Capítulo 4

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- ¿Tendrás que irte pronto, no es así?- Sam deja lo marcadores encima de la mesa color verde y me mira con atención. Me siento junto a él mientras pienso qué debería decirle.
Miro su dibujo en el costado de la hoja y sonrío, no ha dejado de dibujar aquellas flores desde que le enseñé cómo. Esta semana he pasado mucho tiempo con él: dibujamos, vemos películas, jugamos a las escondidas, juegos de mesa, era como tener el hermano pequeño que siempre quise.

- Algo así pequeño...- digo con un dejo de tristeza.- Mañana me iré por unos días pero volveré pronto, ¡y recuerda que cada vez falta menos para tu cumpleaños!- intento animarlo.
- ¡Siii!- grita con emoción, pero a los segundos su rostro se vuelve a inundar de tristeza.
- ¿Qué sucede, Sam?
- ¿Estarás aquí para mi cumpleaños, verdad?
- ¡Claro que sí! ¡De eso ni hablar!- no pude evitar contagiarme de su tristeza. Lo despeino despacio y abrazo con delicadeza. Sam daba aquella sensación de un muñeco de porcelana; tan frágil, tan bello. Carol había comentado lo difícil que se le hacía hacer amigos en el colegio, estaba tan contenta al ver cómo su hijo por fin tomaba la iniciativa y venía a buscarme que no pude evitar emocionarme yo por igual. Esperaba haberle ayudado a liberarse un poco de aquella timidez, así cuando empiece las clases le sería más fácil conocer nuevos amigos.

- Ya es tarde, deberías ir a dormir.- suspiro y me paro de aquella pequeña silla. Mis piernas no eran tan largas, pero al sentarme allí tenía que doblarlas como las de una araña. ¡Y ni hablar del dolor de espalda!
Segundos más tarde Carol entra a la habitación para llevarlo a la cama y yo me dirijo a la mía. Aún no me acostumbraba a tal prolijidad, tal organización: me fascinaba. Si alguien observara la forma en la que miro esta casa pensaría que soy una completa extraña aquí dentro. Bueno, tal vez lo era.

Mañana debía despertarme verdaderamente temprano. Por más que fuese domingo y no hubiese clase, me gustaría llegar en un horario en el cual no esté desbordante de gente. Además, quiero tomarme el tiempo necesario para recorrer el campus, no sea cosa que el lunes por la mañana no sepa dónde ir y llegue tarde a clase.

Cepillo mi cabello varias veces frente al
dressoire y me recuesto en la cama luego de haberme cambiado al pijama.
Mañana sería un largo día, el primero de muchos en verdad. Hacía días que tenía absolutamente todo organizado; una gran parte de la poca ropa que traje la guardé en un bolso que me obsequió Carol, mi agenda estaba sumamente organizada, incluso había creado un código de color según la importancia de cada asunto.
Me obligo a descansar, de otro modo la primera impresión que verán de mi mañana serán ojeras y cansancio.

(...)

Le había insistido a Carol que no hacía falta que se despertase a tal hora de la mañana solo para llevarme a la Universidad, pero no parecía escucharme.
Se negaba rotundamente a quedarse en su casa mientras yo estaba por "empezar la mejor etapa de mi vida", al igual que Sam, quién estaba sentado en la parte trasera de la camioneta.
No podía negar la emoción de que me acompañasen, pero de verdad no quería molestarles.

Carol estaciona con cuidado la lujosa camioneta en el estacionamiento, notándose así su falta de práctica en el manejo.
Siento como mis manos tiemblan al abrir la puerta del copiloto, a pesar de que el campus esté casi vacío. Apenas habían un par de vehículos estacionados y 4 o 5 personas caminando por los alrededores.
Agradezco haber sido capaz de despertarme tan temprano y logrado venir a esta hora, donde la gente no corre desesperada de un lado a otro cargando bolsos y cajas con todas sus fuerzas.
- Bien... aquí dice habitación 406.- lee Carol el papel que sostiene entre sus manos luego de haber bajado a Sam de la camioneta.
Abro la valija y saco mi pequeño bolso, cargándolo sobre el hombro.
El edificio que indicaba aquel papel era moderno, pero a pesar de eso, carecía de ascensor. Repentinamente el peso del precario bolso se triplicó mientras lo arrastraba por las anchas escaleras, durante cuatro pisos.
Las puertas de las habitaciones permanecían abiertas, para que al que le correspondiera entrara a la suya sin problema.
La habitación parecía tan pequeña y humilde comparada con el palacio de Carol. Aquella cama, muebles, decoraciones a las cuales me había acostumbrado en apenas un par de días no estaban aquí.
Era un simple cuarto con forma de rectángulo, lo más similar a una caja de zapatos. Parecía estar dividido en dos partes iguales. Una cama de cada lado contra la pared beige amarillenta, una ventana entre ellas, mesas de luz a sus costados, un pequeño escritorio, el cual suponía que es de uso compartido, y dos cómodas de madera oscura para guardar la ropa.
Dejo el bolso en el piso mientras Carol recorre la habitación, como si estuviese inspeccionando cada detalle, como si hubiese mucho para ver.
Debería esperar a mi compañera para asignar camas, no me gustaría que piense que he llegado y marcado mi lugar sin su consentimiento.

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