Prólogo

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Beacon, New York

–Mamá, no quiero que se vaya –sollozaba y sollozaba, pero por más que rogara, me iban a separar de Marcus.

–Es decisión de sus padres, nena, no puedo hacer nada –hale mis mocos y abracé las rodillas de mamá.

–Pues... Dile a sus padres que cambien de decisión –la miré mientras hacía un puchero. Mamá suspiró y entonces, papá me cargó en sus brazos.

–Nena, no podemos. Hay que aceptarlo, es la realidad –me recosté en su pecho, llorando, y él me frotó la espalda.

–La realidad apesta –ahogaron una risa, por lo que levanté la cabeza para mirarlos mal. Mamá se puso seria y asintió.

–Sí, princesa. Apesta.

Miré hacia el frente, donde los tipos de la mudanza estaban llevando todas las cosas de mi mejor amigo al interior de un camión, para irse a otra ciudad. Una ciudad que no queda cerca de aquí.

¿Por qué se lo llevan? ¿Marcus no se puede quedar a vivir con nosotros? Mamá le daría buena comida y papá lo llevaría a los entrenamientos de fútbol junto a mi, y así se podría quedar acá, en casa. Nosotros lo cuidariamos bien.

Le dije eso a mamá el día que me dijeron que Marcus se iría. Fue un rotundo "no".

–¿Me puedo ir a despedir de Marcus? –susurre, limpiando mi rostro. Ambos me dejaron, aunque ya me había despedido de Marc muchísimas veces.

Me bajé de los brazos de papá y corrí a la ex casa de mi mejor amigo.

–Oye, Ed –llamé al padre de Marcus cuando entré a la sala vacía y lo vi a él hablando con un hombre de la mudanza. Eduard me miró y sonrió levemente.

–¿Si, Ari? –suspiré y rasqué mi mejilla.

–¿Sabes dónde está Marcus? –Eduard señaló el techo.

–Está en su guarida –asentí y salí corriendo al ático de la casa.

Ese ático había sido nuestro escondite en muchas ocasiones. Y nuestro salvavidas. Cuando Marie, su madre, nos obligaba a tomar la medicina, o cuando papá me regañaba y yo huía con Marcus hasta allí, cuando alguno de mis hermanos me molestaba o cuando él estaba triste y quería que lo acompañara.

De ahora en adelante, ya el ático no será más nuestro.

–¡Marcus! –grité abriendo la puerta de golpe. Él no contestó, por lo que lo busqué con la mirada en la oscura habitación. –Anda, Marc, ¿dónde estás?

–¿Ariana? –susurró con voz patoza, asomando su cabeza por detrás de unas cajas.

–Acá estás –dije sonriendo y acercándome a él.

Estaba apoyado a una pared, abrazando sus rodillas y con los ojos hinchados de tanto llorar.

–Ari, no me quiero ir –sollozó abrazándome apenas me senté junto a él. –No quiero dejarte, no quiero dejar mi casa –volví a llorar junto a él.

–Yo tampoco quiero que te vayas.

Marcus se iría a Levy, Florida. Según nuestros padres, por un tiempo. Pero ambos sabemos, muy muy en el fondo, que eso es mentira.

–Ven conmigo –dijo mirándome. Amplié mis ojos.

–¿¡Qué!? –exclamé. –¿Estás loco? Nunca me dejarían –él sonrió.

–Podrías esconderte en el maletero, nadie notaría tu ausencia –me reí.

–De todos modos, tus padres me devolverían por el correo al minuto de encontrarme escondida bajo tu cama –él también se rió.

–Eso es cierto –dijo, luego suspiró. –No quiero perderte –lo abracé.

–No lo harás. Mamá y papá prometieron llevarme contigo de vez en cuando, así que no te desharas de mi cara tan fácilmente –asintió.

–No tengas otro mejor amigo, ¿oíste? –riendo, asentí.

–No te cambiaría por nada en el mundo, Marcus.

–¿Por tu garrita?

–Por mi garrita –dije y entonces, juntamos nuestros dedos meñiques y besamos el puño.

Seña que hacíamos cuando jurábamos algo.

Nos quedamos un rato en silencio, abrazados, aprovechando los últimos minutos que nos quedaban juntos, cuando Marcus suspiró.

–¿Ari? –dijo, lo miré alzando una ceja. Sonrió levemente. –¿Me cumplirías un último deseo? –fruncí el ceño.

–Por favor, no me hagas comer tierra de nuevo –Marcus se rió.

–Tentador –dijo. –Pero no, es otra cosa.

–Bueno, ¿qué es? –bajó la mirada a sus manos.

–¿Me darías un beso? –susurró. Alcé mis cejas y me sonrojé.

–¿Un... beso? –dije, nerviosa. Él asintió y volvió a sonreír, así que reí levemente. –¿Estás seguro?

–Creéme, estoy seguro –me encogí de hombros.

–Uh, está bien.

Marcus acercó su cara a la mía, ambos estiramos nuestros labios, los juntamos y... supongo que esto es un beso. ¡No lo sé! ¡Apenas tengo siete años!

Riendo, nos alejamos. Marcus haló un mechón de mi cabello.

–Ahora puedo morir en paz –rodé mis ojos.

–Eres un dramático del asco –reímos.

–Oye, te traje algo –dijo y fruncí el ceño.

–¿En serio? –dije. Marcus asintió y metió su mano dentro del bolsillo de su pantalón. De este, sacó una pequeña fotografía de tamaño pasaporte. Era de él.

Aparecía sonriendo, mostrando la falta de uno de sus dientes del frente, con su camisa verde favorita, haciendo que sus ojos resaltaran.

Lo miré y él se encogió de hombros.

–Para que no me olvides –sonreí. Entonces, tomé el collar con forma de balón de fútbol que siempre llevaba en mi cuello. Me lo quité y se lo di. Marcus alzó una ceja.

–Para que no me olvides –dije y sonriendo, lo tomó en sus manos y lo abrió.

Dentro, había una foto mía y también sonreía, solo que en ella aparecía con un vestido azul que odio. Me sacaron la foto hace un mes, y ese día lloré mucho, ¡porque no me quería poner el vestido! Mamá llevó a Marcus al estudio con nosotras, y él me hizo reír para quedar sonriendo en esa foto.

Marcus se lo puso en su cuello y volvió a abrazarme.

–Gracias, Ari –dijo y besé su mejilla.

Él iba a decir otra cosa pero Marie lo interrumpió, gritando desde la planta baja.

–¡Marc, ya hay que irnos!

Marcus cerró sus ojos y asintió. Tomé su mano y los dos nos dirigimos a la puerta para bajar las escaleras y luego salir de su casa ya desamueblada.

Estando en la acera, miré a Marc.

–Adiós, Green –dije, luego lo abracé.

–Adiós, Smith –dijo para después besar mi mejilla.

Entonces, Eduard hizo sonar la bocina del auto. Marcus suspiró y fue hasta la puerta, se subió y se sentó en el sillón de cuero, pero antes de cerrar la puerta, me miró.

–¡Te quiero! -gritó y el auto aceleró, y la puerta se cerró.

–Te quiero –susurré. Pero el auto ya se había ido... Y tal vez, para siempre.

Las promesas que éste día se hicieron, nunca se cumplieron. No lo volví a ver y con el tiempo olvidé su rostro, su voz y su risa. Hasta su nombre. Solo sabía que el niño de la pequeña fotografía que había en mi cartera, había sido mi mejor amigo.

Fotografía {✔}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora