Las cabañas.

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Paseo de curso al campo, Rancagua.

—Vamos llegando, ¡Chubai-Chubai! —Cantaban todos los chicos del II° medio.

Al final del bus, como hay 5 asientos juntos, iba la Isi, la Vale, la Bruna, el Santi y la Ani. Santiago y Anita iban jugando al gato en un cuaderno, al cachipún o alguna otra tontera. Bruna estaba concentrada en su música mientras Isidora miraba el paisaje. Valeria también miraba, pero no los árboles que comenzaban a aprarecer ni los caballos o vacas. La miraba a ella.

—¡Vale! —apuntó a la ventana —¡Hay un carro de bomberos súper lindo aquí al lado!

—¿A ver? —Respondió Valeria con mucha curiosidad.

Quedó boquiabierta. El camión brillaba, tenía muchas hachas y una escalera larguísima además de los sets con mangueras y extintores. Quedó aturdida. Isidora sabía que a Valeria le fascinaba la idea de ser bombera. Lo que no sabía era que su compañera de asiento estaba enamorada de ella. De su cabello negro, de sus pecas esparcidas en su rostro redondo, de sus manos menudas, de sus dedos cortitos, de su baja estatura, y en especial de la forma en que sonreía arrugando la nariz. Soñaba en que Isidora le enseñaría a besar. Tenía la esperanza.

—¡Llegamos! —Dijo entusiasmado el profe Mauro, que guiaba el viaje.

Las cabañas eran modestas, sin embargo tenían todo lo necesario: Una cama, otra matrimonial, un camarote, un refigerador, una mesa, 5 sillas, un sofá, un baño-cocina y unos guardarropas con colgadores. Todo muy pequeño, aunque no le quitaba lo agradable. En el segundo piso estaba la cama matrimonial y uno de los guardarropas. En la villa habían 15 cabañas, seis de ellas ocupadas por el curso. Los alumnos fueron divididos en grupos de cuatro y cinco.

—¡Exijo el camarote de arriba! — Exclamó Bruna dejando su bolso allí.

Anita puso su maleta en el de abajo y Santiago se recostó en la cama pequeña. Isidora y Valeria se miraron, la primera simplemente subió las escaleras, mientras la última estaba demasiado nerviosa. Las dos dormirían nueve noches juntas, Valeria se tensó al darse cuenta de ello.
Casi al llegar la noche estaba todo ordenado, la ropa guardada, la comida en el refrigerador o en la despensa. Estaban hambrientos, por lo que prepararon unos completos. Anita se repitió, Santi y Bruna comieron solo uno, Isidora y Valeria se zamparon dos y una mitad. Antes de abandonar la mesa Valeria contó una historia sin sentido.

— Había una vez una niña caminando por el bosque, cayó la noche y la aplastó —Se rieron a carcajadas, escandalosas carcajadas.

Los chicos comenzaron a contar chistes también hasta cansarse. El sueño y los bostezos se estaban apoderando de ellos, al fin y al cabo eran un cuarto para las doce. Cada uno se dirigió a su respectiva cama. En el segundo piso las chicas todavía no estaban debajo de las sábanas, si no que se sentaron con las piernas cruzadas encima del cubrecama.

—¿Qué hacemos? Esto va a ser muy incómodo —.
Comentó Isidora.

Valeria solo pudo pensar «Me será muy difícil resistirme de darle un beso en su boquita, que de seguro es suave» Se mordió los labios de tan solo recordar aquella imagen.

—¿Vale? — Salió de su ensimismamiento.

—Ohh... Ehmm, la verdad no sé.

—¿Sabes? Tu historia fue la que más me hizo reír. En serio tienes talento de narradora—. Soltó una risita delicada.

