Roto

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Había comprado los ingredientes de la cena en la tienda del piso de abajo de su apartamento, en la esquina de Hollins y Whittier. Tenía carne, papas y condimentos picantes, para intentar un estofado. Leyó varias veces los pasos en la pantalla de su celular, después de buscar la receta en internet. Recordó la charla con Madison sobre lo mismo, preguntándose si todavía seguía en el hotel, ahogándose adrede con el humo de su cigarrillo.

Se hicieron las cinco de la tarde. Su hermana llegaría a las siete, seguramente después de merendar con sus amigas; por lo que no decidía si ponerse a cocinar tan temprano o esperar a que cayera la noche. No sabía cuánto le llevaría preparar todo, así que optó por adelantar algo. Mientras pelaba las papas, llegó un mensaje de Valdo a su celular.

"Tengo un mail de tu cliente, Madison, dice que quiere verte a las seis en el parque Hollenbeck. Le di tu celular. Quédate con la mochila. Si necesitas algo más, cuando tengas tiempo libre ven al club, de paso me pagas la comisión. Saludos".

Contestó con un "Ok", sintiendo una molesta sensación golpeando la puerta del instinto; era demasiado pronto para otro encuentro. Salió de la pantalla de enviados y encontró otro mensaje de un número desconocido en la bandeja de entrada.

"Le pedí tu número a tu jefe, espero que no te moleste. Madison".

Tragó saliva, notando unas ligeras cosquillas en el estómago.

"¿Ahora estás en el parque?" envió.

Segundos después el teléfono volvió a vibrar.

"Sí"

Dejó todo como estaba y se fue directo a su habitación, sacó de la mochila algunos condones para guardarlos en su bolsillo, junto con uno de los lubricantes, preparándose para cualquier situación. Salió del apartamento, caminando por Whittier hasta la avenida Boyle, que era el recorrido más directo para llegar al parque. Estaba a unas pocas cuadras, así que prefirió ir un rato antes. Atendería sus asuntos con Madison y volvería a la cocina, a hacerle algo delicioso a Holy, ese era el plan. Jamás admitiría que estaba desesperado por volver a verlo, porque eso era decir demasiado, era admitir que Madison lo había sacudido a un nivel más interno.

Me adentré en el Hollenbeck, buscando ansioso la figura de Madison, pero fue él quien me encontró primero. Tocó mi hombro, haciéndome voltear. Iba vestido con un pantalón deportivo y un canguro negro. Sonrió con picardía, pronunciando las patas de gallo en sus ojos grises; percibí enseguida que algo estaba tramando.

Ven —acompañó con un gesto de su cabeza, guiándome hacia unos árboles—. Llegaste rápido.

Estoy a diez minutos de aquí. ¿A dónde vamos?

Madison revisó el lugar, un sitio bastante resguardado de la mirada de curiosos, cerca del río. Se sentó en el suelo cubierto de hierba tierna, y palmeó el espacio a su lado, invitándome. Me senté junto a él, algo inseguro; después de todo no lo conocía, no sabía si podía sorprenderme y atacarme. Madison sacó una bolsita transparente de su chaqueta, con un polvo blanco dentro. Cuando lo vi con eso, no pude evitar mirar a mi alrededor, asustado.

—Se lo compré a un tipo de por aquí —dijo, abriendo la bolsa.

Colocó una línea desprolija de polvo sobre el revés de su mano y luego acercó la nariz, cubriéndose una fosa para aspirar con la otra.

Mi corazón comenzó a latir fuerte, se me secó la boca y el estómago me dolía de nervios. Solía drogarme cuando era un vándalo sin principios, me dejé llevar por la euforia del sexo, por mis angustias y mi rebeldía. Cuando Holy entró a mi vida de nuevo, me sentí reparado. Y ahora estaba tentado a corromperme.

El diablo se llama MadisonWhere stories live. Discover now