00: La promesa

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Mis padres se encargaron de enseñarme que las niñas buenas no debían decir "no"; sin embargo, yo me encargué de enseñarme que las niñas valientes jamás debemos decir "nunca"

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Mis padres se encargaron de enseñarme que las niñas buenas no debían decir "no"; sin embargo, yo me encargué de enseñarme que las niñas valientes jamás debemos decir "nunca".

Tal vez fue por eso que no lo pensé dos veces cuando él me tendió la mano. Me encontraba desesperada por salir de una situación que no solo rompía en pedazos mis planes de vida, sino que también destruía mis sueños e ilusiones. Yo quería salir, conocer y explorar el mundo. Simplemente vivir...

Ellos querían para mí la monotonía, un futuro ya escrito, el matrimonio.

No le conocía, y eso empeoraba la situación. De mi prometido, solamente sabía su nombre y su historial familiar: Jeremy Dawkins, el hijo de un gran banquero, colega de mi padre, mencionado en cada cena familiar por sus grandes dotes en los números, buena educación y futuro prometedor.

No sabía lo que me esperaba aquella noche de enero.

No sabía que me retiraría de una manera nada cortés de la casa de los Dawkins cuando el Señor Dawkins me pidió ser la honorable esposa de su primogénito y un sabor amargo inundó mi boca en cuestión de segundos. Observaba cómo todos los presentes en la mesa esperaban que sonriera y asintiera, mostrándome agradecida por tal valiosa oferta cuando, en realidad, las puñaladas en el estómago lo decían todo por mí. No sabía que llegaría a mi casa y a mi habitación sola y desesperada por no saber qué me depararía en el futuro al lado de una persona a quien ni siquiera le había visto el rostro.

No sabía que él volvería. Que después de seis años me sorprendería al verlo de pie sobre el balcón de mi ventana, analizando mis ojos mientras estos no dejaban de lloriquear. No entendía cómo era posible que aún pudiera recordarlo después de tanto tiempo. Y yo sabía que él tampoco me había olvidado.

Esa noche, y sin dudarlo, tomé su mano para así poder escapar junto a la persona a quien mis sueños tanto anhelaban encontrar. A la persona con la que quería vivir y repetir miles de aventuras, en el lugar donde la esperanza y la fe jamás se marchitaban.

¿Lo hice por cobardía o por amor?

Creo que jamás tendré la respuesta exacta ante ese dilema.

Recuerdo haberme despedido de mi hermano menor con un beso en la frente, susurrándole en el oído que, por fin, me iría al sitio del que tanto le había contado cada noche a la hora de dormir. A John no lo esperé, aunque sabía que él estaba en camino y que al igual que Michael intentaría hablar conmigo para reflexionar sobre mi actitud ante dicha propuesta, él no me entendería.

Michael aún recordaba con asombro al personaje que se encontraba tomando mi mano en la ventana, aún contaba chistes y se enamoraba cada vez más de las historias que contenían piratas. En pocas palabras, Michael intentaba ser un hombre para la sociedad, aunque por dentro, seguía siendo solamente un niño.

Todo lo contrario a mi hermano John.

John ya hablaba de economía y política junto a mi padre y ya no se tomaba con gracia los problemas sociales. Se había convertido en un hombre, en un adulto, y yo no podía hacer nada al respecto.

También recuerdo haberle escrito una carta a mis padres explicándoles mi motivo para abandonar mi actual vida de una vez por todas, aunque de cualquier manera no confiaba en que me creerían, así que solo la guardé en mi bolsillo.

Recuerdo haber tomado la mano del héroe de mis historias y haberle regalado mi sonrisa más sincera. Al mismo tiempo, esta le anunciaba que ahora él, y por siempre él, tendría mi completa confianza. Sin embargo, no solo le había otorgado ese privilegio, claro que no...

Después de un tiempo entendí que durante aquel momento, también le estaba regalando mi vida entera.

