Capítulo 1

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Álvaro había forrado con folios blancos las dos novelas que habían llevado a la escritora Irene Leblanc a hacerse famosa por sus textos de romance.

El joven profesor había leído ambos libros con verdadera adicción y los había releído varias veces en ocasiones posteriores.

No obstante, no quería que su hermano se enterase de que era un apasionado de las novelas románticas de Irene Leblanc. En general, prefería no revelarle a nadie su ferviente interés por aquellas historias de amor y pasión que eran tan populares entre el género femenino.

Por eso ocultaba las portadas tras la opacidad del papel.

Álvaro se incorporó sobre el escritorio de su gran despacho. Abrió su portátil y se preguntó a sí mismo si no estaba llevando aquella obsesión demasiado lejos.

Sin esperar la respuesta, tecleó el nombre de su escritora favorita en el buscador de Google.

Unas cuantas entradas de blogs de novela romántica bombardearon la pantalla.

Tendría que asegurarse de borrar el historial antes de que Jesús se apoderase del portátil.

 Su hermano era el editor de Irene Leblanc. Y aún así Álvaro todavía no había tenido la oportunidad de conocerla en persona.

Él, a diferencia de su hermano, había preferido dedicarse a la docencia universitaria.

Estaba orgulloso de haber adquirido una plaza como catedrático con tan sólo treinta y dos años.

Suspiró. Sólo un pequeño flexo de luz anaranjada alumbraba el escritorio.

Deslizó el puntero hacia el buscador de imágenes de Google. Tenía cierta curiosidad por saber cómo era ella físicamente.

Quería comprobar que su imaginación volaba acorde con la realidad.

– Vaya – musitó en el silencio de su solitario apartamento.

Su hermano no mentía.

Irene era una mujer particular.

Álvaro había dado con una imagen de ella de cuerpo entero, sentada sobre un taburete y vestida con un bonito traje de raya diplomática.

La fotografía pertenecía a una entrevista que le habían realizado un año atrás.

Él sabía perfectamente que Irene tenía veintiocho años, había leído su biografía unas cuantas veces.

Lo que más le llamaba la atención era que Irene estaba licenciada en medicina. Y, sin embargo, ella había dejado de ejercer para escribir.

Desde luego, la profundidad de aquellos ojos grandes y castaños debía de proceder de algún lugar.

Tenía el aspecto de ser una mujer compleja. La curva de sus labios finos mostraba a una Irene melancólicamente sonriente.

Álvaro sacudió la cabeza. Era consciente de que elucubraba demasiado acerca de ella.

A medida que había ido leyendo sus libros, había forjado una imagen de la escritora en su cabeza.

Por eso no había querido ver las fotos de Irene Leblanc antes de imaginársela a su manera.

Y ahora que por fin la tenía frente a sus ojos, no le quedaba más remedio  que reconocer que no le defraudaba.

Te reservo mis derechos © Cristina González 2014//También disponible en Amazon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora