Capítulo 20: Dos Largos Años

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—Sí, ya sabes que era mucho más sencillo conseguir un puesto en Córdoba... Allá en la capital está super saturado de médicos...

—Me alegro tanto de que sea así... si no te hubieras quedado lejos amigo... En cambio ahora...

—¡Me tendrás a solo tres cuadras!

—¡Por fin podrás tener un ministerio en la iglesia!... ¡Y cantar en el coro! —Agregó sonriente.

—Ya veremos... Dios dirá... —respondió Peter— ¿Sabes una cosa, Juli? ¿A que no adivinas a quién me crucé en plena calle antes de venir para Córdoba? —exclamó— ¡Cáete de espaldas! ¡Con el ricachón de Porterdín!

—¿Porterdín? ¿Dónde? ¿Cómo está?

—No pude hablar mucho con él... solo nos saludamos de lejos... Está flaco como siempre. Me reconoció enseguida.

—¡Oh! Yo quiero verlo. Me gustaría tanto poder hablar con él... ¡Como me hace recordar cuando estuve allá! Parece mentira que ya pasaron más de dos años ¿verdad?

—Y sucedieron tantas cosas —intervino Peter pensativo.

—Sí— Julieta dio un hondo suspiro —¿Nunca tuviste noticias del Sr. Herman?

—No... Le escribí a Frankfurt, a la dirección que me había dejado Ronny. Yo debía escribirle primero para darle mi nueva dirección. Pero me vino la carta de vuelta con un sello de correo que decía: "Desconocido". Así que no sé nada de él. Espero que haya podido encontrarse con Carlota.

—¿Quién sabe lo que habrá sido para esa mujer ver llegar a su esposo, que la abandonó y engañó, con la noticia de que su hijo ha muerto? —murmuró Juli.

—Terrible... seguramente un golpe mortal para la pobre Carlota... Pensar en estas cosas me da mucha tristeza... Son mi familia... Con todos sus defectos y errores... son familia... A veces extraño tanto a Ronny...

Un silencio se hizo en el ambiente.

La ausencia era sentida por los dos.

—¿Irás a la reunión del domingo a la noche? —preguntó Juli cambiando de tema.

—¡Sí! ¡Por supuesto! Allí estaré —respondió con entusiasmo— ¿Quién predica?

—Pedro González... ¡Ay! Me olvidé que tengo que ir a su casa. Hay reunión de la comisión de jóvenes —Julieta se levantó de un salto— ¿Qué hora es?

—Las seis y media —contestó Peter.

—¡Oh! ¡Es a las siete! ¡Voy volando!...

—¿Y mis compras...? Dijiste que me acompañarías...

—¡Mariel! ¡Mariel! —gritó Juli a todo pulmón.

La muchacha entró al comedor ante el llamado.

—Necesito que acompañes a Peter al supermercado... ¿Puede ser?... El pobre necesita ayuda y yo tengo que ir a una reunión... Por favor...

—Sí... Por favor... —rogó Peter a la joven.

—Okey... Pero esto no va a ser gratis —dijo levantando su dedo y señalando a Peter— Tendrás que pagarme...

—¿Uuun... helado?— sugirió el chico riendo.

—Sí, me gusta... voy por mi bolso y vamos.

Mariel salió corriendo hacia el dormitorio y poco después volvió lista para salir.

—Gracias hermanita... ¡Yo también te debo una!

Los tres salieron de prisa.

Mariel y Peter al supermercado, y Julieta a su reunión.

Luz que no se apagaWhere stories live. Discover now