Capitulo I

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{Zabdiel }
   
-Señor de Jesús, lamento mucho decirle que solo tengo trescientos mil dólares del dinero - La voz nerviosa, más bien aterrorizada llegó hacia mis oídos, y apreté los dientes con fuerza-Pero tengo algo muy bueno para usted. Una de las últimas mercancías.
   
-¡No me interesan ninguna de tus putas! Que te quede bien claro, Diego. Si no me devuelves mis jodidos quinientos mil dólares esta noche, eres hombre muerto.-Estampé el auricular del teléfono con fuerza y apoyé ambas manos sobre mi escritorio, ignorando la mirada profunda que me dedicó Chris.-Maldito hijo de perra.
   
-El teléfono no tiene la culpa. Deberías dejar de hacer eso siempre-Murmuró, con una tranquilidad exasperante, mientras acomodaba en auricular en su base.
   
Bufé y me dejé caer sobre mi silla.
   
-Maldigo en día en que se nos ocurrió hacer un trato con ese imbécil.
   
-Ciertamente, no fue muy inteligente de nuestra parte. Pero tampoco fue muy inteligente de la suya intentar robarte tu parte del negocio. Nadie nunca pudo hacerlo sin sufrir las consecuencias.
   
Me giré en mi silla y miré hacia el enorme ventanal a mi izquierda.
   
-Lo haré sufrir todavía más por haberme considerado un idiota.
   
Chris suspiró y se levantó, alisándose las inexistentes arrugas de su impecable traje azul.
   
-Lamento tener que dejarte solo en uno de tus momentos de furia, querido amigo, pero debo ir a casa a hacer las paces con mi bella esposa. Si me disculpas...
   
-¿Qué sucedió con Blanca ahora
?-Pregunté distraídamente.
   
-Lo de siempre. Se enoja porque la sobre protejo, dice que los guardias de seguridad son una exageración, igual que el coche blindado, y los franco tiradores. Ya sabes, no le gusta sentirse frágil, pero lo es.
   
-Todas las mujeres son frágiles.-Comenté, rodando los ojos ante la testarudez de mi hermana pequeña.
   
Chris me dedicó una última sonrisa.
   
-Cierto. Adiós, Zabdiel .
   
Incliné mi cabeza en su dirección, en un gesto de despedida, y me paré de mi asiento en cuanto su cabeza castaña desaparecido por la puerta.
   
Caminé hacia el ventanal, examinando las atestadas calles de Londres.
 
Diego Wither debía ser más estúpido de lo que parecía si de verdad pensaba que podría robarme a mí, Zabdiel de Jesús, el líder de uno de los mayores grupos mafiosos del mundo, sin terminar con la cabeza llena de plomo.
   
{________}
   
Chillé. Otra vez. Y toda la respuesta que recibí fue mi agitada respiración. Otra vez.
   
Las manos atadas detrás de mi espalda no me permitían moverme, y las magulladuras que exhibía mi cuerpo me hacían sollozar de dolor.
   
La bolsa de tela que me cubría entera me daba picazón en la nariz, sin permitirme respirar correctamente, y el frío me calaba hasta los huesos.
   
Intenté removerme, pero el espacio en el que estaba atrapada era endemoniadamente estrecho.
   
Volví a chillar, pero el enorme pedazo de cinta gris que se pegaba a mi boca amortiguó mis gritos de ayuda.
   
Nadie me escuchó.
   
Volví a sollozar, pensando en lo estúpida que había sido al salir de mi edificio a esas horas de la noche.

   
*Flashback*

   
Solté un grito de dolor, mientras me sentaba en el suelo, sosteniendo mi pie con ambas manos.
   
Maldito mueble. Maldito dedo meñique del pie. Maldita torpeza.
   
Resoplando, quité mis manos para examinar los daños, y torcí el gesto al ver la sangre que emanaba de mi lastimado meñique.
   
Golpearlo contra los muebles era mi karma, y no pasaba más de una semana sin algún accidente de aquel tipo.
   
Cojeando, llegué hasta el botiquín, solo para gruñir exasperada al ver que me había quedado sin vendas. Rebusqué por toda la puñetera caja, pero no di con lo que necesitaba.
   
Lo más rápido que pude, cubrí mi pijama de Hello Kitty (Sí, muy maduro) con un tapado que llegaba hasta mis rodillas, me calcé, haciendo otra mueca más de dolor al sentir mi dedo apretujado dentro de las zapatillas, y dirigí mis pasos hacia la farmacia que estaba a dos calles de mi departamento.
   
Estaba a solo unos cuantos metros de mi destino cuando sucedió.
   
Un coche negro frenó a mi lado, y un grupo de cuatro hombres bajaron. Parecía una aterradora coreografía.
   
Uno me tomó de los brazos, otro se encargó de apretujar un pañuelo húmedo contra mi boca y nariz, otro tomó mis piernas, y otro mantuvo abierta la puerta del auto mientras me metían en él.
   
Mis gritos no alertaron a nadie, y luego de unos segundos, perdí la conciencia.

SUYA [(ZABDIEL Y TU)ADAPTADA]Where stories live. Discover now