Extrañaba tus bromas, Tony

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La cuñada de Tony apenas se inclinó para dar palmaditas en los gorros de sus hijos, fue todo su saludo y con paso suave se acercó a la entrada de la casa, justo en dónde estaba su esposo.

—Pensé que te quedarías en California—le dijo Gregory cuando la tuvo a un paso de distancia.

La mujer rió, tenía una risa transparente, pero gélida. Tony se estremeció al escucharla, un escalofrío que le recorrió de pies a cabeza.

—Tenía que venir y ver la obra de mis niños ¿o no?—respondió ella y los dos chiquillos vitorearon felices.

—Pfff—Tony casi se carcajea al escucharla, y fue suficiente su amago de risa, para llamar la atención de su cuñada.

—¿De qué te ríes Tony?—le increpó ella. Pero, pronto, su atención se desvió hacia el hombre. de cuyo brazo Tony estaba sujeto. Se quitó los lentes oscuros y tras una breve mirada de pies a cabeza, le tendió la mano—Un gusto, mi nombre es Sharon— omitió el Stark deliberadamente.

Steve, como el caballero que era, sujetó la mano de Sharon y le besó el dorso con amabilidad.

—Un placer conocerla. Soy...

—Steve Rogers—dijo Tony cortando el contacto de los  dos con un manotazo y poniéndose entre ellos—. Es mi novio, así que está apartado. Aleja tus redes malignas.

Sharon le miró y echó a reír. Le hacía gracia ese hombre que se había puesto entre ella y el rubio, era como un duende enojado, duende por su estatura, por supuesto. Incluso, ella era más alta que el menor de los mellizos. Era claro que Gregory se había apoderado de todos los genes que tenían que ver con la altura.

—Ay, Tony, extrañaba tus bromas—dijo y se abrió paso hacia la casa, seguida de Gregory, quien, al parecer, estaba más malhumorado que de costumbre.

—No es broma—Tony se giró hacia Steve —, te echó el ojo, yo la vi.

Steve sonrió, para él, Tony era la cosa más tierna del mundo. Lo abrazó y besó en la frente.

—No te preocupes, yo tengo muy ocupados mis ojos en ti.

Una sonrisa boba se dibujó en el rostro de Tony por un segundo, segundo en el que se dio cuenta y la borró.

—Mejor terminemos el iglú—dijo, al tiempo que se apartaba de Steve y caminaba hacia la estructura en el patio que había quedado a medio hacer por culpa de la guerra de bolas de nieve—¡Jane, Jack, vengan!

Sus sobrinos dieron un respingo, y decidieron que su mamá podía esperar un poco más. Ellos y sus tíos, Tony y Steve, tenían una misión que cumplir.


Dentro de la casa, María Stark lanzaba una mirada furtiva hacia su hijo mayor, al tiempo que bebía un sorbo a su chocolate caliente. Lo había estado observando a la distancia y,  al tiempo que fingía entretenerse en cualquier trivialidad, intentaba captar de que iba la conversación que sostenía Gregory con su esposa. Y por lo poco que pudo interceptar, y la manera airada con la que movían las manos y gesticulaban, se dio cuenta de que las cosas no iban nada bien. Suspiró bajito para que nadie se diera cuenta que lo había hecho y justo entonces, la puerta del patio trasero se abrió y un torrente de risas entró como una bocanada de aire fresco.

Tony, Steve y los niños tenían la punta de sus narices roja y las chamarras cubiertas de plumillas de nieve, pero reían alegres. María sonrió contagiada. Le pareció que tenía frente así las dos caras de una misma moneda; por un lado, Gregory tenía problemas en su relación, y por el otro, Tony iniciaba una que, a diferencia de la de su hermano, le agradaba más. Steve era un amor, Sharon no.

Un Amor para NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora