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Era lunes por la mañana y, maldita sea, estaba decidida a hacer panqueques. Siempre tuvimos panqueques los domingos por la mañana, pero hasta hoy, lo había olvidado. Todos lo olvidamos. Papá se había ido hace tres semanas y nos habíamos permitido evadirnos demasiado. Algunas cosas tenían que volver... con lo que sea que fuera esta nueva normalidad. Arrastré mi sudadera de Vanderbilt encima de mi camiseta sin mangas y me dirigí a la cocina, lista para rockear con el desayuno, antes de que April y Gus bajaran para ir a la escuela. Había revisado a mamá antes, pero ella no parecía ni de cerca más viva que el viernes cuando la dejé.

La copia del libro de recetas The Joy of Cooking de papá llevaba una señal en la página de los panqueques. Se hallaba un poco sucia por las gotas de huevo y leche. Él nos permitía ayudar sin importar lo desordenados que fuéramos. Acaricié con mis dedos los trozos secos del papel como si pudiera regresar a esos momentos.

Cogí los huevos y la mantequilla de la nevera, y luego fui a lavarme las manos. Ugh. Los platos de ayer se hallaban apilados en el fregadero. Tendría que dejarlos para más tarde, una vez que los niños estuvieran en la escuela. Subí las mangas hasta mi antebrazo, revelando el número de Harry hecho con un marcador permanente. No pude controlar la sonrisa que iluminó mi cara. Había tomado un rotulador permanente de su guantera y grabó suavemente su nombre y número en mi brazo. Cuando le pregunté por qué, ya que tenía su número en la lista de hockey de Gus, me había dado una mirada ardiente.

—Gus tiene mi número, porque soy su entrenador. Ahora tú lo tienes, porque soy tu lo que sea.

—¿Mi lo que sea?

El beso suave que había colocado en mis labios me hizo inclinarme por más. —Lo que sea que necesites —susurró contra mi boca. Había abierto la puerta y llevado mi maleta—. No es tan fácil de quitar —añadió—, y yo tampoco.

Mis mejillas se sonrojaron por el recuerdo, y froté la marca, vacilante de quitarla. Grité junto a las escaleras para despertar a Gus y a April. Mierda, sonaba como mamá. Giré la espátula con nerviosismo. Por supuesto que me parecía a ella; había ocupado su papel por las mañanas. Gus bajó las escaleras con su descolorida sudadera de Star Wars, y puse el desayuno de inmediato en la mesa.

 —¡Ember! ¡Eres la mejor! —Y en quince segundos quedó cubierto de sirope. April entró, con su perfecto cabello de foto, y resopló. 

 —¿Cómo voy a comer carbohidratos a primera hora de la mañana?

 Me mordí la lengua, viendo todo el esfuerzo que me tomó hacerlos. Ella me pasó de la isla de la cocina, vistiendo unos pantalones vaqueros ajustados y un suéter. Había perdido peso, demasiado para su cuerpo delgado. Sí, teníamos esa moda de piel y huesos, pero la chica necesitaba una hamburguesa con queso. 

—Si comes carbohidratos ahora, tienes todo el día para quemarlos —le sugerí. Me sacó la lengua, y me di cuenta de sus nuevas e impresionante par de botas de ecuestre—. ¿Navidad?

 Se encogió de hombros, tomó el zumo de naranja de la nevera y se sirvió un vaso. Tomé la fiambrera de Gus de Obi-Wan y se la preparé para el día, tratando de recordar todo lo que ponía mamá.

 —¿Tienes tu carpeta y deberes? —Él asintió con la boca llena—. Genial. Termina y lávate esa cara, eres un desastre azucarado. —Fingí comerle la mejilla y fui recompensada con risitas. 

Necesitábamos más risitas. Mientras él y April terminaban de prepararse para su día, traté de pensar en lo que mamá hacía los lunes. Era su día de "terminar las cosas por hacer", eso lo sabía bien. Saqué El Cerebro de la repisa, para revisar la agenda.

 Hoy Gus tenía hockey. Podría ver a Harry. Alejando las mariposas de mi estómago, di la vuelta a la parte trasera donde guardaba sus listas. Aquí vamos. Gracias a Dios, mamá era predecible en sus horarios. Los lunes había comida, recados, organizar la semana y las facturas. Facturas. Me giré hacia la pila de correo que se juntó sin abrir estas últimas semanas. Ocupaban la mesa de la cocina y ya se hallaba peligrosamente cerca de parecer el juego de la paradoja de los sobres. Iba a apestar, pero era hora de acabar con eso. 

CambiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora