Capítulo 4: Misterios en Berkeley Square.

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 El traqueteo del carro que me llevaba a la ciudad seguía siendo molesto a la par que adormecedor, debido al tedio y al cansancio que me invadía en aquellos viajes tan largos. Todos comentaban lo hermoso que era viajar en un coche de caballos donde ver el paisaje, hasta que pasabas más de una hora allí. Imaginaba que las señoritas de ciudad no hacían ese tipo de viajes. Cuando la aguja del reloj de bolsillo, que guardaba receloso en uno de los bolsillos interiores de la sotana, giraba con un sonoro clic, no indicaba el paso de una hora, sino el inicio de un sufrimiento y el final de la aparente e inútil alegría de contemplar el paisaje. El carro se convertía en un trasto infernal en el que era heroicamente improbable el sentirse cómodo en esos asientos tan endiabladamente fabricados. El traqueteo se hacía monótono y aburría a la par que fastidiaba. Era un dulce adormecimiento que te dejaba en un estado de semivigilia donde no podías dormir ni tampoco descansar ni mantenerte con los ojos abiertos para observar nada. Era un fastidio.

Tampoco pensaba que un fantasma fuera a atacarme en aquellos momentos, caso improbable, y no tenía ningún enemigo con el que toparme en los inescrutables caminos del señor. Por suerte, por el frío que hacía, iba dentro de un carruaje cubierto y eso mejoraba las cosas, pero para nada era un vehículo cómodo en el que soportar unas cuantas horas de viaje. De llevar más tiempo del que los lores y damiselas estarían acostumbrados, el trasero no sabía dónde ubicarse en aquel incómodo asiento: dolía, molestaba, era un incordio. La espalda se resentía de tener todo el rato la misma postura, y el cuello indicaba al cuerpo que el cabeceo del dormitar rutinario del viaje era molesto. Por impaciencia o manía, mis ojos no podían quitarse la costumbre de mirar cada cierto tiempo el reloj plateado que tenía en el bolsillo interior de mi ropa: uno de los únicos dos recuerdos que tenía de mi pasado. Contaba con un complicado diseño frontal y las siglas «G.S» en el reverso. En su interior, una vez abierto, el entramado de engranajes dejaba una bonita cara al detalle en el decorado reloj, pero la tapa contenía algo más importante que los decorados elementos del interior del reloj: una pequeña inscripción que había leído muchas veces, sin entender, y que incluso había mandado investigar a un experto.

Live away, live well, ᚨᛒᚾᛖᚱ ―rezaba la inscripción en el interior de la cubierta del reloj.

Era uno de los dos recuerdos que había heredado de mis padres. El experto me había indicado el valor de las letras, aunque aquello no me decía nada al principio. Más tarde, investigué por mi cuenta en las bibliotecas de Londres, junto a algunos compañeros de la Orden que me ayudaron en mi investigación. Cinco letras del alfabeto rúnico, futhark, de alguna germánica lengua tan inefable para mí. Cinco símbolos que tenían su significado propio. Lo encabezaba el símbolo que representaba un origen divino, probablemente del líder de los Aesir, el padre de todos los dioses. Le seguía la simbología de la primavera, el de necesidad, el de caballo y cerraba el de viaje. No entendía qué podía significar: el padre de lo divino, la materna simbología de la fértil primavera, la necesidad, el viaje. Lo único que podía relacionar era que el viaje iba a ser a caballo. No acababa de entenderlo del todo. Era algo que, hasta más adelante en mi vida, sabía que no iba a lograr entender. Pensaba que era algo sin importancia. Cuán equivocado estaba.

Pero, al menos, eran runas y eso era algo sencillo de traducir por los expertos. El símbolo que se mostraba en el frontal del reloj era algo más complicado, lleno de trazos formando figuras para mí inconexas. Todo se centraba alrededor de un cuadrado con una figura central que se asemejaba a un árbol y sus ramas, o a lo que yo de joven identifiqué como las plumas del final de una saeta. Alrededor de ese cuadrado, se enfrentaban dos esferas con un círculo concéntrico cruzado por lo que a mi imaginación parecían ocho tridentes que se cruzaban en el círculo interior. La parte superior del cuadrado solo veía tres líneas en forma de la letra Y con un círculo inicial, nada que ver con la parte inferior que era una larga línea cruzada en diversos puntos con trazos longitudinales que acababan en una especie de semicírculos concéntricos terminados en una pequeña esfera. Nunca había entendido nada de aquellos símbolos, aunque recordaba que, una vez, en uno de mis viajes con mi maestro, un antiguo sacerdote luterano se había acercado a nosotros y había mencionado que el símbolo de ese reloj significaba buena suerte. Creía que eso era suficiente, pero no lo era. El significado de mi pasado era una búsqueda interior que llevaba muy dentro de mí, como algo insatisfactorio, que parecía una meta inalcanzable por más pasos y pasos que daba hacia ella. Los detalles que ahora veía eran los únicos que había encontrado, pero mi búsqueda no podía cesar allí. La búsqueda de mi pasado que allí empecé no podría detenerse hasta hallar las respuestas adecuadas. Al menos, eso es lo que pensaba en aquel entonces. No sabía que, sin siquiera buscarlo, a todos nos llega el momento de toparnos con ese pasado que buscamos de las maneras más inesperadas que nos podamos esperar.

De Humanos y Monstruos - Lágrimas de NieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora