6. ¿Cómo perdonar a alguien sin sentir que es una derrota?

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Vanesa

Si había algo más extraño que despertar con gusto a alcohol en la boca y olor a cigarrillo en el pelo, era despertar con Bianca durmiendo a unos centímetros de su rostro.

La chica lucía completamente distinta cuando estaba dormida: su rostro completamente relajado, su cabello fuera de su rostro, sin que pareciera que estaba dividida entre huir o golpear a alguien.

—Deja de mirarme, Muriel— murmuró Bianca. Su voz sonaba más gruesa por la mañana.— Me pones nerviosa.

—Son las doce del mediodía, ¿Quieres almorzar?

Bianca abrió los ojos y Vanesa comprendió su error al instante.

—Creo que será mejor que vuelva a casa— contestó y se sentó de golpe, sus ojos adormilados buscando su ropa por la habitación.— Gracias por dejar que me quede anoche.

—No es nada— contestó Vanesa de desperezándose— es lo menos que podía hacer luego de que me defendieras de esa manera.

Bianca se detuvo.

—Kiara es una imbécil, no deberías darle importancia a nada de lo que diga...— comentó incorporándose.

—Lo sé.

—...además, ayer estabas hermosa...— agregó y se agachó para buscar sus botas.

Vanesa rió.

—Ya lo sé.

—...estoy segura de que estaba celosa— continuó Bianca— ella tuvo que comprar su disfraz porque nunca sería capaz de diseñar algo como lo que tú hiciste, ella...

El discurso de Bianca se vio interrumpido cuando Vanesa se incorporó rápidamente y la estrechó en un fuerte abrazo. Pudo sentir a la chica tensarse por el repentino contacto, sus brazos flojos a ambos lados de su cuerpo. Sabía que Bianca no amaba el contacto físico pero necesitaba demostrarle lo que sentía de alguna manera.

Bianca había ido a esa fiesta porque Vanesa lo había propuesto, se había disfrazado y la había defendido frente a todos. Y probablemente nada de eso había sido fácil.

Pretendes ser dura y misteriosa pero eres una gran amiga, Bianca Rodriguez— murmuró Vanesa y se separó.— Te dejaré para que te vistas.

La chica bajó las escaleras y se dirigió al jardín trasero. Andrew, su pastor alemán, se encontraba acostado al sol y Vanesa se dirigió directo hacia ella para acariciarle la barriga.

—¿Cómo está mi amigo?— le habló al perro.

Era una mañana de otoño hermosa. Hacía frío, pero el sol daba el calor exacto como para devolverle esa energía que le faltaba y se podía oler el olor a tierra mojada. Al parecer había llovido y ella no se había enterado de tan profundo que había dormido.

Un zumbido en su celular la distrajo de sus caricias perrunas.

Simón: tenemos q hablar sobre lo d ayer.

Vanesa: No hay nada de qué hablar.

Simón: x favor, vamos a la casa del bosque hoy después del almuerzo y t explicaré todo

Vanesa: Tengo clases de teatro a esa hora.

Simón: ?????

Simón: es domingo

Vanesa: ¿Me llamas mentirosa?

Simón: después d teatro entonces

Simón: por favor, vane

Los últimos días de juventudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora