de los siete mares encontraría a alguien que oliera delicioso, a coral, por ejemplo, ese aroma que tanto le encantaba, era tan deprimente para una joven y bella sirena como ella que estaba en busca del amor.

En sus escasos 90 años de vida, las únicas criaturas que había conocido que no apestaban a algas eran los humanos. Aquellos seres extraños pero interesantes, con los que había convivido un par de años hacía unas cuantas décadas.

Lo recordaba bien. En aquel entonces los había estado observando a escondidas cerca de un puerto. Los miraba trabajar, interactuar, moverse sobre sus largas y extrañas piernas. Despertaban su curiosidad y poco a poco el espiarlos ya no fue suficiente, así que decidió escabullirse entre ellos.

Tomo algunas de aquellas monedas de oro que había encontrado en un barco hundido y nadó hacía una playa que a esa hora, la del atardecer, no se encontraba demasiado concurrida. Las pocas personas que se encontraban ahí no prestaban atención más que a la puesta del sol o a juguetear entre las olas, así que pudo arrastrarse con facilidad sobre la arena hasta salir completamente del mar. Los últimos rayos del sol se llevaron consigo el brillo de sus escamas, aquellas que hasta hace unos momentos relucían con el fulgor de pequeños diamantes multicolores. Sentía unos pequeños calambres recorrer su cola, la cual comenzaba a dividirse e imitar la forma de las extremidades humanas. Al mismo tiempo sus ojos que antes eran una mezcla de azul profundo y verde agua, empezaron a tornarse en un simple verde esmeralda. Su cabello pasó de un tono violáceo a un castaño muy oscuro.

Se quedó tendida en la arena un momento, hasta que la transformación terminó. Entonces miró a su alrededor, buscando. Y lo encontró; un montón de ropa, bolsos y toallas no demasiado lejos de ella. Las dueñas eran seguramente unas jovencitas que aún chapoteaban en la orilla del mar. Bueno, tendrían que perdonarla, pero en ese momento era la única forma de conseguir ropa, no pensaba pasearse por ahí desnuda, había aprendido que los humanos no reaccionaban bien ante alguien que hacía eso; exhibicionistas les decían. Así que, rápida y disimuladamente metió sus nuevos pies en un par de sandalias y tomo un vestido blanco y floreado, metiéndoselo por la cabeza mientras seguía caminando y se alejaba del lugar.

Lo siguiente fue cambiar el oro por dinero y ya con eso todo lo demás fue sencillo.

Su deseo de conocer más de cerca a los humanos la llevó a inscribirse en una preparatoria, ya que ahí era donde se concentraban las personas que más se asemejaban a su apariencia física, además, quienes en realidad concordaban con su edad le parecían aburridos, siempre haciendo eso que llamaban trabajo y que era obvio que a la mayoría no los hacía felices. No, mejor los estudiantes, que parecían mucho más contentos.

Eran seres fascinantes. Lo primero y más importante, no olían a algas, y eso ya era suficiente razón para adorarlos... Aunque en realidad no es que olieran muy bien tampoco, hay que decirlo. Su aroma era como de pasto quemado, pero cualquier cosa era mejor que el aroma de un tritón.

Los recordaba siempre hablando de cosas bellas, sonrientes, diciéndole al mundo que hicieran el amor y no la guerra. Tan lindos, tan pacíficos. Con florecitas pintadas en sus mejillas, vistiendo camisas o blusas holgadas de manta, que eran verdaderamente cómodas, y pantalones acampanados. Todos luciendo largas melenas sueltas que hacían que a veces, si los mirabas de espaldas, no supieras si eran chicos o chicas. Los hombres tan amables, tan caballerosos. Las chicas tan simpáticas, tan delicadas, pero tan fuertes a la vez. Se sentaban bajo un árbol y hablaban sobre la vida, sobre el amor, y viajaban a mundos oníricos, psicodélicos.

Eran tan encantadores. Y ahora que había estado recordando esa época se daba cuenta de lo mucho que extrañaba el mundo humano y de las ganas terribles que tenía de volver ahí.

Lo haría. Simplemente volvería a tierra firme, estaba decidido. Y, ¿quién sabe?, tal vez podría encontrar el amor al fin, un amor con aroma a felicidad, con el aroma de la luna llena brillando sobre el océano...

—O con el aroma que sea, pero que no sea a algas —dijo con un gesto de fastidio. Luego soltó una risita. —Será divertido.

Se preparó con lo necesario y nadó en dirección a aquella misma playa, en la cuál volvió a pasar por la misma transformación que años atrás.

¿Qué te he hecho, Poseidón?Where stories live. Discover now