Capítulo 2: Una dura despedida

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—Soy Harry Potter, señor Conde. —se presentó con una inclinación de cabeza y unos nervios bien controlados—, ¿por qué estoy aquí?

Por un momento, que pareció una eternidad, Severus se le quedó mirando sin percatarse de nada más que de la hermosa imagen que tenía adelante. El astuto Conde siempre había previsto que cuando se cruzara con el hijo de su rival podría sentir varias cosas: ira, rencor, tristeza, culpabilidad, humillación, compasión, o cualquier otra, menos lo que sentía en ese mismo instante.

Harry Potter estaba vestido con el mejor material en telas de todo el país. Eran de colores verde oscuro, plateado, verde claro y negro. Con porte digno y en apariencia relajado, su cabello lucia brillante por las finas cremas importadas de la india, oliendo a deliciosas fragancias que habían sido traídas del mismísimo corazón de Francia. En definitiva podría pasar por un joven noble por lo bien parecido que era. Sin embargo, Severus sabía que en realidad lo que despertaba su ternura era ese rostro lleno de dulzura e inocencia, cuyos ojos verdes cuales esmeraldas resplandecían con vida propia, la nerviosa pero suave sonrisa parecía tentar a probar esos carnosos y rojos labios, que se le antojaban pecaminosamente sabrosos.

El resultado daba un panorama exquisito a la vista, el adulto temía no poder apartar sus ojos de la otra persona.

Harry por otro lado, también se había fijado en su apuesto salvador, a pesar de su ropa de gran calidad, las prendas de color negro y azul oscuro, daban un aire de misterio y atracción a lo desconocido. Los oscuros ojos sólo destellaban sorpresa, pero fácilmente el joven podría perderse entre sus sombras sin miedo y amando los matices de sentimientos que los inundaban bastante disimulados a simple vista. La aristocrática nariz imponía su poderío en el rostro cuyas únicas rayitas de arrugas se debían a las líneas de expresión, los labios finos y sonrosados parecían estar hechos para besar, y Harry juraría, sin temor a equivocarse, que el conde besaría muy bien y su sabor seria aún mejor.

—Conde... ¿Qué es lo que pasa? —cortó el mudo escrutinio que ambos llevaban a cabo.

El conde carraspeó y, ya libre de su nerviosismo, pudo indicarle al muchacho que tomara asiento.

—Mire, jovencito...Lo que tengo para contarle no es algo agradable.

Severus miró fijamente el rostro de su invitado, aparentemente calmado y a la espera de su respuesta, y tomó aire con valor para terminar el rodeo inapropiado.

—Su madre, la señora Lily Evans falleció hace unas horas.

El silencio se extendió por el cuarto, frio, cruel, con ira contenida por parte de Harry, e incertidumbre por parte del adulto que esperaba por la reacción del más chico. Una que no tardó en aparecer.

—Usted realmente odia tanto a mis padres que pretende que crea semejante mentira...Es una total falta de respeto, señor. —escupió con fuerza, dolido por dentro.

—No es mentira alguna, mi odio no tiene lugar en este asunto. —y sacando de su bolsillo un documento, se lo entregó—. Léelo si no me crees...

Harry tomo el papel con las manos temblorosas, esperando que las palabras dichas por su interlocutor fueran una farsa. Desafortunadamente, eso no ocurrió como le hubiera gustado: tenía en su poder el acta de defunción emitida por el mismísimo obispo. Y no podía haber duda en la palabra de tan importante personaje, todo el mundo sabía que la reina Victoria había decretado, como medio para evitar el fraude, que las actas de todo tipo fueran emitidas por la santa Iglesia sin excepción. Y el conde Snape, como gran hombre de poder que era, tendría fácil acceso al obispo de Inglaterra.

—Lamento haber dudado de su palabra... —la tristeza bañó sus fracciones y el bello tono de sus ojos.

Severus se sentó a su lado y apretó su hombro.

El conde de Yorkshire -Snarry-Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin