Era lo que la mayoría catalogaría como un "huérfano desamparado sin apoyo emocional ni económico", mientras que él en su fuero interno tan solo se definía a sí mismo como un maldito indigente. No le daba muchas vueltas al asunto, cuando era apenas un bebé fue abandonado en un orfanato del estado envuelto en una manta celeste que aún conservaba y sin memoria de una vida antes de ser un simple niño abandonado. El orfanato fue la cuna que arrulló durante sus primeros años de infancia, pero éste siempre se mantuvo demasiado alejado de la concepción de "hogar" que la mayoría de las personas tenía, dejando así en él varías heridas tanto físicas y psicológicas que ni siquiera el paso del tiempo parecía poder curar. Después de ese periodo y con la llegada de su adolescencia terminó dándose vueltas por varios hogares de acogida, aquellos donde era tratado como una basura con la que sus tutores ganaban dinero por parte del gobierno, hasta que cumplió la mayoría de edad y el Estado le dio a entender que ya no deberían mantenerlo más porque era todo un adulto. Los hogares temporales se deshicieron de él y el orfanato le cerró la puerta en la cara. Sin educación, refugio o una simple ayuda pronto se vio a si mismo corriendo por las calles para escapar de su tortura, aunque esta vez sin techo bajo el que vivir.

Desde entonces muchas veces le toco dormir en los vagones del subterráneo o si era verano en alguna banca de un parque, siendo así su rutina desde hacía ya casi un año. Esa era su vida, no tenía a quien recurrir si llegaba a ser arrestado por la policía por lo que no podía dejar que eso sucediera y en el peor de los escenarios sería metido en la cárcel donde, a pesar de que si tendría un lugar donde dormir, se sabía lo que hacían con chicos de su edad que no eran capaces de defenderse. Y todo esto por un miserable ramo de flores.

Era algo demasiado estúpido y el mismo lo sabía... Pero nunca podía evitarlo.

Entre lo gris que era su vida la única cosa que le ponía realmente feliz era algo que la naturaleza le regalaba a todas las personas y que nadie parecía apreciar lo suficiente. Para él las flores eran un milagro, un detalle colorido que lograba sacarlo de la somnolencia que le daba tener que sobrevivir en la selva de asfalto. Eran algo que le hacía pensar que todo podía mejorar, que había oportunidad para cualquier ser vivo de convertirse en una obra de arte así de hermosa, aunque fuese por un corto espacio de tiempo para luego marchitarse. Las veía como un símbolo personal que tan solo él mismo podía leer con claridad.

Se decía a sí mismo que no tenía idea de por qué tenía aquella fijación tan extraña con aquellas plantas, pero sí era sincero quizá tenía que ver con los leves recuerdos que poseía de su estancia en el orfanato cuando era un mocoso. Solo hubo un momento en el que estuvo a punto de ser adoptado, eso sucedió como a los seis años cuando una mujer le sonrió amablemente y le pregunto si quería que formaran una familia. Jimin solo fue capaz de asentir y a cambio la extraña le regalo unas lindas flores que llevaba en un ramo. Durante semanas vino a visitarlo y enseñarle de las flores prometiendo que a finales de mes se lo llevaría a su nuevo hogar donde un padre y un hermanito lo estarían esperando para darle la bienvenida. Cuando la fecha llegó Jimin se puso su mejor ropa y cortó una de las flores que había en el jardín del orfanato y que consideraba de las más lindas para dársela a quien sería su nueva madre. Se quedó frente a la puerta de la institución esperando durante días que volviese a buscarlo para que lo llevase lejos de ese orfanato que tanto odiaba mientras imaginaba las muchas flores que ahora podría conocer.

Recuerda que durante la espera se comportó de lo peor. No quería que nadie le tocase y mordía a las personas o niños que se acercaban. Parecía un pequeño cachorro asustado y abandonado por la única persona que parecía haber visto lo mucho que sufría. Quizá por eso no confiaba en nadie, las personas siempre encontraban la manera de decepcionarlo.

Esta de más decir que ella jamás volvió y que por eso ahora Jimin estaba siendo increpado por el florista al haber intentado llevarse los lindos claveles que divisó a través del cristal de la tienda.

Ya había robado en aquella florería antes que era atendida por ese hombre de barba larga y descuidada que siempre traía cara de poco amigos y que ahora le sostenía fuertemente por el brazo. Prometió a su fuero interno que no lo haría más y es que la última vez, sino hubiese sido porque sus piernas fueron lo suficientemente rápidas, también hubiese sido atrapado en el acto de llevarse unas magdalenas que gritaban su nombre. Esta vez, en cambio, fue débil al observar unos bellos claveles rojos justo frente a sus ojos, intentó resistirse hasta que no pudo más y entró a la tienda con la capucha tapándole el rostro, rogándole al cielo que no lo reconocieran.

Cuando estuvo lo bastante cerca de su objetivo se dio cuenta de que se trataba de un ramo de flores que cabía perfectamente en mochila mugrosa sacada de un basurero y llena de agujeros. Eso significaba que si hubiese sido rápido como la ultima vez también estaría ileso de la situación, pero no, fue demasiado idiota y el dueño de la florería lo atrapó mientras metía el ramo en su morral.

— Por favor, no... La policía, no... —seguía balbuceando esperando encontrar algo de lastima en el corazón oscuro de aquel hombre, aunque sin éxito alguno.

— ¡Cállate ahora mismo, no es la primer vez que me robas, mugriento!

Y todo eso por unas flores.

Se dio por vencido luego de unos segundos, definitivamente su destino siempre le traía problemas de por medio y ya estaba acostumbrado. Trato de darse como consuelo el hecho de que al menos hoy dormiría en la celda y no tendría que hacerse espacio en la ratonera para conseguir un poco de cajas donde pudiese evitar el frío suelo. Quizá no era mucho, pero siempre debía ver el lado positivo de las cosas o hace bastante tiempo atrás hubiese muerto de frustración por lo miserable que era su vida.

Ser huérfano es una cosa. Ser un sin techo es otra. Él era ambos.

Jimin no conocía otra vida y siempre que el sol salía nuevamente por el horizonte anhelaba porque su suerte cambiara al menos un poco. No recibía educación, ni siquiera un poco de comprensión. Cuando la gente le miraba siempre se apartaba o cambiaba de acera. Su aspecto de pordiosero nunca le sirvió para hacer amigos y apenas le alcanzaba para que alguien le tuviese lastima y le diera un poco de dinero. Ese era su día a día y de a poco se cuestionaba si valía la pena seguir así, intentando sobrevivir en una selva que era demasiado grande para él.

Mientras el hombre seguía gritándole varias cosas que escuchaba a mitades, se quedó quieto esperando su final al igual que una víctima mirando como se acercaba el verdugo con el arma que pondría fin a su vida. Dejó de luchar y dejó de intentar. Quizá era mejor de esa forma. Quizá ya debía dejar de tener esperanzas para que todo mejorase. O quizá ya era hora de que tan solo dejase que la vida acabase con lo poco que quedaba de él porque a nadie le importaba lo que sucedía con un pobre chico sin familia y sin hogar.

O al menos eso pensó.

Proveniente del costado escuchó una voz grave que captó tanto su atención como la del florista y logró sorprenderles a ambos con lo que tenía que decir. Jimin abrió la boca en forma de "o" y los ojos le brillaron intensamente. Algo así jamás le sucedía a él, dueño único de la mala suerte. Y se sorprendió porque finalmente nadie que el hubiese conocido alguna vez habría ofrecido tanto y a la vez tan poco por su pobre ser.

— Yo pagaré por las flores, señor.

Y cuando se giró sobre sus talones fue la primera vez que sus ojos se toparon con los de Jeon Jungkook. La primera persona que alguna vez se preocupo por él.






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Nota: Comeback, comeback, comeback. Amo esta historia y espero que la disfruten tanto como yo.

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talking with flowers ☆ kookminWhere stories live. Discover now