Capítulo 1 - No llores

72 4 0
                                    

Respira, levanta tu cabeza, mírate al espejo, y solo por ese instante, piensa.

— Mírame, ¿De verdad piensas que esto es bonito?

La voz de mi madre resonaba en mi cabeza, su voz que, con ese tono, hacía temblar hasta al hombre mas rudo del planeta.

Su mano agarraba el teléfono móvil y, en él, una imagen de una chica. Una chica con el pelo corto, pálida, con unas ojeras de espanto y con un cuerpo que, según mi madre, haría temblar a aquel que lo viera. Delgado, donde se le notaban las costillas, el hueso de la cadera y otros más; pero yo me fijaba en sus piernas, veía que eran unas piernas envidiables.

La verdad es que me gustaría más tener el cuerpo que mi madre me estaba enseñando, pretendiendo hacerme cambiar de idea y que comiera, que el mío. Esos brazos del tamaño de una moneda, hacen que se me haga la boca agua y tenga mas claro mi objetivo. Esa imagen, en vez de hacerme cambiar de idea, me hacía reforzar mis ideales, pero en cambio, yo negué con la cabeza a mi madre, haciéndole llegar falsas esperanzas y un alieno de alivio por su parte.

Ojalá, ojalá.

Los ojos de mi madre cada vez estaban más húmedos, y ya se le había agotado la energía del brazo levantando tanto tiempo el electrodoméstico.

Bajé mi cabeza y dirigí mi mirada hacia un plato de comida que había traído mi madre con intenciones de que yo comiera, lo cual, fue obviamente en vano. Las esperanzas de ellas cada vez eran mas bajas, estaban a punto de estar bajo tierra.

Mi madre es espectacular, es única, especial, es mi madre. La quiero con todo mi corazón, aunque haya momentos en los que me apetezca llevarla a un desierto para dejarla morir de deshidratación. Muchas veces he querido machacarla, destrozarla por dentro, hacer que se sienta la persona más horrible del mundo; pero, simplemente, no podía, seguía siendo mi madre, sabía que todo lo que ella hacía lo hacía por mí, lo hacía porque me quiere, lo hacía porque sentía que era lo que necesitaba en ese momento, aunque yo lo rechazara.

Ahora sólo retumbaba el sonido de la aguja del reloj, la habitación estaba en completo silencio, un silencio incómodo, y las miradas entre mi madre y yo eran recíprocas. Odio esta sensación, son estos momentos en los que sé que mi madre crea estos silencios esperando a que yo diera el primer paso, y cómo siempre, gana ella.

— ¿Te puedes ir de mi habitación? — Usé la poca fuerza que tenía en las piernas para levantarme de la cama e indicarle dónde estaba la puerta con mi dedo, aún sabiendo dónde se ubicaba. Sabía que no se iba a marchar si no se lo pedía con un poco de educación. — Por favor.

Después de pedirle en otras palabras que se acabara esa situación tan incómoda, asintió, se levantó de mi cama y desapreció por el marco de la puerta, sin cerrarla. Odia las puertas cerradas.

Me volví a sentar en la cama, encima de las sábanas frías y claras. Suspiré y bajé la cabeza, las lágrimas estaban a punto de asomarse por mis ojos para caer por mis pómulos, pero no iba a dejar que eso pasara, no soy débil. Incliné la cabeza hacia atrás impidiendo que las lágrimas cayeran y fingí que todo estaba bien, que no me pasaba nada y que fue solo un momento, mentira.

Volví a dirigir la mirada al plato de calorías que había dejado mi madre en la mesa.

Las calorías de la manzana, de la verdura, del trozo de cordero... No, ya está, demasiadas.

Me levanté, tomé el plato de, para mí, calorías, que había en la mesa y me encaminé a dejarlo de nuevo en la cocina.

Ramé | @anonymusWhere stories live. Discover now