24-. Sombras

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Como es de esperarse en una noche sin luna de noviembre, un viento frío recorre las sobrepobladas calles de Nueva York, yendo en dirección contraria a la que caminamos Larissa y yo. Y a pesar de ser casi las once de la noche, evadimos un número considerable de personas que avanzaban por la calzada sin siquiera mirar lo que tenían al frente; todo mientras le contaba lo que había hecho con mi vida durante los pasados nueve años.

—Han sido más emociones de las que alguna vez he querido experimentar —afirmo, escondiendo las manos en el bolsillo de mi sudadera—. ¿Y qué hay de ti? ¿A qué te has dedicado?

—En resumidas cuentas, me vi obligada a desaparecer del mapa para evitar que el enemigo me matara —contesta—. Cuando los Eismis ganaron la guerra entre especies, ejecutaron a todos y cada uno de sus prisioneros sin mostrar la más mínima consideración por niños, mujeres ni adultos mayores. Debido a eso, la gran mayoría de los que seguíamos en libertad optamos por ocultarnos y huir tan lejos como nos fuera posible.

—¿Adónde fuiste?

—Viajé por el mundo, asegurándome de mantener un perfil bajo —evade a una pareja de dos chicos que van tomados de la mano. Estos parecen estar tan enfocados en verse las caras que ni siquiera notan nuestra presencia—. Visité Europa, Asia, África y Latinoamérica; y en cada región adquirí muchísimos conocimientos.

—¿Como qué?

—Un poco de cada cosa: artes marciales, literatura, nuevos idiomas, magia negra, artes amatorias... Ya sabes —sonríe al decir esto último—. Gracias a lo aprendido pude armarme de valor para regresar a mi tierra, pero una vez allí, lejos de conseguir a los mismos enemigos de antes, encontré a las Sombras.

—¿Intentaste hacer algo al respecto? 

—Al principio sí, y gracias a eso descubrí algunas debilidades que podemos aprovechar —le echa un vistazo rápido al escaparate de una tienda de ropa—. Por ejemplo: en su estado natural no pueden tener contacto con la luz solar o se desintegran casi de inmediato, y solo pueden desplazarse usando las sombras de los seres vivos como vehículo. De ahí proviene su nombre.

—No suenan tan difíciles de vencer.

—Eso solo aplica cuando no han poseído a nadie —niega con la cabeza—. Una vez que tienen un cuerpo a su disposición, se tornan extremadamente peligrosos.

—¿Son más fuertes que un humano común?

—No es únicamente la fuerza, sino el aura malvada que arrastran consigo—me mira a los ojos—. Y para empeorar las cosas, si logran escapar del Inframundo cuentan con la capacidad de viajar entre dimensiones tal y como les plazca.

—Supongo que esa es la peor parte.

—Para nada. Lo complicado es que pueden transformarse a conveniencia para hacerte emitir emociones negativas y alimentarse de ellas.

—¿Quieres decir que...?

—Pueden convertirse en tus padres, en April, e incluso en tu peor miedo —explica, rodeando un poste de luz—. Luchar contra esos seres sin un compañero es una derrota segura.

—Pero se supone que nuestra especie los mantenía a raya, ¿cómo era posible eso si a duras penas podemos echarlos de nuestro propio mundo?

—Eso es fácil de responder. Las Sombras, siempre y cuando estén en el inframundo, son el eslabón más débil, simples vampiros de energía que dependen de lo poco que puedan absorber de las almas a su alcance —nos detenemos justo antes de un semáforo peatonal y esperamos a que cambie de color para poder continuar nuestro camino—. Aquí tienen una amplia selección de víctimas y prácticamente ningún enemigo, por lo que pueden alimentarse mejor y aumentar su poder de formas inimaginables.

—Entonces la cantidad de víctimas es lo que las hace controlables o no —murmuro.

—Podría decirse que sí —asiente.

—¿Y cuál es tu plan para acabar con ellas?

—Para comenzar, necesitamos volver a Canadá y reunir a más como nosotros para garantizar que no nos maten en el intento —indica Larissa—. A partir de ese momento, podremos organizar una estrategia para repeler a esas cosas.

—¿Y de dónde vas a sacar más personas aladas? Quiero decir, Igmis —me encantaba el sonido de aquella palabra.

—De la misma manera que te encontré, usando mi intuición.

—¿Quieres decir que siempre supiste que estaba aquí?

—No realmente —se encoge de hombros—. Hice una parada en Nueva York solo para buscar un sitio donde dormir, pero entonces sentí tu presencia —saca una caja de Marlboro del bolsillo trasero de su pantalón—. Por supuesto, no supe que eras tú en el primer momento, así que me vi obligada a recorrer todo el perímetro de la ciudad para dar contigo —se coloca un cigarrillo en los labios y me extiende la cajetilla—. ¿Fumas?

—Gracias —tomo uno y me lo llevo a la boca. Acto seguido, la chica saca un encendedor y enciende ambos cigarros—. Pensé que sabrías exactamente quién era y por eso habías logrado localizarme.

—Nuestro instinto no funciona así —dice, expulsando el humo por la nariz—. Pero poco a poco irás aprendiendo al respecto, no te preocupes.

Seguimos charlando acerca del tema y caminamos a través de unas cuantas manzanas, hasta que, prácticamente sin darme cuenta, habíamos llegado a la entrada de mi edificio.

—¿Cuándo partimos? —le pregunto.

—Todo depende.

—¿De qué?

—De cuánto tardes en buscar tus cosas —cruza los brazos—. Date prisa y trae lo que tengas que traer, debemos aprovechar la cobertura del cielo nocturno.

Canción: Taipei Person/Allah-Tea

Banda: Stone Sour

JoeyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora