Bueno, a mí me gusta. Pero con cinco litros de leche y con dos kilos de azúcar. Mi mente lo relaciona inmediatamente con algo.

Dean.

Matt se levanta y recoge los platos y las tazas de ambos. Yo le miro aún sentada y escondo mis manos en las mangas de la sudadera.

-Bueno, ahora te llevo a casa, te pones un bañador, te cambias de ropa y nos vamos. ¿Te parece bien?

-¿Bañador? -le miro curiosa y él asiente-. ¿Adónde vamos?

-A ningún sitio en concreto -se lava las manos y se acerca a mí-. No seas impaciente, ojitos.

Da un tirón a mi muñeca y me pone de pie. Me empuja suavemente hacia su habitación.

-Ponte tu ropa y  vámonos.

...

Cada vez que pregunto cuánto queda para llegar, Matt sube más el volumen de la música, pero es que no dejo de mirar por la ventanilla y solo pasamos carteles y carteles con nombres de ciudades. Y nunca llegamos.

Voy a preguntar de nuevo, cuando se adentra en una de las ciudades y aparca al encontrar sitio cuando otro coche se va. Se baja del vehículo y alza los brazos estirándose. Su camiseta se levanta dejando ver la parte inferior de su abdomen, la línea de alba escondida bajo la tela y el elástico de sus calzoncillos que asoman por su bañador.

Bajo yo también y cierro la puerta. Me acerco a él colocándome bien mis pantalones cortos.

-¿Por qué los chicos siempre lleváis calzoncillos debajo del bañador? Nunca lo he entendido -niego estirando las piernas. Y es que es verdad, nunca he visto a ninguno bañándose sin ropa interior.

-Porque si no nos bailan las pelotas -ríe y yo ruedo los ojos al escucharle hablar de esa manera-. Y no sería la primera vez que se me escapan.

-Vale, suficiente.

-Tú has preguntado -ríe mirándome y da unos pasos hacia mí para alcanzarme-. Pero si quieres que me bañe desnudo contigo, no dudes en pedirlo, ojitos -le doy un golpe con fuerza en el brazo.

-Ni en tus sueños.

-¿Alguna vez te has bañado desnuda en la playa? -me mira con intriga.

-No, nunca. Y ahora calla -echo a andar por la acera, pero Matt no me sigue.

-¿Ya sabes adónde vas? Porque es hacia el otro lado -ríe y yo entrecierro los ojos en su dirección.

Camino hacia el final de la calle y él da zancadas grandes hasta ponerse a mi lado en segundos.

-Entonces, ¿cuál es el plan? -le miro después de unos pocos minutos en silencio en los que no hemos dejado de andar. Obviamente yo le sigo, porque no tengo ni idea de adonde vamos.

-Ninguno -se encoge de hombros y yo alzo las cejas.

-¿Cómo que ninguno?

-Es mejor así. No hace falta planearlo. Damos una vuelta por la ciudad, la visitamos, comemos en cualquier lado y después nos vamos a la playa. Aunque eso sí lo he planeado, te va a encantar -sonríe y mete sus manos en los bolsillos de su bañador.

Puede estar bien. Todo improvisado, sin nada de prisa.

Así que acabamos visitando el puerto de la ciudad, algún monumento y estatua y un puente a lo alto de un río en el que se encontraban casas colgantes, algo así como el de Florencia. El Ponte Vecchio. Nos hacemos alguna que otra foto haciendo el idiota y él me hace unas cuantas desprevenida. Cosa de la que se aprovecha y me soborna para que bese su mejilla cada vez que salgo mal en una y quiero que la borre. Hablamos de cosas sin sentido y, por supuesto, él me saca de mis casillas haciéndome de rabiar. Pero paso un buen rato.

MíaOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz