Capítulo 2

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Promételo una vez más.- me pide por tercera vez, suspiro.- Solo una, la última.
- Yo, Aurora Strauch, prometo que mantendré contacto constante con mis amigos.- Jace tose a mi lado y me mira fijo.- Mejores amigos.- me corrijo y ruedo los ojos por cuarta vez en dos minutos.
La estación de autobuses estaba bastante vacía, posiblemente porque eran las primeras horas de la mañana.
- Debo irme.- digo, y abrazo fuerte a mis dos mejores amigos.- Los quiero mucho, nos veremos pronto. Lo prometo.
- Claro que nos veremos pronto, iremos a visitarte alguna vez, ya verás.- mi amiga dice. Les sonrío por ultima vez y me acerco al pequeño hombre encargado del equipaje. Le entrego mi bolso, el cual tenía muy poca ropa para la cantidad de tiempo que iba, debido a la esperanza de poder volver cuanto antes.

El viaje es tranquilo; la música proveniente de mis auriculares hace que el tiempo pase un poco más rápido. Miro por la ventana lo que parece ser siempre el mismo paisaje: un carril de carretera a nuestro lado, pasto y árboles. Arboles iguales que parecen estar todos plantados a la misma distancia entre sí.
Incluso llegué a dormirme en el pequeño e incómodo asiento, lo cual generalmente me resultaría imposible, con la cabeza apoyada en el vidrio y las piernas cerca de mi pecho.
Me rehusaba a pensar que mi siesta fue de cinco horas como marcaban mis cálculos, y no de 20 minutos como había parecido.

Las últimas horas pasan más lento. Intento distraerme con el ritmo de la música, la vista, pero ninguno de ellos ayuda. Mis nervios son cada vez más fuertes. Juego con mis manos, moviendo los dedos delicadamente sobre mi falda, y sonrío al recordar como mi madre solía hacer exactamente lo mismo.
Mi mente divaga mientras me pregunto cada dos segundos cuánto tiempo falta, como un niño pequeño yendo de vacaciones.
En verdad, eso no era lo único en lo que pensaba. Un millón de preguntas rondaban por mi cabeza y me abrumaba pensar qué, de todas ellas, ni siquiera podía responder una.
Mi nerviosismo aumentaba al pensar que no conozco a nadie. La Universidad no será lo mismo sin Olivia y Jace; sin esas personas con las que hasta estudiar se te pasa en un abrir y cerrar de ojos.

A Carol se me haría imposible reconocerla. Hacía casi 10 años que no sabíamos nada de ella ni de su familia. ¿Cómo es posible qué mi padre considerase esta opción desde un principio?

A pesar de todo aquello, Evanston parecía un lugar sumamente bonito. Esto era distinto, no había un estilo estructurado el cual seguir aquí. New York era tan diferente; todo edificios de vidrio, mayoritariamente oficinas, carteles luminosos, gente y autos a toda hora, puestos de café sobre la vereda y mucho ruido.
En cambio aquí hay más colores. La gente parece más relajada, más tranquila y con un aire menos empresarial. Un panorama definitivamente más distendido.

Luego de lo que pareció una eternidad, el ómnibus estaciona y la gente se apresura para comenzar a descender.
Intento convencerme de que no debería estar nerviosa, después de todo ella era mi familia.
Personas corrían de un lado para el otro con bolsos en mano, algunos con sonrisas en sus rostros gracias a los reencuentros y otros con tristeza debido a las despedidas.
Luego de agarrar mi bolso comienzo a buscar con la mirada a mi tía, pero tristemente, no  sabía siquiera qué buscar.
Luego de unos 15 minutos la estación de autobuses se va vaciando lentamente y me pregunto si ella en verdad vendrá por mí.
Me siento en un banco de madera vacío y entierro mi cabeza entre mis brazos.
La puerta de vidrio hace un gran ruido minutos después; un hombre vestido de traje mira hacia ambos lados y muestra un pequeño cartel.
"Aurora", se leía escrito en negro.
Cuelgo el bolso sobre mi hombro y me acerco a aquel hombre.

- Soy Aurora, tu debes ser el Louis, el esposo de mi tía Carol.- me presento y le extiendo la mano en forma de saludo.
- No señorita, disculpe. Soy Joe, el chofer. Lamento mucho haber llegado tarde.- el señor de unos 50 años parecía muy dulce.
- No te preocupes Joe, llegué apenas unos minutos atrás.- miento intentando calmar su preocupación. Asiente más tranquilo y le regalo una amistosa sonrisa.
- Permítame su equipaje, señorita.- me dice, y no puedo evitar notar que usa unos guantes negros cubriendo sus manos, típico de película (al menos para mí).
Caminamos en dirección al estacionamiento. Joe abre la puerta trasera de un lujoso auto negro, estaba claro que eso de chofer no me lo había tomado con la suficiente en seriedad. Vuelvo a agradecerle y entro al auto con cautela. No quisiese manchar con la suela del zapato aquel cuero brillante, reluciente.
Una ventanilla separa los asientos de pasajeros con los del conductor y copiloto.

- Y dime Joe- comienzo luego de haber bajado la ventanilla.- ¿por qué contrataron un chofer solo para venir a buscarme?- pregunto.
- Oh no señorita, yo trabajo durante todo el año para el Señor y la Señora Harrison.
- Por favor Joe, dime Aurora. Uhm entiendo...- respondo, pero aún así no lo hago. ¿Qué sentido tenía contratar un chofer si puedes simplemente tomar el autobús?  O básicamente conducir tu propio auto.
El camino era largo, la casa de Carol y su familia quedaba un poco alejada del centro.

- ¿Joe? ¿Dónde estamos?- pregunto al ver cómo dos portones de color gris se abren y dejan ver un largo camino de piedra con flores a los lados.
- Hemos llegado.- responde.

Pues si, sabía que a mi tía Carol era una mujer exitosa en su trabajo, al igual que su esposo Louis, pero nunca había supuesto todo esto.
Joe estaciona el auto en la enorme entrada. El picaporte dorado de la gran puerta gira, y deja ver a una mujer vestida sumamente elegante. El vestido azul se ajusta a su cuerpo y a medida que camina el ruido de sus tacones negros se hace cada vez más fuerte.

- ¡Aurora!- me saluda y me regala un pequeño abrazo. No puedo evitar sentirme incómoda ante su demostración de cariño, después de todo no pareció importarle demasiado mi existencia estos últimos 10 años.- ¿Cómo te encuentras,  querida?
Sus manos descansan sobre mis mejillas. Carol es muy parecida a mi madre, tiene los mismos ojos y la misma vibra que transmite tranquilidad.
- Muy bien, gracias.- le sonrío educadamente.
- Ha pasado tanto tiempo...- dice mientras me guía hacia la entrada de la casa. Era despampanante; pilares de mármol color crema sostienen el techo de la entrada dándole un estilo antiguo y sofisticado.

- Tienes una casa preciosa.- digo, aunque mi intención era solamente pensarlo. Un enorme candelabro de cristal cuelga del techo del hall, era demasiado bonito.
La escalera en forma de caracol de madera oscura, los cuadros, las decoraciones, todo parecía combinar a la perfección.
Un niño pequeño corre hacia nosotros, y se detiene en frente mío.
- Hola.- me saluda. Me agacho a su altura para responderle.
- Hola, soy Aurora.- me presento con una sonrisa y recuerdo cuánto me encantan los niños.
- ¿Aurora? ¿Cómo la princesa?- siempre me resultó algo incómodo que me preguntasen sobre la princesa Aurora. ¡No somos las únicas Auroras en el mundo! Es decir, mi nombre no es de lo más normal, lo entiendo, pero tampoco era de lo más extraño.
- Sí, como la princesa.- el pequeño morocho asiente despacio y vuelve a hablar.
- ¿Sabes quién soy?- me dice y señala su disfraz.
- ¡Claro qué se quien eres! Eres...
- ¡Shhh!- me interrumpe y coloca el dedo índice sobre sus labios, se acerca a mi.- Dilo bajito.
- Eres Batman.- le susurró al oído.
- Sí, pero no le cuentes a mamá. Ella no sabe de estas cosas.- hago el gesto de estar cerrando mi boca con llave y el niño sale corriendo luego de escuchar las risas de Carol.
- Ese es Sam, mi hijo.- me dice con una sonrisa.
- Es un encanto.- le respondo sincera.
- Debes estar muy cansada por el viaje y haberte despertado temprano, ¿qué tal si te muestro tu habitación y te recuestas un rato? Luego podremos conversar y ponernos al tanto.
- Me parece genial.
Subimos las escaleras y abre la cuarta puerta de lo que parece un interminable pasillo iluminado por un enorme tragaluz.
La habitación es perfecta; más amplia que la cocina y comedor de mi casa en conjunto.
Las paredes son de un color neutro pero aún así tenía algo que la hacía parecer sumamente acogedora.
La cama era como de película, de dos plazas con el acolchado blanco y miles de almohadones de colores.
Pero sin duda lo más bello de todo era la luz natural que entraba por las amplias ventanas, dejando pasar el calor de los rayos del sol, especialmente sobre la cama.
Tal vez, solo tal vez, la idea de mi padre no estuvo tan mal después de todo. Tal vez sea una bonita oportunidad de conocer gente nueva, y disfrutar de lo desconocido.

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Nota de la autora:

¡Hola a todos!
Muy contenta de tener la oportunidad de poder compartir esta historia con ustedes. Ojalá les guste tanto como a mí. No olviden votar si les gustó este capítulo.
Saludos,
f

PausaWhere stories live. Discover now