Capítulo 10.

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Empezó el día con una agradable elocuencia: el melifluo de los pájaros. La luz nacía, por la mañana, en Copenhague, donde la paz alternaba en la habitación de Jack. No hay mejor manera de despertarse, como por el cantar de los ruiseñores. Pues así lo hizo el joven.

Un suave tacto de una manta de terciopelo, era semejante a despertarse así. No podía empezar mejor el día, solo podía empeorarse, cuando se acordase Jack, de que tendrá que aventurarse en las profundidades del mar.

"Qué agradable amanecer", pensó el chico. Pero se llevó se disgustó al acordarse de la razón de la cual habían venido ahí. No quería vivir ese día, pero tuvo que afrontar la difícil situación de la que estaba viviendo.

Delicadamente, se levantó Jack de la cama, y con cara adormecida, parecía que ese día fuera interminable e inmensurable, ante todo.

Se lavó la cara, y se encontró con Elisa, la que estaba en el salón.

-Buenos días.

-Hola. Buenos días.

-¿Cómo amaneciste?

-Bien, nada mejor que amanecer gracias al melifluo de los pájaros en un ambiente sumamente inefable.

-Qué bien.

-Es muy bonito.

Siguieron conversando, pero Jack advirtió a Elisa, de que tendrían que aprovechar el día para viajar a los lugares turísticos de los cuales habrían conversado el día anterior. Decidieron ir pronto, porque, como habían acordado los jóvenes con el bibliotecario, a las diez se encontrarían.

Se prepararon para el viaje, y fueron a pie, para ir a los sitios que habían nombrado. El primer objetivo era, los jardines de Tívoli. Se ubicaba a unos seiscientos metros, cerca de la casa de François.

Caminando, abrigados por el frío de Copenhague. Había mucho frío, y no tenía ninguna semejanza con lo que sería San Sebastián.

Llegaron al primer sitio. Los jardines de Tívoli. Era un parque de atracciones muy bueno, en el cual se lo pasaron muy bien. Este sitio, los ayudó a despejarse bastante, de los problemas que tenían.

Tras unas dos horas en el parque de atracciones, decidieron ir al segundo sitio, que era la escultura de La Sirenita, en el cual se podían quedar horas por la tranquilidad.

Poco después se veían los dos, mirando al horizonte, y el mar, que no se acababa. Parecía que habían firmado un armisticio con la esmeralda de la verdad, para mantenerse en paz, pero no era así.

-Qué bonito.

Para ellos, aquella experiencia era completamente etérea. Olían el petricor de los charcos de la lluvia del día anterior. Se producía el atardecer, y se encendieron las luces de los barcos que estaban al lado de la escultura, lo que produjo una gran luminiscencia. Jack, pensó que la compasión era la cosa mínima que podía hacer sobre lo que sería una persona huérfana como Elisa. En ese ambiente estuvo pensando mucho. Pensó sobre la bonhomía de Elisa, sobre su soledad, sobre su gran capacidad de resiliencia, sobre su gran melancolía en las situaciones difíciles, pero sobre todo, porque era una persona soñadora y nefelibata. Eso es lo que más le gustaba a Jack sobre Elisa.

Había una gran ataraxia, cuando de pronto, Jack se recordó que a las diez era cuando debía de ir con François, gracias a que se produjo un arrebol muy bonito. Decidió irse, no sin antes contemplar el hermoso arrebol. El cielo era tan anaranjado, que parecía que se producía un alba, cuando eran ya las ocho y media.

-Buscamos divertirnos, no conmovernos.

-Pero, es una serendipia. No encontramos lo que buscamos, pero encontramos algo mejor.

La Esmeralda De La Verdad. [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora