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Marzo se desvaneció después de otra tormenta de nieve, trayendo a abril y tres tormentas más cubriendo el césped. Sin embargo, mayo fue por fin hermoso.

Me coloqué un par de capris negros y una suave blusa azul claro para la cena del domingo. No me había dado cuenta de lo mucho que había extrañado la confiable rutina de nuestra casa hasta que se había ido. Ahora todo parecía estar de nuevo en su lugar; solo extrañábamos a papá.

Giré su carta de nuevo, frotando la tinta tanto que me sorprendía que aún no hubiese desaparecido. Las líneas ahora radicaban suaves, manchadas por mi insignificancia. Cuatro meses y medio habían pasado, pero sostener esa carta me hacía sentir como si todavía estuviese parada en la puerta, abriéndola al desastre. Coloqué la carta el estante y salí.

El cementerio se hallaba cubierto de flores; el equipo de las instalaciones había dado un salto a la primavera. Pasé tanto tiempo con papá como pude sin romperme en un montón de sentimentalismo inútil, y luego continué hacia el sur de la casa, como era mi rutina. La vida se había convertido en una rutina de nuevo.

Solo una cosa podía cambiarla, y todavía esperaba escuchar de Vanderbilt.

Gus se encontraba fuera de la casa antes de que siquiera detuviera mi auto en el camino de entrada, lanzándose hacia mí. —¡Ember! ¡Te extrañé! Viniste a ver mi experimento de ciencias. ¡Es sumamente genial!

—¡Completamente! —Revolví sus rizos y fui envuelta por el olor de pavo asado mientras entrabamos en la casa.

—Me preocupaba tanto, porque papá tenía todos los planos. Habíamos hablado mucho sobre eso.

Me agaché a su nivel. —Pero los encontraste, ¿cierto?

—Sí, en su correo.

Mi agarre se apretó en su camisa inconscientemente. —¿Puedes entrar en su correo?

Asintió, balanceando sus rizos. —Sí. Solo a su cuenta personal. Su pregunta de seguridad era bastante fácil porque mamá dijo que había tenido la misma contraseña desde, como, siempre. —Se fue saltando, dejándome aturdida en el vestíbulo. 

 Mamá parecía parte de las amas de casa de los años cincuenta cuando entró en el comedor. Un rápido abrazo como bienvenida y ya corría de vuelta hacia el teléfono sonando. Gus me mostró su gigante puente de espagueti, el cual ocupaba una gran parte del mesón de mamá en la cocina. —¡Buen trabajo, amigo!

 —Es la cosa más genial que jamás haya existido. ¡No puedo esperar para ver cuánto peso se necesita para romperlo! —Sus ojos se iluminaron. Mamá hizo el gesto universal con la mano de "silencio mientras hablo por teléfono", y parecía como si estuviera realizando maniobras de asalto. Gus y yo reprimimos una sonrisa y obedecimos. 

—Seguro, no es ningún problema, Chloe. Estamos cenando pavo. ¿Por qué no traes a los chicos y comen con nosotros? —Mamá hizo una pausa, escuchando—. Oh, no podría importarnos manos lo que llevas puesto. Ven. —Se inclinó para verificar la hora en el reloj—. Te espero dentro de quince minutos. Sin escusas. —Con una sonrisa, colgó—. Gus, agrega tres lugares más para la cena. 

—¿La señora Rose va a venir? —Bajé los platos del gabinete más alto para Gus. Mamá alisó las líneas de su delantal, un hábito que había aprendido que significaba que tenía más en su mente que lo que aparentaba. 

—Ella no se oía bien. —Distraída, fue a la cocina, revolviendo la salsa y sacado el asado para reposar. Salté para ayudar a Gus, quien preguntó—: ¿Quién es la señora Rose?

 Reajusté su tenedor para corregir el lado del plato y lo centré. —¿Recuerdas que su esposo estaba con papá? 

El reconocimiento iluminó sus ojos. —¡Sí! ¡La mamá de Carson y Lewis!

CambiosWhere stories live. Discover now