Un corazón inflado

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Todoroki Shouto abrió la puerta del portón principal de su casa con una ceja levantada, vestía un overol azul de mezclilla y por debajo una camiseta blanca manchada de tierra, en sus manos dos grandes guantes jardineros cafés. Parecía sacado de una foto de stock pues su cara estaba nítida de suciedad.
Se encontraba ayudando a su hermana a plantar cuando escuchó el timbre y extrañado, pues un lunes por la tarde era extraño que recibieran visitas, fue a investigar, chocando de frente con el cabello rizado de Izuku.

–¿Midoriya?
–Uhmm –se abrazaba a si mismo sin mirarle a la cara– ¿tienes un momento?
Sin hacer ningún ruido, la expresión curiosa de Fuyumi se alzó por encima del hombro de su hermano– Oh, Izuku, hace mucho que no nos visitas, ¿qué haces, Shoto? Déjalo entrar –Antes de que cualquiera pudiera reaccionar, Izuku era jalado del brazo hacia adentro.

Al poner un pie en el lugar, al instante se sentía la calidez del hogar. Aun estando en el patio la luz que llegaba a través del papel washi de las puertas iluminaba los tablones de madera que servían como pasillo antes de entrar a la casa, e Izuku pudo ver en un intento de transformar su cara a la normalidad para enfrentar a la familia Todoroki, los instrumentos de jardinería olvidados en el suelo.

Shoto se tomó unos segundos de más para quitarse los zapatos en la entrada, preguntándole con la mirada al recién llegado si todo estaba bien, anotando mentalmente que debía interrogarle por los moretones que se asomaban entre manchones de maquillaje. Pero Izuku sin mirarlo se encogió de hombros y siguió a Fuyumi.

–Qué bueno verte por aquí, Izuku –habló la señora de la casa, volteando un segundo para sonreír, pues seguía cocinando.
–Y qué inesperado –la voz de Enji Todoroki se escapó de detrás del periódico, concentrado en terminar el sudoku que dejó esa mañana. Los hermanos restantes ayudaban a poner la mesa y servir la comida en lo que Shoto y Fuyumi se cambiaban y lavaban sus manos.

Izuku rezó porque su voz no reflejara cómo se sentía– Lamento el inconveniente, pasaba cerca después del trabajo y pensé que sería descortés no saludarlos.
Luciendo complacidos, el matrimonio no hizo más comentarios. Lo que no hizo sentir relajado a Izuku, podría jurar que el ruido que producían las manecillas del reloj sobre el refrigerador le gritaban en el oído, convenciéndolo de que era preferible haber seguido corriendo sin rumbo por la ciudad que estar ahí, jugando con el gato con las manos por debajo de la mesa esperando que su amigo volviera de los ochenta y cuatro años que había pasado lavándose las manos.

En medio del furioso besuqueo en la parte trasera del edificio donde trabaja, el sonido de sus dientes chocando hizo a Izuku reaccionar asustado, descongeló sus neuronas para darse cuenta que estaba cometiendo un error irreversible, y aún en la mesa de la familia Todoroki, el hormigueo en su vientre ocasionado por el roce impaciente de la pelvis contraria restregándole si es que era posible aún más contra la pared no desaparecía.

Huyó como un conejillo asustado del rubio, murmurando disculpas y saliendo disparado a todo lo que sus cobardes piernas podían abarcar. Recuerda vagamente que las personas con las que chocaba parecían simples borrones en el paisaje, pero sus miradas dolían como gigantescas olas que lo sepultaban en culpa.

No podría llamarse ni el más bajo peldaño de héroe ahora, refugiándose bajo el techo de una familia que no sabía que tenían un cobarde en su mesa, el cobarde que les pasaba la sal y esperaba que no le preguntaran por su vida.

Esperaba mucho. A mitad de la cena, comenzaron las preguntas cortesía de Fuyumi, que parecía muy interesada en el chico.
–¿Cómo va el trabajo, Izuku? Dile a Ochako que se dé una vuelta por aquí, es muy aburrido tener siempre tantos brutos alrededor –por suerte era de las que seguía hablando sin esperar respuestas, ignorando las quejas del hermano de en medio por semejante insulto.

Anger Management [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora