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El Centro de Bienvenido a Casa en Fort Carson podía haber iluminado el mundo por la cantidad de energía que emanaba de las familias allí. Emoción palpable flotaba en el aire. Las sonrisas de los niños que ondeaban banderas estadounidenses me sorprendieron con pura belleza. Así es como se sentía la alegría.

Nunca vine a una ceremonia de regreso a casa. Mamá siempre iba sola, necesitando ese tiempo con mi papá, y nosotros esperábamos en casa, horneando espantosas galletas que papá devoraría y aseguraría que eran las mejores que había probado. Era nuestra tradición.

Me moví en mi asiento en las gradas, tirando de mi vestido de verano hasta cubrir más de mis muslos. La madera ponía lentamente mi trasero a dormir. Jugué con el cierre del bolso en mi regazo, sabiendo muy bien lo que se encontraba dentro, sabiendo que llegó el tiempo para este sobre. Bueno, casi.

Una niñita, cerca de un año, se tambaleó hasta las gradas, de la mano de su madre, y se sentaron dos filas más abajo. Su tutú era rojo, blanco y azul, a juego del odiosamente maravilloso lazo en el cabello. Su madre acomodaba su camisa, y luego comenzó a golpetear con su pie, liberando energía nerviosa.

Conocía ese sentimiento, lo que significaba esperar, el saber que todo estaba a punto de salir bien. En el momento en que él entrara por esa puerta, la vida dejaría de ser una medio-existencia y empezaría en serio otra vez. A pesar del por qué me encontraba aquí, sonreí, disfrutando un poco de la alegría de esa mujer.

Mamá hizo su camino alrededor de las gradas, llamó mi atención y empezó a subir. Usaba un vestido de tubo verde simple, con clase y dignidad.

Sonrió mientras tomaba asiento junto a mí, dándome una palmada en la rodilla. —También vi entrar a Sam. Te ves hermosa hoy, Ember.

—Gracias, mamá.

Fuimos atraídas por el ruido y las personas en la habitación, incapaz de apartar la mirada de la gozosa anticipación de las familias esperando. Cinco minutos más. 

—¿Estás lista para esto? —preguntó con preocupación en sus ojos. Asentí, y las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas. —Mamá, lamento haberme enojado contigo. No debí haberlo estado. Si Harry nunca... si él... No sé si podría seguir viviendo, mucho menos funcionar, y él ni siquiera es mío. Papá y tú, eso acabó veinte años, y lo siento. Siento mucho que lo perdieras.

 Me apretó contra su hombro y apoyó la cabeza contra la mía. —Tenías todo el derecho de estar enojada conmigo. Y que conste, fuiste tú. Tú, Gus, April, es lo que me mantuvo aquí. Ustedes son los que hicieron que valiera la pena.

 —Lo amo tanto, mamá. No sé cómo superar esto. 

—Entonces, no lo hagas. —Se echó hacia atrás, atrapando mi barbilla con sus dedos—. Si amas a ese chico, no lo superes. El amor es precioso, Ember, y no viene muy a menudo. ¿Lo que sientes por Harry? Tal vez nunca venga de nuevo. ¿Podrías vivir tu vida sabiendo que lo dejaste escapar?  

—No puedo quedarme y verlo morir. No puedo. —Sacudí la cabeza, frunciendo los labios para contraatacar el oleaje de emociones—. No puedo empezar esto con el temor de donde terminará. 

—Nadie sabe dónde termina. —Sus dedos presionaron lo suficiente para hacerse notar—. ¿Por qué crees que te hice venir aquí hoy?

 Me encogí de hombros, mirando a todas las familias esperando a nuestro alrededor, contando sus últimos momentos antes de que este despliegue terminara para ellos. —¿Para el cierre?

 Ella rió. —Oh, Dios, no. Todo lo que has visto de nuestra vida es lo malo. Has visto las despedidas, la tristeza, la distancia. Has tomado mi mano a través de despliegues y cuidado de tus hermanos cuando yo no podía. Has visto las banderas plegadas y viste a tu padre siendo bajado a tierra, pero nunca has visto lo mejor, lo que suele ocurrir al final de un despliegue. Necesitas comprender por qué vale la pena. 

CambiosWhere stories live. Discover now