I. Planetary (GO)

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El pueblo se encontró indefenso ante la ambición de la despreciable familia. Los hombres, las mujeres y los niños se volvieron monedas de cambio. Para aquellos que habían nacido en las (antes benignas) tierras de Seido, no existían los derechos y únicamente contaban con (viles) obligaciones. Se les otorgó una premisa para el resto de su vida: servir. Y debían hacerlo aún a costa de su propia vida. Los seidianos se convirtieron en esclavos, en prostitutas, en animales de carga que se sometían a los deseos de la elite, a los caprichos de los inashiranianos que los veían sobre el hombro, pisoteandolos, considerándolos inferiores.



Los primeros años fueron caóticos. No era extraño que, aquellos autodenominados superiores, después de una noche de borrachera, asaltaran la primera casa que encontraran y profanaran los cuerpos de quien se encontraran. No importaba si eran hombres, mujeres, niños o ancianos. Lo único que egoístamente les concernía era satisfacer esa necesidad corporal de copular. La cual era exaltada por el alcohol que (casi) brotaba de sus cuerpos. Los desgarradores gritos de dolor y de suplica eran la sinfonía con la que el, ahora, reino de Inashiro dormía.



Burdamente fueron etiquetados. A los antiguos miembros del antiguo reino se les grabó a fuego en el cuerpo una palabra: Seido. La idea era humillarlos, despojarlos de lo que eran, romperlos hasta que no quedará nada y diferenciarlos de los ciudadanos de "sangre pura" pero, con lo que no contaban en ese momento era que, al cartografiar su piel con ese rugoso relieve, forjaría una determinación férrea e inalterable por alcanzar la libertad.



Y ese deseo de autonomía paso de década en década, hasta que la sexta (después de la cuasi conquista) encontró una forma de materializarse. Los dolorosos gritos se concretaron en un grupo de audaces hombres y mujeres que estaban dispuestos a sacrificar su vida en pos de un ideal. Ese grupo era denominado (entre la popular voz del pueblo) La Corte de los Caballeros Celestes. Fueron los primeros en rebelarse y plantarle cara al tiránico rey. Se irguieron como una muralla para defender al débil. Eran... lo más cercano que a una salvación en ese infierno. Por ello Sawamura se sentía orgulloso de estar ahí y de pertenecer a ese grupo.



—¡Bakamura! Deja de soñar despierto y presta atención. —Lo reprendió Kuramochi al propinarle (un nada delicado) golpe en la cabeza. —La carroza no tarda en pasar.



Sawamura asintió con una sonrisa. Volvió a enfocar su vista al frente. Todos se encontraban sobre los árboles, a una considerable distancia del piso. El castaño miró hacia abajo y tragó. Había pocas cosas a las que le tuviera miedo, pero una de ellas era precisamente esa. Las alturas. Y no era tanto por caer, era por la imposibilidad de hacer algo en una situación de peligro. Era el miedo a no poder ayudar. Ya había vivido esa frustración una vez, cuando vio a los soldados élite de la Orden de los Caballeros Albugíneos masacrar a toda su familia.



Si cerraba los ojos aún podía evocar la mirada de su madre. Aquel día, (ese último día) había sido particularmente pacifico. Ellos vivían en una de las aldeas más alejadas del reino. Los soldados casi no pasaban por ahí. En ese lugar podía respirarse una efímera paz. Esa parte del reino no era particularmente fértil, pero su familia se las había arreglado para cultivar (con éxito) un pequeño huerto. Las verduras las vendían a un módico precio. Ellos eran conscientes de la mala situación en la que vivían. Y, esa amabilidad, les valió el cariño de los habitantes del pequeño lugar.

Lucha o Vuelo [MiSawa] [DNA]Where stories live. Discover now