A Valeria le brillaban los ojos de emoción. Le gustaba como la elogiaba, por más simple que fuera. La pelinegra se dio cuenta de que le miraba... De una manera distinta,  inusual. Nadie la había mirado así. Sus ojos comenzaban a pesar por el sueño, por lo que se metió en la cama. La ojimiel la imitó. Estaban de espalda una a la otra, hasta que la pelinegra se giró hacia el otro lado. Valeria sentía una respiración que la estremeció débilmente. No quería darse vuelta, no quería mirarla y enamorarse más. Aún así no logró aguantar decirle la verdad.

—Isidora... — «Debe estar dormida» Pensó. No fue así.

—¿Qué pasa Valita?— Contestó tiernamente.

—Uhh... Emm...— Tartamudeó un poco y soltó un suspiro pesado —Ah ya. Qué más da. No sé si recuerdas los cuatro días que estuve de visita en el colegio... Ok, me llamaste la atención. Fuiste agradable. A fines del siguiente mes algo casi insignificante floreció en mi alma. No supe bien que era hasta que el año que seguía lo entendí. Lento comenzaste a gustarme. A mitad del segundo semestre me estaba enamorando. Ahora es más fuerte que nunca, es lo que más he llegado a sentir. Y pensar que creí que por Sara sentía lo máximo. Pero ella me gustaba por su físico, en cambio ahora me gustas tú.  En todo ámbito. Me gusta cuando eres amable, cuando sonríes, incluso cuando estás sonrojada por el calor o el cansancio. Amo el simple hecho de como te concentras cuando barres la sala. Me fascina como te pones, tus gestos cuando estás enojadita, o cuando lo estás de verdad. Es una emoción increíble saber lo fuerte que eres, o cuando nuestras miradas se encuentran. Por cierto, Sara jamás me correspondió. Y lo más probable es que no solo era por ser heterosexual, sino porque fui estúpida. Soy estúpida. Una reverenda IMBÉCIL—

Isidora escuchaba atenta y el dio un besito en la nuca junto con un susurro «No eres estúpida, y si lo fueras, seguirías agradándome... P-podemos... Si quieres... Intentarlo» Besó la nuca de Valeria otra vez. «Gírate, por favor» Suplicó Isidora. Obedeció, sin creer que era verdad. Todo era una maldita broma.

—Dónde están las cám...— la pelinegra acarició el cabello corto de Valeria y cumplió su deseo más anhelado. Los tres deseos que pidió en su cumpleaños antes de soplar las velas eran dedicados a ella. Siempre estaba atenta, en la mañana o en la noche, cerca de las once, esperaba impaciente los once minutos que faltaban. Lo primero en la lista que había pedido para navidad. Le dio un dulce, largo y hermoso beso mientras le seguía acariciando. Estas eran tan exquisitas que podían compararse a las que le daba su padre hasta que se quedara dormida, que en paz descanse. Se emocionó tanto que lágrimas caían a montones de sus ojos. Acercó tímida sus manos a las mejillas de Isidora. Esta limpió las gotitas que recorrían las mejillas con sus pulgares.

—E-es una sensación i-indescriptible —su voz se entrecortaba —Satisfacción infinita —le intentó devolver el beso, pero no sabía cómo. Isidora ya había dado su primer beso hace unos años, así que le enseñó.

—Cierra tus ojos y abre ligeramente tu boca —hizi caso fiel.

Acercaron de forma muy pausada sus caras. Valeria ahogó un gemidito en la boca de la ojimorena, sus caricias casi ni tocaban la piel y no llegaron más abajo de la cintura. Las manos de ambas se entrelazaban para después acariciar los brazos, los hombros, las clavículas o el cuello.

—Contaré tus pecas, y cada una será una razón distinta para besarte... Y lo elevaré a la cantidad de estrellas que hayan en el cielo nocturno —
Terminó Valeria, y se durmieron con sus frentes pegadas.

ESTE FINAL QUIZÁ SEA SOLO EL COMIENZO, QUEDA A CARGO DE LA IMAGINACIÓN DE USTEDES, LECTORES.

Isidora; OneShot.Where stories live. Discover now