Parte 1

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FIN


Gracias por todo, Shamrock. Ahora que sé cómo termina, volvería a hacerlo de nuevo. Fue un viaje increíble pero llegó el momento de soltarte la mano. No puedo seguir persiguiendo un barco fantasma.

El lugar donde quedó flotando es una ruta marítima muy transitada. Si ningún otro barco lo había visto, era simplemente porque tan a flote no estaba. El Shamrock es un velero pequeño, sí. Pero no deja de ser un barco de seis metros de eslora. No estamos hablando de una botellita de plástico. Durante las últimas semanas anduve de un lado a otro detrás de pistas teñidas de optimismo. En Torres, un pueblito costero al sudoeste de Itajaí, un rescatista que vivía en una casa sobre la playa me enseñó que en las desgracias todos quieren dar una mano. Después vemos si sirve o no. Supe que había visto cualquier cosa menos el Shamrock cuando se trepó a la plataforma a la que subía cada mañana para ver cómo estaban las olas. Desde ahí arriba me dijo que no, que ahora no lo veía. Que tal vez mañana. Parado en la plataforma y haciendo visera con las manos llegás a ver, como mucho, a cinco millas náuticas de distancia. Ocho, si tenés un don. La aclaración de náuticas viene porque a algún iluminado le pareció buena idea que también hubiera millas terrestres, y que obviamente midieran distinto. Una milla sobre el agua equivale a 1,852 kilómetros. En cuanto tocás tierra se desvaloriza un poco: la milla terrestre cotiza a 1,609 kilómetros. Imposible que se viera al Shamrock desde la playa. Duró poco la expectativa. No sé en qué momento me ilusioné con que el avistaje lo había hecho desde un helicóptero o un rascacielos, por lo menos. En la terminal me recibió diciendo que le pareció ver algo en el mar que podría ser un velero. De entrada me avisa que no quiere crearme falsas expectativas. Lo saludo abrazándolo fuerte. Quiero que sienta lo agradecido que estoy. Bajé del ómnibus con la confianza de los que van a reencontrarse con su barco abandonado.

Treinta y cinco minutos después de que llegó el rumor de una embarcación a la deriva, yo ya estaba en la ruta camino a Torres. Poco importó que no coincidiera tanto con los cálculos. Entre rumor cerca de la costa y cálculo mar adentro, me quedo con el rumor, que está más a mano. Según esos cálculos mi barco debería estar unas treinta millas al noreste de la última posición conocida. Y a veintiocho millas de la costa en línea recta. Era la conclusión a la que había llegado unos días antes el Departamento de Oceanografía de la Universidad de Itajaí. Los estudios de los investigadores tuvieron en cuenta las corrientes marinas y los vientos de los últimos días. Me mostraron las proyecciones en una pantalla de veinticinco metros de largo. Había flechas, cruces, cifras y luces por todos lados. Si me decían que era la fórmula de la Coca-Cola yo asentía con la cabeza. Toda la flota pesquera y mercante en navegación desde Río de Janeiro a Río Grande do Sul fue puesta en alerta de la posible ubicación de mi barco. Claudio, Capitán de Náutica de la ciudad de Itajaí, no paró de presentarme a destacados profesionales y científicos que dieron lo mejor de sí para traer una buena noticia. Además me hospedó en su casa, y desde que nos conocimos, no hizo otra cosa que buscar el Shamrock, el velero del que me separé por la fuerza cuarenta horas atrás. Otro capitán, el del buque mercante CSAV Santos, se despidió de mí cortésmente. Así son los alemanes. Los capitanes de otros países, después de salvarte la vida te abrazan fuerte y te tiran alguna frase solemne. A Slawomir le bastó con un apretón de manos. Su nombre de origen eslavo significa gloria y prestigio. Mucho de eso hay en rescatar a un muchacho a la deriva en el océano Atlántico. En una oficina de la marina de Brasil, les explicó a cinco uniformados los pormenores del incidente. También les dio un reporte de todo lo sucedido, con fotos y un informe detalladísimo de lo que fue la maniobra. Los militares, frente a mi desgracia se muestran cordiales, casi fraternales. Yo esperaba una corte marcial y un castigo ejemplar por haberme hecho a la mar en un barco tan pequeño y en solitario. Pero en cambio me alientan y me dicen que los verdaderos navegantes no sé qué. Mi estado de ánimo no me permite prestarles mucha atención a las palabras. Solo las escucho y trato de responder algo coherente. La escuadra militar entendió desde el principio que no estaba frente a un magnate de la náutica. Me hicieron el ofrecimiento de rescatar al Shamrock por una mera formalidad. Les expliqué que, económicamente hablando, mi velero valía muchísimo menos que la operación de rescate que me estaban proponiendo. La esperanza me duró una respuesta.

Capaz que vuelvoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora