Capítulo III: Besando el cielo

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Estaba sumamente nerviosa cuando llegó la hora. Había hecho el examen de literatura a toda prisa, ya que se lo sabía de memoria, y había salido a tomar un poco el aire en el pasillo. Durante aquellos minutos, había escrito una sencilla nota que, al volver a entrar para la segunda hora, dejó discretamente en el pupitre de Vladimir.

“Necesito hablar contigo, es muy urgente.

En el descanso, te espero bajo los soportales del patio.

Nika.”

Y ahora había sonado la campana, y todos se dirigían hacia el pequeño patio interior. El frío siberiano impedía la existencia de patios exteriores en los colegios e institutos, pero a cambio contaban con grandes patios interiores y salas de ocio. 

Se levantó lentamente, le temblaban las piernas mientras recogía sus cosas. Alzó la cabeza, y se encontró con los rasgados ojos azules de Vladimir. El corazón le dio un vuelco cuando este le sonrió con su amabilidad habitual, y sus mejillas se encendieron.

-Buenos días –Le dijo el muchacho-. Creo que tienes algo que decirme, ¿no?

-Sí, pero pensé que me esperarías bajo los soportales…

-Lo siento, no tengo tanta paciencia –Rió-. ¿Vamos juntos, y me lo cuentas?

Ella asintió. Esperaron a que la clase se hubiese vaciado antes de salir y echar a caminar el uno a la vera de la otra. Le sudaban las manos, no podía dejar de pasear la mirada del suelo al rostro dulce del muchacho. Sus cabellos rubio platino brillaban bajo la luz artificial, en sus orbes relucía una chispa que Nika no supo identificar. El uniforme le quedaba mejor que a cualquier otro chico del instituto. La camisa blanca se ceñía bajo el jersey granate a su musculado cuerpo, se notaba a la legua que era deportista, tanto en sus robustos brazos como en aquellos pectorales que seguro se notarían aun con la ropa puesta. Nika se estremeció, a veces le gustaría que su instinto demoníaco dejase de recordarle semejantes cosas.

Vladimir se detuvo al llegar a uno de los bancos vacíos de los soportales. No era más que un bloque de piedra anclado al suelo frente a uno de los muchos arcos de medio punto que daban al patio cuadrado, en cuyo centro había un estanque para criar a las ranas que habían sido renacuajos cazados por los párvulos en las muchas excursiones. No se trataba de un colegio demasiado grande, ni había muchos alumnos; sin embargo, el nivel era bastante alto, y los programas muy satisfactorios.

Se sentaron en silencio. Ambos se regalaban miradas de soslayo, y suspiraban. Nika cerró fuertemente los ojos, y recordó el por qué debía declararse. Le observó detenidamente, inspiró hondo y se dispuso a hablar.

-Hace ya un tiempo que debería habértelo dicho. Pero nunca he encontrado el valor suficiente, y siempre que he querido hacerlo me he acobardado. Necesito que me escuches atentamente, no podré decirlo dos veces –Sonrió con timidez.

-Tranquila, tienes toda mi atención.

-¿Cuánto tiempo hace que nos conocemos? ¿Seis, siete años? –Él asintió- Pues desde la primera vez que te vi, no he podido evitar sentirme atraída hacia ti. Me gustas mucho, Vlad, de verdad –Se le empañaron los ojos, lo cual provocó que él la tomase de la barbilla para mirarla directamente a sus hermosos orbes plateados.

-Nika, ¿estás llorando?

-No –Respondió, pestañeando repetidamente para que las lágrimas no se disipasen.

-¡Pero si ni siquiera te he contestado! –La abrazó con ternura, intentando tranquilizarla. Ella hundió el rostro en el fornido hombro del muchacho, y sollozó en silencio.

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