Cosas de oficina

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Si el sábado por la mañana era un zombi, el lunes francamente fui enterrada

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Si el sábado por la mañana era un zombi, el lunes francamente fui enterrada. Me moví por inercia y por el simple hecho de cumplir con la empresa y mi trabajo. Bajo del bus odiando al chofer. Esta vez no hay caballero lustrado esperándome y para colmo de males ¡Se me rompió un tacón! ¡¿Qué mal había hecho?! Dejo de sulfurarme en pleno camino y entro en el edificio. Lucy, otra de las recepcionistas, me ve espantada y claro que entiendo por qué. Soy un espantapájaros vivo, completamente vivo. Con los tacones en la mano, saco de mi billetera mi tarjeta de crédito y se la entrego.

—Sabes que debes hacer. Te lo encargo —lanzo como una súplica que ella entiende perfectamente.

—No se preocupe, señorita, ya mismo lo hago. —Doy saltitos de alegría. Paso mi mirada por la insulsa compañera que tenía Lucy y meto mi cuerpo en el ascensor.

Me pregunto si ella no sabrá cuál es su talla ideal. Un poco más y el botón de su blusa saldrá disparado como corcho sin rumbo. Llego a la oficina queriendo que el mundo se desplomara de una vez para volver a casa. Veo a Mónica entrar y... ¡esa niña no guardaba ni una mísera ojera en su rostro! Refunfuño. Ella se rie por debajo y deja un botecito de base liquida sobre el escritorio. ¡Siento que la amo! cuando la veo salir de la oficina tan fresca como una lechuga vuelvo a lo mío.

Alzo la mirada al escuchar mi nombre rezumbar por toda la planta y noto la prisa en Samuel. Se acerca hasta la oficina con el rostro descuadrado, un par de ojeras y la gravedad de cualquiera que fuera el asunto en sus ojos.

—Sala de reuniones, ahora —dice.

Me levanto de prisa y empezamos a recorrer el camino. La mayoría de los cubículos yacen vacíos y ni cuenta me había dado de ello. Cuando entramos en el pasillo que va hacia la sala de reuniones me encuentro con mujeres llorando, hombres refunfuñando y un montón más llevando cajas encima. Alcanzo a Samuel —sí, aun ando sin zapatos— y lo tomo del brazo.

—¿Qué está sucediendo? —Estoy aterrada, muy aterrada.

—Lo que ves, ya empezaron a liquidar a varios empleados.

Me llevo las manos al a boca gritando en mi fuero interno ¡Despidan a la estúpida de Cristina!

—¿Para eso nos llaman a la sala de reuniones?

—Es más que eso.

La sala de reuniones está llena con gente de la junta administrativa. El señor Granier abarca con su presencia el lugar mientras el resto parecía compungido. Paseo mi vista por el lugar encontrándome con varios conocidos hasta dar con la silueta tranquila de ese sujeto que había visto frente a mi oficina ¡Y que para colmo era mi caballero! Creo que empiezo a hiperventilar.

Atractivo, porte elegante, cabellos opacos, ojos azabache y encantadores ¡Y era mi caballero!

—Señorita Argento, señor Velázquez, por favor tomen sus lugares.

El loco mundo de Samy ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora