Capítulo 15: IMPACIENCIA(Parte 1)

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La jueza Paz Lázaro Ferrer se tomó un analgésico con el que combatir el fuerte dolor de cabeza que la hostigaba.

Acababa de hablar con Germán. Iba a tardar un rato en llegar.

Mierda.

"¡Pero si eres la medicina que me hace falta!", maldijo en silencio.

Sólo necesitaba un polvo bien echado, un buen pollazo en el centro de sus carnes que le llegara bien hondo, que le inoculara con su esencia de sexo y perdiera la cabeza en la emoción del placer extremo que la iba a invadir.

Tendría que esperar a todo el procedimiento. Instruir las diligencias, toma de declaración, reseña dactilar, y demás. O sea, unas cuatro horas como muy pronto.

No obstante Germán le había prometido que en una hora u hora y media estaría allí con ella para ver "el desarrollo de los casos"...

Su respuesta: "te tomo la palabra".

"El desarrollo de los casos... ¡Ja! ¡El desarrollo de tu polla dentro de mi coño más bien, bonito!", había pensado, bufando como una gata en celo.

Se mordió los labios en un intento por morderse las ganas y se sentó en el gran chaise longue del salón, rodeada de informes, extractos bancarios, declaraciones, y por toneladas y más toneladas de papel, por resumirlo de alguna manera.

La investigación que estaba llevando estaba tomando una doble ruta: de un lado, lo que parecía ser un asunto de robos de vehículos por encargo, donde los de alta gama era modificados y derivados a nuevos dueños que pagaban muy bien, y los demás eran desguazados y convertidos en piezas de repuesto que se vendían y suministraban por media España; de otro lado, había una inmensa lavadora de dinero sucio, procedente de toda aquella actividad, que no cesaba de girar y girar.

Conexo a todo eso, había temas de amenazas, extorsiones, y lo que parecían que podían ser implicaciones a más alto nivel, como del tipo político.

Ese era un terreno resbaladizo en el que tendría que asentar muy bien sus pies antes de dar el siguiente paso si no quería perder pie y caer.

Y caer en aquel momento de su carrera profesional venía a significar lo mismo que hundirse en la miseria e, incluso, que la expulsaran de la carrera judicial.

Tres desguaces en Cerro de San Juan. Todos ellos trabajando a destajo con los coches que parecían no dejar de entrar para no salir en las fauces de aquel monstruo. Los robos se sucedían en cualquier parte de la provincia, pero el coche siempre iba a parar a uno de aquellos desguaces.

Uno se encargaba de los coches de alta gama, los cuales eran revisados de arriba abajo, limpiados, pintados y lacados, y hasta personalizados a solicitud de algunos de los compradores; otro se encargaba de modelos actuales, pero menos interesantes, que podían tener salida como vehículos de segunda mano, rentings, kilómetro cero, y demás de ese tipo; y el tercero se encargaba de vehículos viejos que aún funcionaban, pero sin más salida que la de despiezarlos y convertirlos en repuestos.

Luego, tras las ventas, el dinero se limpiaba en una serie de sociedades dedicadas a diversos ámbitos de la construcción: ladrillos, cemento, plomo, extracción de pizarra, cobre para instalaciones eléctricas,...

El problema no era comenzar a detener. Esa era la parte sencilla del asunto. El verdadero problema era seguirle el rastro al dinero.

Peticiones formales a bancos y entidades privadas, arqueos, auditorías, y todo un desfile interminable de datos que tenía que estudiar, sopesar y evaluar. Bueno o malo. Verdadero o falso. Relevante o no para la investigación.

CAMINANDO CON FUEGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora