Parte 34

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Me dieron un mes de vacaciones por recorrer en un barco surrealista los lugares más increíbles

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Me dieron un mes de vacaciones por recorrer en un barco surrealista los lugares más increíbles. A mí me hacen juicio en cualquier momento. Por descarado. Por tomarme vacaciones después de navegar alrededor de Cerdeña, Barbados, St. Barths o Caimán. No sé dónde meterme.

Llamo a la compañía aérea que me llevó de viaje por Europa. Siguen sin saber nada de mi cuaderno. Me repiten que lo único que encontraron fue un móvil, un neceser y una notebook. No entiendo cómo alguien no reclama una notebook. Me hacen sentir un pijotero preguntando por un cuaderno a rayas. Sé perfectamente que la aerolínea ni registra mi reclamo. Deben estar usando el cuaderno para jugar al tutti frutti. Yo también me bajé de ese avión sin saber ni mi nombre. De pedo manoteé la mochila. Fue el viaje más loco que hice en mi vida. Dos horas volando. La señora que va al lado mío no entiende por qué tengo una sonrisa de lado a lado, las manos agarradas al asiento y la cabeza contra el respaldo como si fuésemos a la velocidad de la luz. Mi boca va haciendo guau. En el despegue sentí que una parte de mi cuerpo se desintegraba contenta. Cuando el avión empezó a carretear, la piel que me sobraba se pasó al asiento de atrás. Una sensación hermosa. Los controles del aeropuerto me dejaron pasar sin más remedio. No tienen ningún aparato para medir por qué soy tan feliz.

Qué bien que hice en terminar la gira en Ámsterdam. Cuatro días siendo libre sin molestar al de al lado. Caminando más puentes que calles. Nunca crucé tantos puentes juntos. Al final se vuelve un vicio. Querés puentes, dame más puentes, Ámsterdam. Hacés siete cuadras de más para ir a buscar otro. No estamos hablando solo de puentes. Debajo hay unos canales encantadores. Los construyeron para que no se transformara en realidad la inundación que se ve desde el aire. Algo que parecía inevitable en una zona que está dos metros por debajo del nivel del mar. Sonrío a cada dato que me tira el guía turístico. Él hace lo mismo. También el resto. Acá sonreímos todos. Abrimos los ojos cuando nos señala la cantidad de casas flotantes que hay en esos canales. Un poco nos desilusionamos al enterarnos de que no quedan lugares para amarrar una. La fantasía de vivir sobre un canal en una barcaza refaccionada nos envuelve inmediatamente. Tacho la idea de saltar de palito desde el porche al escuchar que el fondo está lleno de bicicletas. Son, lejos, lo que más encuentran los limpiadores de canales. Una vez al año circulan unas lanchas con imanes que las atrapan de a toneladas. Los lugareños dicen que de los tres metros de profundidad, hay un metro de barro, otro de agua, y el restante son bicicletas. Arriba del agua, también abundan. Hay más bicis que habitantes. Les tuvieron que poner frenos contra pedal en vez de los tradicionales para evitar que se enredasen los cables al dejarlas todas juntas. En una esquina, contra una baranda, puede haber más de cincuenta. Avisá que no llegás a cenar si te toca sacar la del medio. Yo tendría que haber alquilado una. A mitad de la estadía me doy cuenta de que Ámsterdam se puede conocer de distintas maneras, dependiendo del tiempo que dispongas:

a) Una semana >> caminando

b) Cuatro días >> en bicicleta

c) Un día >> Google

Capaz que vuelvoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora