Madison se recargó sobre el tronco de un árbol, con los ojos llorosos; deduje que por la droga. Me ofreció la bolsa y aspiré una línea, sin pensarlo dos veces. La cabeza me dio vuelta en cuestión de segundos, me relamí los labios con la respiración agitada. Veía a Madison, con la mano dentro de los pantalones, tocándose, con una sonrisa arrogante. Gateé hasta él y le bajé el pantalón hasta los testículos, dispuesto a chupársela. En ese momento no sabía para qué me había llevado allí, pero no podía dejar de pensar tener sexo con él, más aún bajo el efecto de la droga; era capaz de bajarme los pantalones y cabalgar sobre su cintura. Las manos de Madison me hicieron tragar su eje, hasta el fondo de la garganta, provocándome arcadas. Me hice a un lado, tosiendo, mirándolo con reproche. El muy hijo de puta se me rió en la cara.

—Creí que por lo menos sabías hacer un garganta profunda —lanzó otra risotada—. Nunca te acostaste con un hombre —sostuvo su sonrisa, victoriosa, con los ojos vidriosos.

En ese momento no supe cómo reaccionar, no podía reírme, porque él ni siquiera se estaba burlando de mí, estaba sintiendo pena de los dos. Quedé mudo, sosteniendo esta incomodidad que me provocaba cada vez que abría la boca; me sentí patético, humillado.

—Llévame a tu casa, quiero cogerte en tu cama —soltó de repente, y temblé.

No les puedo decir que me ofendí por su actitud de mierda, porque estaría mintiendo; eso era todo lo que quería con él. Lo ayudé a levantarse, desconforme con mi decisión. En otro estado jamás se me ocurriría llevar a nadie a mi casa, mucho menos con Holy allí; pero no pensé, no pude pensar. Estaba aturdido.

Caminaron de vuelta por Whittier, lado a lado, sacando a Madison de la calle cuando le fallaba la coordinación y bajaba la vereda. No pudo evitar reírse de él, estaba seguro de que era su primera jalada, otra razón no encontró para que una sola línea lo colocara tanto. Lo sujetó del buzo, bajo la mirada de algunos curiosos.

—Madison... —le llamó la atención, el hombre le dedicó una mirada perdida—. Es aquí, en esa esquina.

Subió los escalones, escapando de él, que lo acorralaba contra la pared, intentando besarlo entre manoseos atrevidos. Llegó a la puerta, embocando la llave con dificultad. Madison empujaba, apoyando su erección sobre el trasero de Sacha, mordisqueándole el cuello. Cuando logró entrar al apartamento, se quedó helado con la llave en la mano y el hombre parado detrás de él. Holy veía el televisor, sentada en el sofa. Giró la cabeza.

—Hola... —saludó, levantando la mano—. ¿Quién es?

—Es un amigo, Holy, oye... quédate aquí, ¿sí?, enseguida vuelvo —fue todo lo que se le ocurrió decir.

La niña, de tan solo once años, se quedó perpleja. Se notaba a kilometros que estaban drogados. Madison estaba demasiado volado como para actuar acorde a la situación, pero Sacha lo controló de inmediato, arrastrándolo de un brazo hasta su cuarto. Holy levantó un pulgar cuando su hermano la miró, antes de meterse por la puerta al final del pasillo; asintió con la cabeza, indicándole que sí, que todo estaba bien, y se encerró.

La cara de Holy me revolvió las tripas, ella estaba confundida; me estaba encerrando con un extraño en mi habitación, sin siquiera saludarla como se debía, como lo hacíamos hace años, con un fuerte abrazo y un beso ruidoso.

Mi cama de una plaza ocupaba casi toda la pieza, había una repisa con libros sobre ella y al frente estaba mi ropero, de dos puertas, encajado a medida en la pared. Quedaba un espacio pequeño para que la puerta abriera, y en él entraba perfectamente una mesa de noche. Madison me levantó en su cintura, haciendo golpear mi espalda contra la puerta. Sentí con mis manos sus brazos firmes, los acaricié hasta sus hombros, y cuando me calzó las piernas en su cadera, me colgué de su cuello. Sus besos me robaron el aliento, hicieron que olvidara el sentimiento de culpa. Nos enredamos en caricias acaloradas; luché por bajarme, extrañando las manos que acariciaban mi trasero, pero disfrutando la victoria cuando logré quitarle las prendas superiores, arrancárselas para ser específico. Moría de calor, sofocado por el abrazo del cuerpo irresistible de Madison, que me llevó a la cama, jalando mis pantalones, con hambre de bestia. Estuve perdido en su boca, sin notar siquiera cuando se bajó el deportivo hasta la mitad de los muslos, robándome el lubricante de los bolsillos de mi pantalón, que estaba todavía sobre la cama.

El diablo se llama MadisonWhere stories live. Discover now