Escapamos, volamos, y me dejé llevar por aquella enorme y pícara sonrisa que no importaba cuántas veces yo supiera que esta únicamente aparecía para indicarme problemas. Me atraían esos problemas. Tenía que darme una empapada diaria de ella.

No sé cuánto tiempo llevo aquí, sinceramente he perdido la cuenta. Dejé de llevarla desde que olvidé mi fecha de cumpleaños. No sé cuánto tiempo llevo contando cuentos a los habitantes de esta casa, ni cuántas veces he acariciado con la yema de mis dedos sus sedosos y sucios cabellos para evitar que tengan pesadillas y así, a la mañana siguiente, puedan estar preparados física y mentalmente para salir una vez más a ganarle la batalla a esos malvivientes piratas que acechaban con destruir el país de mis sueños. Nunca salgo de aquí a no ser que alguien me lo pida, y ese privilegio, con el tiempo, se fue reduciendo.

Sin embargo, no me importaba. Había tomado una decisión y sabía que valía la pena cada vez que él volvía y me rogaba que le contara otro cuento. Uno al que solo él tuviera acceso. Y yo así lo hacía, le observaba fijamente mientras él tocaba su encantadora flauta de pan hasta caer en un profundo sueño.

Y el día volvía a comenzar.

Tras varios soles y varias lunas, una vez me llegó la oportunidad de responder las preguntas que seguían atadas a mi curiosidad. Aquellas que no me dejaban dormir.

Él me visitó para contarme las aventuras de su día y yo pudiera anotarlas en otro libro de cuentos para crear muchas más historias acerca de él. Con Peter Pan todo siempre era acerca de él.

Pero aquella vez aproveché que se me había acabado la tinta para fingir que escuchaba con atención y apuntaba, y en una de esas, encontré la ansiada oportunidad.

—¿Cuándo podré compartir esas aventuras contigo?

Fueron seis sinceras palabras que salieron de mi corazón, pero que solo provocaron problemas. Su rostro se desfiguró ante mi pregunta, tragó saliva repentinamente, y su ceño se frunció mientras su cuerpo se elevaba ligeramente por los aires. Acto seguido, llegó a mis oídos la respuesta que menos esperaba.

—Aún no es seguro para ti salir de aquí.

¿Aún?

—¿Y cuándo lo será? —Ante mi pregunta demandante, él sonrió de manera pícara y bromista. Mi carácter no era sencillo de manejar y, después de todo, yo ya no era una niña. El tiempo me había regalado dieciocho años para formar mi personalidad y ahí se quedarían, estancados para siempre.

—Cuando encuentres la clave que te podrá sacar de aquí. —Lo estaba tomando como un juego, pero mi mente pedía caer en aquel sucio juego. Sonreí con astucia.

—Trato hecho, ¿alguna pista para hacerlo? —Él negó con la cabeza.— ¿Entonces cómo se supone que podré encontrarla?

—Porque hay tres reglas para ello: la primera es que la clave es algo que tienes que encontrar justo aquí, en esta habitación; la segunda es que no puedes preguntarle a nadie más para hacerlo, tú la debes descubrir sola, y la tercera es...—Peter tomó una expresión pensativa, lo cual me hizo darme cuenta de que aquella clave seguramente no existía; tan solo era un pretexto para no poder salir por alguna razón que aún no conocía, pero de igual manera, encontraría algo que cumpliera sus reglas y lograra cumplir mis propósitos. Siempre lo hacía. Sus ojos me miraron fijamente.—La tercera es que cuando la hayas encontrado, vengas a mí inmediatamente y aceptes lo que yo te pida.

Nuestros ojos detuvieron el tiempo por un segundo hasta que mi boca rompió el abrumador silencio.

—Trato hecho.

Y yo no lo sabía en aquel momento, pero aquellas dos palabras sellaron la promesa que comenzaría la verdadera aventura de mi vida.

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NEVER EVER | Peter Pan retelling.Where stories live. Discover now