Apretó los puños, impotente. Empezaba a comprender a lo que tanto Ana como sus viejos compañeros se habían referido con lo del cambio de actitud de Larkin.

—No me sorprende, no.

—Por lo que sabemos, cogió uno de los caballos y salió despavorida del castillo. Fue tan rápida que ni tan siquiera nos dio tiempo a seguirla. Para cuando quisimos salir a buscarla ya había desaparecido del mapa.

—Eso me han dicho.

—Pero tenemos indicios de que se dirigió hacia aquí. —Elspeth cruzó los brazos sobre el pecho—. De hecho, estamos casi convencidos de que pasó por aquí. Hay varias cámaras de seguridad de los alrededores en cuyas grabaciones aparece... E imagino que, si ha pasado por aquí, ha sido para visitarle. —El Príncipe dibujó una sonrisa sarcástica—. Por muy temperamental que sea mi hermana no es estúpida precisamente. Sabe que las noches son gélidas y apenas lleva equipo por lo que, una de dos, o ha pasado por aquí y le ha proporcionado lo necesario para viajar o a estas alturas ha muerto por congelación. —Dejó escapar un suspiro—. ¿Qué opina, Jean? ¿Mi hermana está muerta?

Dubois volvió la vista atrás momentáneamente, hacia la puerta que daba al salón, incómodo. Los ojos del Príncipe se clavaban en los suyos como dardos envenenados, aparentemente capaces de poder adentrarse en su mente y comprobar qué guardaba en su interior.

Era innegable que algo iba mal. Aparte del cambio evidente en la tonalidad de los ojos, muchos eran los detalles que evidenciaban que Elspeth era ahora un hombre totalmente distinto. Su mirada ahora era inquisitiva, peligrosa, inquietante, mientras que su tono de voz era muy distante, prácticamente artificial, como el de un androide. Apenas quedaba ya rastro alguno de empatía en él, ni tampoco amabilidad, ni diplomacia. Sus andares habían cambiado, al igual que su sonrisa y su mirada. Incluso la tonalidad de su piel era distinta. Resultaba inquietante el mero hecho de pensarlo, pero era como si, en realidad, el hombre que tuviese ante sus ojos fuese una especie de réplica mal hecha del príncipe.

Dubois retrocedió un paso torpemente, ayudado únicamente de una muleta. Ahora se arrepentía de no haber cogido la otra.

—Alteza, como ya les he dicho anteriormente a los guardias, Ana no ha pasado por aquí. Solo sé de ella lo que ustedes mismos me han dicho y lo que se empieza a decir en los noticieros: que ha desaparecido. Por lo demás, no sé nada, se lo aseguro.

—Ya... Pues es una lástima. Verá, Dubois, no me gusta el comportamiento que está teniendo Ana. Siempre he sido un hombre paciente, usted bien lo sabe, no crea que me he olvidado de nuestros años juntos a bordo de la "Castigo de Hielo", pero esa jovencita está logrando sacar lo peor de mí. Imagino que es debido a que me preocupa lo que pueda pasarle... —Dejó escapar un suspiro—. Aunque a veces creo que es su egoísmo y egocentrismo lo que más me saca de quicio. Esa mujer solo piensa en sí misma. No le importa lo más mínimo lo que su huida puede provocar en la débil salud de nuestro padre, y eso me preocupa. Me preocupa mucho... pero bueno, no quiero molestarle más. Pensé que, quizás, había intentado ocultar su paso por aquí en un intento de protegerla. Conozco a Ana lo suficiente como para saber que habrá intentado manipularle... No obstante, veo que estaba equivocado, porque estoy equivocado, ¿verdad? Ella no ha pasado por aquí.

Jean le sostuvo la mirada, obligándose a sí mismo a mantener los labios sellados, hasta que Elspeth finalmente asintió. Era evidente que este sabía que Ana había pasado por allí, pero no parecía tener la intención de seguir insistiendo. Después de todo, si no había hablado hasta ese momento, no iba a hacerlo ahora. Jean había prometido guardar el secreto y no estaba dispuesto a faltar a su palabra ni por el futuro Rey. Su amistad con Larkin iba mucho más allá de ese tipo de lealtades. No obstante, no le culpaba por haberlo intentado. Él, en su lugar, seguramente habría hecho lo mismo.

Dama de Invierno - 1era parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora