Tus suegros, Steve

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El vuelo transcurrió sin sobresaltos. Agotado por las emociones matutinas, Tony se quedó dormido nada más despegar. Despertó cuando los altavoces del avión anunciaban el aterrizaje y, también, la necesidad de ponerse los cinturones de seguridad. Para su sorpresa, pero no para la de Steve, quien, dicho sea de paso, se limitó a sonreírle cálidamente; despertó con la mejilla apoyada en el brazo de éste. Se talló los ojos y murmuró un lo siento, que Steve rechazó pellizcándole muy suavemente la mejilla contraria. Para Tony, esa clase de caricia estaba lejos de su entendimiento, pero experimentaba tal sensación de confort, que no pudo más que devolverle una sonrisa ligeramente cohibida.

Tomaron un taxi desde el aeropuerto a la casa de Tony. No quiso avisar que había llegado y pedir que le mandaran al chofer. Necesitaba un poco de tiempo para preparar a Steve. Si fueran novios desde hace mucho tiempo, tal preparación se habría dado paulatinamente, con el ritmo de las charlas casuales y las anécdotas compartidas. Claro que, Tony, no había tenido una relación lo suficientemente larga como para que algo así pasara, pero creía, por lo que había visto a su alrededor, que así era como sucedían las cosas.

—¿Sabes?—inició y ganó la atención que buscaba—Mi familia es... un poco especial. Más bien, rara o, tal vez, es como todas las demás, pero para mí, ellos son raros.

Steve le miró divertido.

—Lo que te quiero decir es que, es probable que te ataquen con preguntas.

—Está bien, Tony.

—A mí me atacan cada vez que voy. Sólo que está vez te llevaré conmigo. Bueno, ellos saben que me gustan los chicos, claro—sintió que balbuceaba, así que respiró profundamente, para ver si así, podía ordenar sus pensamientos—. Pero, estoy seguro que no esperan a alguien como tú... ni siquiera yo lo esperaba—añadió en voz un poco más baja, pero que llegó a oídos del rubio, el cual amplió su sonrisa—. Entonces... lo que te quiero decir es que, de antemano, te pido disculpas por...

—Está bien, Tony, no te preocupes por eso.

Tony iba a rebatirle, a insistirle, incluso, estaba dispuesto a documentarle sobre los posibles asistentes a la fiesta de Navidad en casa de sus padres, pero no pudo hacerlo; sin que se diera cuenta, y mientras hablaba, Steve había tomado su mano y entrelazado sus dedos.

—Tu familia debe ser genial. Si eres parte de ella, no puedo imaginar que sea de otra manera.

Tony no contestó, su mirada estaba clavada en sus manos recién unidas. Sintió que los colores se le subían al rostro; y decidió callar y mirar por la ventanilla el paso de las calles. Mas, no hizo nada para revertir el contacto con el otro. En realidad, se dio cuenta, no quería hacerlo.

Su casa, como imaginó, estaba llena de luces, que en la claridad del día no eran más que focos sin vida; contra su pronóstico, sin embargo, no estaba el trineo de Santa sobre el techo. Tal vez, se dijo, por fin, su padre había desistido de esa cosa. Miró su hogar con un suspiro, mientras Steve terminaba de bajar las maletas del taxi y pagaba por el servicio. Tony apenas si fue consciente de esos sutiles movimientos a su espalda. Estaba nervioso.

—¿Listo?—le preguntó Steve.

Tony volteó a verlo, tragó saliva. Odiaba esas reuniones, porque siempre se sentía solitario y un tanto menospreciado, además de ser molestado constantemente. Hasta los malditos niños solían molestarlo. Pero esa Navidad, no estaba solo. Por ello, cuando asintió, lo hizo con una genuina sonrisa. Sujetó la maleta de Steve, porque era la menos voluminosa (le dejó a éste las suyas) y atravesó el camino de cemento hasta la entrada.

Tony tocó el timbre y una voz femenina habló a través de la puerta.

—¿Quién es?

—Soy yo, tía Elizabeth, Tony.

Un Amor para NavidadWhere stories live. Discover now