Celos

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Fueron pasando las semanas, Clarke evitaba quedarse sola con Lexa saliendo antes de clase para que esta no la abordara, evitaba mirarla y apenas le hablaba, solo lo estrictamente necesario puesto que la castaña seguía devastando su interior.

La había visto varias veces con ese muchacho, cuando iba a buscarla a la facultad, veía sus besos de críos ajenos al mundo, como se marchaban cogidos de la mano, la sonrisa brillante de la ojiverde y ardía su alma como si estuviese en el infierno. Odiaba sentir, y más que sus sentimientos cayesen en saco roto, irremediablemente la empujaban al desastre y a recordar un pasado que ya no iba a volver, un amor destruido antes de tiempo y sus piernas temblaban.

Se marchaba tras las clases a corregir exámenes y trabajos a casa, no soportaba el ambiente opresor de la facultad, cruzarse con Ontari y que esta la mirase con suficiencia y asco, entendía muy bien por qué esa mujer la odiaba tanto pero tampoco le importaba, la opinión sobre ella que podían tener personas ajenas jamás le había importunado.

El ambiente en su casa era relajado y tranquilo, pasar más tiempo con Eliza le ayudaba a reconciliarse lentamente con su pasado. Pasaba muchas horas en su escritorio adelantando trabajo, con la niña sentada en sus rodillas dibujando, ambas en silencio y apreciando la compañía de la otra. A menudo tenía que ir con mil ojos pues la pequeña, queriendo imitarla, intentaba pintar sobre los trabajos de sus alumnos, provocando que estallara en carcajadas y la abrazase, besando su cabeza con cariño. Situaciones que antaño la habrían llevado al colapso y a un ataque de histeria ahora le parecían dulces y hermosas.

Eliza había progresado mucho en los últimos días, había aprendido muchas palabras nuevas y las usaba con orgullo, repitiéndolas a pesar de que no venían a cuento. Palabras como manta, frío, cama, sueño y el nombre de Clarke, que pronunciaba con dificultad y una sonrisa en su rostro, sabiendo que agradaba a su madre con sus esfuerzos.

Clarke no dejaba de observarla, admirada por el gran parecido que tenía con su madre y pensando en que hacía demasiado tiempo que no se paraba a recordar los buenos ratos con su gran amor.

Ese día al llegar a casa, cogió a Eliza en brazos besando suavemente su mejilla y abrazándola con cariño, tomando inmediatamente una decisión, hablarle a la niña de su madre. La dejó en el suelo y empezó a buscar entre sus cajas con paciencia, mientras la niña empezaba a corretear por todo el apartamento. Cuando por fin encontró lo que buscaba una punzada de dolor atravesó su pecho, mas no pensaba echarse atrás, se sentó en el sofá y llamó a Eliza con ternura. Esta corrió a sus brazos y saltó sobre ella abrazándose a su cuello. La rubia la sentó sobre sus rodillas y le mostró una fotografía de unos años atrás, antes de que Eliza naciera, en la fotografía se veía a una Clarke joven, recién licenciada y radiante, rodeando con el brazo a una muchacha de su edad, de ojos color miel y cabellos azabache, sonriendo con dulzura a la cámara y rodeando a la rubia con sus brazos por la cintura.

Eliza observó la foto y señaló a Clarke, reconociéndola, completamente feliz y exclamó con una sonrisa.

-Mamá

-Sí, ella soy yo ¿Y ella sabes quién es?

Clarke señaló a la otra muchacha con su dedo, mientras Eliza la observaba frunciendo el ceño, pensativa, sin responder, señalando a Clarke una vez más y exclamando.

-Mamá

Posteriormente señaló a la otra muchacha y sonrió, moviendo sus piernas adelante y atrás.

-Nena y mamá

-¿Es una nena?

-Ti

-¿Es bonita?

Aula 100Donde viven las historias. Descúbrelo ahora