Parte 4

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Ahora solo resta esperar que pase algún buque mercante

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Ahora solo resta esperar que pase algún buque mercante. Mirá lo que son las cosas. Un día hacés todo lo posible por esquivarlos o incluso rogás para que no aparezca ninguno. Y a la tarde siguiente estás esperando que se cruce alguno para tirarte de palomita. La vida te da revancha, buque mercante. Hoy es una de esas tardes en que quiero que me pasen bien cerquita, me bajen una escalera y me presten algún camarote para que pueda llorar tranquilo. Sin todavía haber hecho siquiera contacto, sé que ninguno va a tener intenciones de rescatar al Shamrock. Me consta. En alta mar, las embarcaciones deben prestar ayuda a cualquier persona con riesgo de vida, siempre y cuando no comprometa la seguridad de su propia nave, ni la de su tripulación. Están obligados por ley y más que nada por principios. Pero los bienes materiales no corren la misma suerte. Tiempo atrás, algunos capitanes buena onda solían subir a bordo también a la embarcación en emergencia. Hasta que empezó a pasar que los rescatados, una vez en tierra, vivos y sequitos, les iniciaban juicio a las compañías navieras porque en el rescate les habían rayado el barco. Culpa de esos miserables el Shamrock no va a llegar a un puerto como teníamos planeado. Con lo chiquito que es en comparación de estos buques, lo meterían en cualquier lado. Es un bolso más, lo subís haciendo piecito.

El motor fuera de borda es la primera víctima de esta tragedia. Tiene la pata toda doblada y no quiere arrancar nunca más. No lo culpo. Un Suzuki de 5 HP es ideal para entrar y salir de los puertos, no para navegar diez millas haciendo de timón en un velero de una tonelada. Diez millas en línea recta. La estela del Shamrock de recta no tiene nada. De línea tampoco. Son firuletes. Avanzamos a tierra como podemos. Zigzagueamos, es la palabra. Una palangana viajaría menos torcida. Difícil saber si voy a llegar a la ruta de los buques. Todas las fichas están puestas en el motorcito. Cada milla descontada la vivo como una victoria. El Suzuki se sumerge en agua salada muchas más veces de las CERO que recomienda el manual. Tampoco sugiere en ningún lado que siga andando en seco. Y cada vez que la pata entra en el agua hace palanca como si estuviera revolviendo cemento fresco. Si zafo de esta, ya sé lo primero que voy a tener que buscar en Mercado Libre.

-Hoy te recibís de héroe -me encantaría haberle dicho en ese momento.

Es la primera vez que el corazón me late tan fuerte. Siento que se me va a salir por la boca. Con el envión que trae, seguro que pica en cubierta y se cae al mar. Es lo único que me falta. Qué lejos queda la esperanza cuando estás sin timón a cuarenta millas de la costa. Dame una peatonal repleta de gente que los abrazo uno por uno. Un embotellamiento en hora pico. 32 Luna Park de Arjona. La cola de un Rapipago. Todo se extraña mucho más a la distancia. La manija del segundo balde que tiré por popa es lo único que sigue atada al cabo. El resto del balde ya debe haber llegado a la Antártida. Estas maniobras suenan fantásticas cuando las aprendés en el curso de timonel. "Si el yate es pequeño, se puede gobernar sin timón arriando por una de las bandas un balde por el lado que queramos caer." El primer balde se hunde más de la cuenta. Está chocho juntando cornalitos; lo de caer por la banda lo dejamos para otro día. Cazar y filar la vela no resulta como esperaba. El sistema funciona logrando un interesante nudo y medio. El problema es que hay que llevar las dos escotas en la mano todo el tiempo y te quedan los brazos para juntar monedas del piso. Según el GPS, a este ritmo tardaría cuarenta horas en llegar a Torres, donde eventualmente algún local me daría una mano para sortear las rompientes que hay en la entrada. El GPS se maneja con la información que recibe. Si estuviera sentado al lado mío, notaría que cada vez que suelto las escotas el barco se va a cualquier lado y perdemos el camino avanzado.

Por suerte presté atención en las clases. Son varias las acciones recomendadas para este tipo de situaciones. Tengo que hacer algo urgente, por acá no creo que pase nadie arreglando timones. El Shamrock dejó de ser un velero hecho y derecho. Sobretodo derecho. Cerré los ojos un segundo y cuando los abrí viajaba arriba de un toro mecánico. Las velas gualdrapean con fuerza, objetos que vuelan desde las taquillas al piso de la sentina, el casco que entra y sale del agua, el horizonte girando como un globo terráqueo. Mis cosas, bien. Del barco para afuera es otro mundo. El viento sopla a menos de quince nudos, la ola es normal, el día está para manga corta. A bordo estamos en guerra. Mi mano derecha chorrea sangre sin parar. En la desesperación por quitar la pala del timón me enganché tres dedos con el herraje. ¡Cómo se movía esa pala! No arrancó la popa de casualidad. Menos mal que reforzamos el espejo del lado de adentro. Capaz me termino muriendo igual, pero lo haré con la satisfacción de haber hecho las cosas bien. Algunas. Muchas salieron mal. El famoso yin yang. Uno de los dos herrajes que sostienen el timón se quebró por la mitad y la pala quedó pivoteando sobre un solo eje. ¡Cómo estaba esa pala! Al asomarme por la popa para ver lo que estaba sucediendo, parecía un dragón marino enfurecido. Solo tres palabras pueden transmitir lo que sentí en ese momento. "Qué jodido estoy."

Flotar, flota

Capaz que vuelvoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora