Capítulo II: Afrontar

34 4 0
                                    

Afrontar.

   —Cariño, ¿vendrás hoy al hospital? Necesitamos voluntarios
—asiente. Su tia es una doctora muy famosa y prestigiosa. En sus tiempos libres la ayuda con sus pacientes. La mayoría suelen ser niños y muy agradables.

   —Los psiquiatras de tu madre dicen que podrás visitarla pronto. Creo que le hará bien, ¿que dices?—le oyó decir a Katherina mientras preparaba el desayuno. Suspiro.

   Su madre, Claire, se encontraba en un hospital psiquiátrico ya haces unos meses por su adicción al alcohol. Realmente no sabía que podía salir de un encuentro con ella. Su progenitora era de esas personas que amas con todo tu corazón pero que al mismo tiempo son tóxicas y te destrozan el alma. No puede hacer nada para cambiarlo. Claire no había sido una persona responsable, incluso Francesca lo era más, era ella quien la cuidaba. En cierto punto, su hija se lo reclamaba.

   —Está bien. La veré en cuanto pueda—le dijo con un tono casi hastiado y cansado. Sinceramente, no tenía ánimos de verlas. Hay veces que cuando alguien te lastima demasiado que aprendes a apartarte, sin embargo, ella debía darle una segunda oportunidad —incluso cuando no creía en ellas—.

   «No guardes odio porque al final, te terminas convirtiendo en él»

   Su tía se gira mirarla con ojos de acontecimiento. Su sobrina desayuna tranquilamente en la isla de la cocina.

 
  —Fran, sino quieres no lo haces. No estás obligada. No le he hablado a Isa sobre eso y prefiero que lo hagas tú, sabes como se pone. Sé cuando daño les ocasionó tu madre pero al final y al cabo, es la única que tienen —cierra los ojos fuertemente, tenía razón.

   —Lo haré, está bien no diré nada, siempre está bien.

   Sin dejar a Katherina inquirír, llamó a Isabella, su hermana menor, quien se arreglaba en la habitación, tomó su mochila colgada en el respaldo de la mesa y esperó en la salida de la casa. Huyó porque es lo único que podía hacer, sino se verían indagando en temas que no eran de su agrado. Su tía poseía la mala costumbre de hablar de cosas dolorosa, creía que era lo mejor. Pero Fran, quería olvidar pero siempre los recuerdos terminaban persiguiendola. Sólo eso.

   —Isa —la llamó pero ella siguió su vista en el teléfono, exasperada se lo arrebato.

   Su padre, Anton, era italiano y ellas también. Pero luego inmigraron a pueblo donde vivían ahora. De allí sus nombres. Isabella era una chica de quince años quien cursaba cuarto año de instituto. Era en parte, una copia bastante acertada a su hermana mayor. Excepto por el detalle de que poseía unos bonitos ojos chocolates y en su piel abundaban más las pecas. Además, de que su contextura era la de una cría desarrollándose.

   —¿¡Qué quieres, Francesca!?—le refuto.

   —Sino quitas tu celular de tu cara, no verás lo que tienes enfrente —le señaló la otra chasqueando los dedos, sin aún dale el smartphone.

   —Prefiero no hacerlo si eres tú lo que tengo adelante —Francesca rodó lo ojos, estaba acostumbrada a recibir esos comentarios ácidos por parte de está. Isabella se había convertido en un ser cruel y caprichoso. Quizás no le doleria tanto si ella no fuera su hermana, pero lo era, se escondió en una coraza, una fachada para demostrar que nada pasaba. Quizás porque sentía que su familia era avergonzante, su pasado. Tampoco podía culparla, había aprendido de Francesca quien era así la mayoría de tiempo con las personas.

Lo que ocultan las etiquetasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora